Cuéntamelo todo. Cambria Brockman

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Cuéntamelo todo - Cambria Brockman Ficción

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de Gemma, así que miré por la ventana. Esperaba que pareciera que no había escuchado su comentario, como si éste hubiera salido flotando por la ventana y desaparecido por los senderos bien iluminados.

      Ruby fue quien rompió el silencio.

      —Oh, Gems, eres preciosa, y lo sabes.

      —Gracias, cariño —dijo Gemma. Sonrió y tiró de su blusa para revelar más su escote.

      El repertorio entre ellas era ya tan familiar que parecían haber sido amigas durante años. Cuando papá me dio el cuestionario de alojamiento, al inicio del verano, solicité una habitación individual, pensando que de esa manera podría estudiar mejor. Nunca imaginé que una amistad podría surgir de eso, o al menos no como la que tenía en ese momento frente a mí. De lo único que había estado segura era que no quería quedar atrapada con alguien que no me gustara. Y dicho pensamiento era tan firme que superó la expectativa de una amiga instantánea.

      —Entonces, ¿cómo llegaste de Texas a Maine? —me preguntó Ruby. Abrió una cerveza con sus uñas rosadas y me entregó la lata sudada.

      No estaba segura de por qué Ruby quería hablar conmigo. En el instituto había conseguido ser una persona solitaria. Sabía que era lo suficientemente atractiva, definitivamente más inteligente que cualquier otra, y aunque los chicos dejaron de intentar salir conmigo a mediados del segundo año, podría haber sido parte del grupo más popular. Pero no quise intentarlo. Forzar una conversación me resultaba extenuante, y no tenía nada en común con el resto de los estudiantes. Me gustaba estar sola, disfrutaba de la lectura. Sabía que eso mantenía a mis padres en vela por las noches. “Ella necesita tener amigos”, los imaginaba susurrando entre sí en la oscuridad. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que había hablado con gente de mi edad, que había supuesto que todos preferirían actuar como si yo no existiera. Pero ahora, justo frente a mí, había dos chicas reales dispuestas a ser mis amigas.

      Antes de que pudiera responder, Gemma interrumpió:

      —Sí, eh, ni siquiera yo lo sé todavía. Ya sabes, pareces tan Nueva York. Como esas tonalidades en blanco y negro, me encanta, y tu pelo es tan lacio y rubio, de ese color platino que siempre he querido tener. Pero ¿Texas? Ni siquiera tienes acento, ni siquiera hablas como texana, ¿puedes hablar como texana? —su acento era rápido y cantarín, apenas podía seguirle el ritmo. Le gustaba ser el centro de atención, la líder de la manada.

      Sonreí.

      —Me encanta Nueva York —dije, decidiendo qué pregunta responder primero. Ambas miradas estaban fijas en mí—. Solíamos visitar Nueva Inglaterra a menudo, cuando era más joven. Mis padres son originarios de Massachusetts, así que aquí estoy... un pequeño cambio de escenario. Pasando el rato con vosotras —dije la última frase con acento texano.

      Ambas rieron. No mencioné la verdad porque no tenía sentido. No era algo que pudiera explicarse con una cerveza justo después de conocer a alguien. Pasé la siguiente hora con esas chicas. Hablamos de nuestras especialidades: Ruby estaba en Historia del Arte y Gemma en Teatro. Me preguntaron si ya había decidido (ya lo había hecho): Inglés, para después estudiar Derecho. Charlamos sobre lo acogedor que era el campus en otoño, y luego Ruby me preguntó si quería ir con ellas a un manzanal ese fin de semana. Sentí una ligera vacilación de Gemma, pero ignoré su pequeño puchero.

      —Me encantaría —dije.

      Las cosas se tornaron imprecisas cuando terminé la tercera cerveza. Recuerdo que analicé a Gemma y a Ruby, preguntándome si serían buenas amigas. Estaba sorprendida por lo simple que me había resultado caerles bien. Me centré en ser normal y amable. Podía ser agradable todo el tiempo: elogiarlas, reír en los momentos correctos, decir lo que se tenía que decir. No quería ser demasiado extrema en ningún aspecto, pero tampoco aburrida, así que hice mi mayor esfuerzo por seguir el plan.

      Gemma se salía demasiado de los esquemas, su drama resultaba agotador, pero Ruby era perfecta. Ella hacía fluir las conversaciones y se mostraba interesada en cada pequeña cosa que tuvieras que decir. Me gustaba, y yo le gustaría a ella. Sabía que tendría que ser más sociable, más extrovertida, más parecida a ella, si quería que la amistad perdurara.

      No fui la única en percatarme de su efervescencia. Todos la adoraron desde el principio. Se deslizaba por la habitación dando la bienvenida y presentándose a los nuevos rostros. Llevaba bebidas a la gente y se aseguraba de que todo el mundo estuviera contento, era la anfitriona perfecta.

      Estaba claro que todos querían estar cerca de Ruby, atraídos por la diversión y la luz que se filtraba por su tersa piel. Cuando los chicos no le lanzaban miradas interesadas, las chicas la evaluaban, determinando qué sería más conveniente: ser amigas o rivales. Al final, todos llegaban a la misma conclusión: ser su amigo era la jugada más inteligente.

t1

      Más tarde esa noche, Ruby y yo nos acurrucamos sobre una caja sin abrir, bebiendo vodka de una botella de plástico entre risitas. Nuestros traseros se hundieron en el cartón, y nuestros hombros se unieron cuando nos apoyamos contra la pared. Nunca había estado realmente borracha, pero tenía la sensación de que en ese momento lo estaba. El sudor cubría nuestra piel, y anhelaba el omnipresente aire acondicionado al que estaba acostumbrada en casa.

      La habitación se había vaciado un poco; sólo quedaba un puñado de estudiantes en pie. Por el rabillo del ojo, podía ver a Gemma hablando con otras chicas, lanzándonos miradas de vez en cuando. Estaba molesta: me había invitado a su fiesta y allí estaba yo, como uña y carne con su compañera de habitación durante toda la noche. La gente ya se estaba refiriendo a nosotras como “inseparables”, y nos preguntaban si nos conocíamos de “antes”. Así era Ruby al principio. Un libro abierto. Una vez que la conocías, la conocías de verdad. No me importaba pasar tiempo con ella, ser su mejor amiga.

      —¡Eh! —dijo una voz al otro lado. Vi a Ruby mirar a mi espalda y sonreír.

      —¡Eh! —respondió ella, su voz era más dulce de lo que había sido un segundo antes.

      Me volví para encontrar a John de pie ante nosotras, con una pelota de ping-pong en la mano.

      —¿Os apuntáis? —preguntó, mostrando la pelota.

      —Vas a perder —respondió ella. Tiró de mí para levantarme mientras se ponía en pie.

      Seguimos a John al pasillo. Max estaba apoyado contra la pared con una botella de cerveza, y el príncipe estaba en el extremo opuesto de una mesa plegable. Dos triángulos de vasos rojos descansaban en los extremos de la mesa, y cada vaso estaba lleno con cerveza hasta la mitad. El suelo se encontraba cubierto de una sustancia pegajosa y el aire olía a levadura.

      El príncipe se inclinó sobre la mesa hacia nosotras.

      —Soy Khaled, por cierto —dijo, extendiendo la mano—.

      Creo que nos conocimos hace un rato.

      —Malin —contesté, estrechando su mano, cálida y resbaladiza por el sudor.

      —¿El príncipe? —preguntó Ruby, haciendo que todos miráramos fijamente a Khaled; el alcohol enmascaraba cualquier forma de cortesía que pudiéramos haber guardado antes.

      Las mejillas de Ruby enrojecieron.

      —Lo siento, no he querido...

      Khaled

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