Cuéntamelo todo. Cambria Brockman

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Cuéntamelo todo - Cambria Brockman Ficción

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en su oscura mirada. Me di cuenta de que John quería que agradeciera su ayuda, así que esbocé una sonrisa.

      —Genial, gracias —dije.

      Señaló una pasta verde que había comenzado a exudar del cuerpo.

      —También puedes comerte eso. Es un manjar.

      —No —dijo Ruby—. Eso es la...

      —Mierda —interrumpió Gemma—. Mierda, literal. Sólo te está tomando el pelo.

      John se sentó en su sitio, donde la hierba había comenzado a recuperar su forma erguida. Se recostó sobre las palmas de sus manos y sonrió.

      —Es la mejor parte. Y no es mierda, es el hígado.

      —Qué asco —Gemma lanzó una tenaza a su pecho, que rebotó y cayó al suelo, donde aterrizó al lado de los pantalones color salmón de John. Él le dirigió una sonrisa, y las mejillas de Gemma se sonrojaron. Parecía inapropiado que alguien que tuviera novio estuviera coqueteando con otro chico, pero ¿qué sabía yo de las relaciones románticas? Nunca había tenido novio. Gemma sacó un cigarrillo de su bolso y lo encendió, sin molestarse en apartarse del grupo. El humo llegó a mi nariz, y tuve que resistir la tentación de toser. Esperaba que Ruby no fuera fumadora.

      —¿Cómo es que os conocéis? —pregunté, confundida por su aparente cercanía.

      —Oh —dijo Gemma, ansiosa por responder—. Nos acabamos de conocer, literalmente. Hoy —miró a John—. Bueno, supongo que él ya conocía a Max, obviamente, dado que son primos, y Ruby estuvo con ellos aquí durante la pretemporada. Los tres juegan al fútbol. Y yo soy la compañera de habitación de Ruby. Suena demasiado complicado cuando lo explico.

      —Y estuvimos chateando por Facebook durante el verano —señaló Ruby.

      —Es cierto. Así que es como si ya nos conociéramos —dijo Gemma, embutiendo un pedazo de maíz en su boca.

      Vi el cadáver de la langosta y mi hambre se disipó. Los demás comenzaron a hablar sobre sus clases de primer año, y sus voces se tornaron cada vez más lejanas. Cogí un trozo de carne fría y gomosa y lo sumergí en el vaso de plástico con mantequilla. Pensé en los restos de langosta que nos rodeaban, en cómo hacía tan sólo unos días habían estado felices en el fondo del mar, sin saber que sus vidas llegarían a un abrupto final en un elitista jardín universitario. Y nuestro jardín, ni siquiera era la élite de la élite. Éramos el equipo mini-Ivy. Los que no habíamos conseguido entrar en Princeton, Harvard o el MIT, los rechazados de la Ivy League. Me pregunté si en el campus de Harvard tendrían mejores langostas. Vi a Ruby presionar su rodilla contra la de John de la forma familiar en que lo haría una novia. Era un gesto íntimo, un momento que había interrumpido al presenciarlo. Los demás se reían de algo, pero no les presté atención, mientras observaba los ojos de John moviéndose desde la rodilla de Ruby hacia mí. Sabía que estaba intentando conocerme, buscando una manera de agradarme. Tal vez se preguntaba por qué no estaba babeando por él como las otras dos. Aparté la vista antes de que Ruby notara nuestro contacto visual, esperando que la reunión llegara a su fin más pronto que tarde.

      CAPÍTULO DOS

      Día de los Graduados

      Para todos los demás de nuestra promoción, hoy, Día de los Graduados, es un día de tradición. Es un sábado en pleno invierno, y siento Hawthorne somnoliento y acogedor por la mañana. Todavía no entiendo por qué no puede ser en primavera, cuando habrá buen clima y habremos terminado con los exámenes finales. Mi conjetura es que a quien se le haya ocurrido el Día de los Graduados estaba aburrido en medio del invierno y quería una excusa para beber y celebrar un fin de semana.

      Al mediodía nos alineamos fuera del comedor, donde nos reunimos para dar inicio al recorrido de las casas, lo que nos llevará a algunas de las viviendas fuera del campus, cada una decorada con su propio tema. El recorrido terminará con un salto en el lago congelado. Las otras promociones nos observan al margen, bebiendo algún alcohol fuerte en botellas de plástico.

      Por la noche, asistiremos al Baile de la Última Oportunidad en el viejo gimnasio, llamado la Jaula. El baile es sólo para los estudiantes de último año, pero por lo general un puñado de excitados alumnos de primer año encuentra la manera de colarse. Todo este día, esta tradición, de alguna manera está autorizada e incluso organizada por la administración. Les hace parecer desenfadados ante los futuros estudiantes, y tienen que mantenernos entretenidos de alguna manera, ya que vivimos en medio de la nada.

      No me importa la tradición. Me importa lo que ha estado pasando bajo el techo de la casa que comparto con mis cinco amigos. Las cosas han comenzado a desmoronarse. Deberíamos estar más unidos que nunca, sin brechas en nuestras filas. En cambio, hemos revelado grandes agujeros. Las cosas precisan volver a ser como antes, cuando estábamos siempre juntos, y era fácil. Hemos estado unidos durante tres años, no voy a dejar que todo se desmorone en los últimos meses. Necesito a este grupo, dependo de ellos. Y en este momento, lo único que importa es encontrar una solución a mi problema.

      A primera hora de la mañana me senté en el suelo y apoyé mi espalda en la cama de Ruby mientras nos preparábamos para el Día de los Graduados, nuestro gran día. Su habitación está en un extremo de la casa y comparte una delgada pared con la mía. Gemma está en el otro extremo, con vistas al campus. Khaled, “el príncipe”, como solíamos referirnos a él, es el propietario de la casa. Gemma es quien hizo que formara parte de nuestro grupo de amigos desde el primer año. Le gusta pensar que vivimos en esta casa gracias a ella, y nos lo recuerda no tan sutilmente.

      Khaled vive en la habitación más grande de la planta baja, y John y Max en dos habitaciones más pequeñas en el lado opuesto de la cocina. Los chicos rara vez suben, por respeto a nuestro “espacio de chicas”. A excepción de John. En los últimos tiempos, he escuchado su voz demasiado, apenas amortiguada por la pared. Todos los de nuestra promoción comentan siempre lo afortunados que somos: tener una casa reformada, vivir juntos. La llamamos el Palacio. Es nuestra, y sólo nuestra. La mayoría vive en las pequeñas residencias para estudiantes del último año, o alquila alguna casa vieja en las afueras del campus. Somos afortunados, soy consciente de ello, pero no me siento así.

      Esta mañana, Gemma y Ruby pusieron más empeño en su vestimenta, que consistía en la licra más ajustada y colorida que pudieron encontrar. Yo me había puesto mis pantalones cortos para correr y la sudadera de Hawthorne, temiendo de antemano el frío contra mis piernas desnudas.

      Observé a Gemma arreglar sus uñas con prisa, dejando manchas alrededor de sus cutículas descarnadas y escamosas. Su pelo estaba teñido de azul, por aquello del “espíritu de la universidad”, explicó. Ni Ruby ni yo pronunciamos palabra, pero mantuvimos contacto visual, mientras el mismo pensamiento pasaba por nuestras mentes: otro grito de atención.

      El toque final de Ruby fue un tutú, un tutú negro y elegante que había sido parte de nuestro grupo desde el baile de los ochenta, en primer año. Ruby lo había sacado de un contenedor en una tienda de segunda mano, y desde entonces había encontrado la manera de incorporarlo en otras tradiciones de Hawthorne. Me estremecí, pensando en todas las sudorosas pistas de baile que había visto este tutú, y en las travesías nocturnas al Grill. Incluso en alguna ocasión había quedado cubierto por el vómito de Gemma. Ese tutú había seguido a Ruby de evento en evento a través de nuestro paso por Hawthorne, un tótem que representaba su naturaleza, alguna vez juguetona.

      Si alguien nos hubiera observado a través de la helada ventana del segundo piso esta mañana, habría pensado en lo pintorescas que nos veíamos las tres. Las mejores de las

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