Cuéntamelo todo. Cambria Brockman

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Cuéntamelo todo - Cambria Brockman Ficción

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mirándose a los ojos, sin molestarse en reprimir sus sonrisas. Sus cabellos oscuros estaban cubiertos de pintura azul, empapados, cuando Khaled lanzó un globo por encima de ellos como si fuera muérdago.

      Gemma presionó la parte baja de su cuerpo contra John. Se inclinó y cogió un globo de una canasta en el alféizar de la ventana. Su pelvis estaba presionada contra la de él. John se echó hacia atrás, pero estaba muy pasado de rosca y sus movimientos eran juguetones y torpes. Ni siquiera buscó a Ruby. Tal vez ni siquiera pensó en las consecuencias morales de sus actos: coquetear con una de las mejores amigas de su novia.

      Gemma sonrió y le dirigió esa mirada sensual que solía practicar frente al espejo cuando estábamos en primer año. Nos habíamos reído de ella, sin darnos cuenta de que lo hacía en serio. Gemma apretó el globo en su mano y la pintura se derramó sobre su pecho, con el cuello en forma de uve estirado hacia abajo para exponer sus abultados senos.

      Dio un pequeño paso hacia él. Se puso de puntillas y pasó un dedo azul de la nariz a los labios de John, riendo.

      John la miró, con los párpados revoloteando y las aletas nasales dilatadas. Yo ya había visto esa expresión antes.

      Miré de nuevo a Ruby. Estaba demasiado distraída. ¿Por qué no lo estaba mirando? Pensé en acercarme a ella y advertirle, pero lo pensé mejor. Sólo tenía que esperar.

t1

      Ahora, en el húmedo cuarto de baño de la residencia, escucho la estridente risa de Gemma desde el pasillo. Mi plan ya se encuentra en marcha. Depende de ella ponerlo en acción.

      CAPÍTULO NUEVE

      Primer año

      El profesor Clarke se colocó frente al grupo durante nuestra tercera semana de clase. Era alto, responsable, seguro de sí mismo, un hombre atlético de cincuenta años que parecía de cuarenta, y estaba al lado de alguien que yo no conocía. Un tipo, quizás unos cuantos años mayor que nosotros. Era más bajo que el profesor Clarke, fornido y robusto.

      Mi teléfono vibró contra mi pie. Miré alrededor del salón. Nadie se había dado cuenta.

      —Éste es Hale —dijo el profesor Clarke—. Será su asistente educativo durante este semestre. Acaba de comenzar el programa de posgrado aquí y asistió a Hawthorne cuando era estudiante.

      El profesor Clarke le dio a Hale una ligera palmada paternal en la espalda. Hale dio un paso al frente y nos dedicó una amplia sonrisa.

      —Hola, chicos —sonaba más como un compañero que como asistente de profesor.

      Debía estar en la mitad de sus veinte, pero vestía como si todavía estuviera en la universidad, con la camisa metida desordenadamente alrededor de sus pantalones y unos Birkenstocks en sus pies. Hawthorne tenía un destacado Departamento de Inglés que ofrecía un programa de posgrado muy selecto. Sólo cincuenta estudiantes eran admitidos cada año. Hale debía ser uno de ellos. No parecía lo suficientemente pulcro para dar clases.

      Mi teléfono vibró de nuevo. Lo miré, molesta, y me incliné para ponerlo en mi regazo.

      Un mensaje de Ruby.

      Tenemos otro problema con Gemma.

      Levanté la mirada. El profesor Clarke había abandonado el aula, y Hale estaba sacando cosas de su mochila, preguntándonos si habíamos disfrutado de la lectura. No podía verme. Me sentaba atrás, en el lugar más cercano a la puerta.

      —Después del poema que leísteis la semana pasada, estaba pensando que hoy podríamos continuar con algo más ligero. No es que la literatura rusa sea muy ligera que digamos —dijo Hale.

      Miré a mi alrededor. Se escucharon algunos murmullos de agradecimiento.

      Escribí rápidamente una respuesta a Ruby:

      ¿Y ahora qué ha pasado?

      Mi teléfono vibró. Cambié el ajuste al modo silencioso.

      Ruby:

      No para de hablar de lo guapo que es ese chico, Grant, el que vive en tu residencia. ¿Qué se supone que debo decirle? Él es de lo peor. ¡¡Y ella tiene novio!! ¡Siento que al menos debería romper con él antes de salir con otro!

      Ruby tenía razón con respecto a Grant. Él vivía a unas pocas puertas de mi habitación. Cada vez que pasaba a su lado por el pasillo después de sus duchas (lo cual era raro, por lo que nuestro supervisor tenía que recordarle que se aseara), me guiñaba un ojo y preguntaba: “¿Qué hay?”. Según los rumores, a veces se aseaba sólo con toallitas húmedas.

      Respondí:

      Ella no lo engañará. Está obsesionada con Liam. Y Grant ya está saliendo con Becca.

      Ruby:

      ¿De verdad crees que eso la detendrá?

      Otra vez tenía razón. A pesar de que Gemma mantenía una relación con Liam, coqueteaba con todos los chicos de la universidad. Me pregunté cuánto duraría aquella situación.

      Era jueves, lo que significaba que, en cuanto terminara la clase, nos iríamos en el coche de John al Walmart que estaba a un par de pueblos de aquí. Khaled ya tenía una identificación falsa incluso antes de que pisara territorio estadounidense, y siempre se aseguraba de que estuviéramos preparados para las fiestas. Nadie organizaba más fiestas que Khaled, y aun así, de alguna manera ya era conocido como el estudiante de primer año más prometedor para ingresar en el programa de medicina. A Max no parecía importarle la competencia, y los dos se daban ánimos con las evaluaciones y los ejercicios de laboratorio. Khaled siempre decía: “Trabaja duro, vive intensamente”.

      Mi teléfono se encendió. Ruby otra vez:

      No importa, sólo le seguiré recordando que tiene novio.

      —Malin —la voz de Hale resonó en mi dirección. Miré a mi alrededor, confundida, ¿cómo sabía mi nombre? Hale me sonrió, y enseguida al resto del grupo.

      —Oh, sí, conozco todos vuestros nombres. He estudiado la página de Facebook de vuestra promoción y leído todos vuestros trabajos de la semana pasada. Espeluznante, lo sé.

      Se escucharon algunas risas.

      —¿Malin? —Hale me miró directamente.

      —Sí, lo siento —murmuré, guardando el teléfono en la parte inferior de mi mochila.

      —Conoces las reglas sobre el uso del teléfono —dijo Hale, en pie, apoyado en el escritorio.

      Los otros estudiantes me miraron, con los ojos muy abiertos por el alivio de que ellos no hubieran sido atrapados. Todos enviaban mensajes de texto durante las clases. Nuestro cometido era cubrirnos los unos a los otros, pero estar sentada en la esquina de atrás lo hacía más difícil. Hale sacó un libro de tapa dura de su mochila y lo puso frente a mí. Me quedé mirando el libro: la pintura en tonos sepia de un joven con la mirada perdida en la lejanía.

      —Elige uno —dijo. Olía a humo de leña y desodorante Old Spice.

      El

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