Cuéntamelo todo. Cambria Brockman

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Cuéntamelo todo - Cambria Brockman Ficción

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style="font-size:15px;">      No respondí de inmediato, y me tomé el tiempo para cerrar mi mochila. Cuanto más tiempo permanecía callada, más incómoda hacía sentir a la gente, lo que me condenaba al ostracismo.

      —Inglés —respondí—, para luego centrarme en Derecho.

      —¿Quieres ser abogada?

      —Sí —mi voz sonó confiada, tal vez un poco molesta.

      Enarcó las cejas. En la batalla entre los pensadores liberales y las codiciosas corporaciones estadounidenses, estaba eligiendo estas últimas. No quería darle una oportunidad de salvar mi alma y de llevarme en la otra dirección. Miré al pasillo, dándole a entender que debía marcharme.

      —Bueno —suspiró. Evité el contacto visual y me aseguré de mantener la atención en mi mochila—. Leí tu primer ensayo sobre Tolstoi. Es bueno, de verdad. Y has hecho un buen trabajo hoy. ¿Habías leído a Pushkin antes?

      Negué con la cabeza.

      —Vaya, realmente diste en el clavo con ese análisis.

      —Gracias —dije, moviéndome incómoda, mirando hacia la puerta. Me di cuenta de que él quería seguir hablando, pero tenía cosas que hacer, como reunirme con mis amigos para conseguir alcohol de forma ilegal.

      —Debo irme —añadí.

      —Bien —dijo—, sal de aquí. Ve a disfrutar de la tarde. Finalmente, lo miré. Sus ojos eran de un azul puro y profundo, empapados de una empatía que no quería y no necesitaba.

      Dejé a Hale en el aula. Me observó mientras me marchaba, tratando de descifrarme, tal vez preguntándose si yo sería una desgraciada o sólo una persona tímida. Eso es lo que la gente suele pensar, o al menos así era en el instituto. Pero no le daría más, y su curiosidad terminaría por desaparecer. Pronto se olvidaría de mí. Me gustaba vivir en las sombras, lejos de los elogios de los profesores y docentes. El centro de atención no era un lugar donde quería estar.

      Cuando empujé las puertas dobles hacia el intenso aire otoñal, saqué mi teléfono de la mochila. Cinco mensajes nuevos. Siempre sabía cuándo era Ruby la que me estaba enviando mensajes porque mi teléfono vibraría cinco veces consecutivas, recordatorios rápidos y concisos de su presencia:

      Sabes que es una mala señal cuando no te quedan bien los vaqueros. No más comida. No más cerveza. Sólo alcohol destilado, y sin diluir. Esa puta barra de pizza.

      Michelines, en todas partes.

      Luego, después de un intervalo de diez minutos:

      Dios mío. ¿¡¡¡¡¡¡Mal!!!!!!?

      ¿Por qué no me respondes?

      Tengo que decirte algo, ¡RESPÓNDEME!

t1

      John le había pedido a Ruby una cita. Una verdadera cita, y no una caminata al final de la noche en un restaurante en Portland. Y esto era un asunto crucial en Hawthorne. Por lo general, los estudiantes salían un fin de semana y decidían, o no, mantener la exclusividad. Tener citas significaba ser pareja. La primera en proclamar tal título en nuestra promoción.

      Ruby y yo nos separamos de los chicos al entrar en Walmart y nos dirigimos al interminable pasillo de comida instantánea.

      —Creo que vamos a ir al restaurante de comida tailandesa —dijo Ruby, sacando una caja de ramen de un estante—. Llevo mucho tiempo con antojo de unos fideos borrachos. Y es el mejor restaurante de Portland en este momento.

      Le quité la caja de ramen de sus brazos y la añadí a la pila que ya estaba en los míos. Había empezado a darme cuenta de las burdas inclinaciones de Ruby hacia el dinero. El dinero de John, en concreto. La forma en que él hablaba de su casa en el viñedo, y cómo el rostro de Ruby se iluminaba a pesar de que nunca había estado allí. O cómo ella comprobaba las etiquetas de la ropa de John, como si estuviera aprobando el gusto de su guardarropa, aliviada de comprobar cuán rico era en realidad.

      —¿Esto significa que ya es tu novio? —pregunté.

      Ruby continuó por el pasillo, escudriñando las estanterías, sonriendo para sí.

      —Supongo.

      —¿Estás segura de que estás contenta de que sea así? ¿De restringirte tan pronto?

      Rio.

      —Sí, Mal. Eso es lo que significa tener una cita. No hay nadie más con quien quiera salir. Y definitivamente, tampoco quiero verlo a él con otra. Así que, sí, definitivamente estoy contenta de que sea así.

      Había observado de cerca a John y Ruby durante semanas. La forma en que él gravitaba hacia ella. Como imanes. No sabía cómo era ese sentimiento. Nunca lo había experimentado. Observaba con atención la emoción que sentían, la forma en que se cogían de las manos, con suavidad, de manera protectora. Me pregunté si alguna vez yo experimentaría algo así.

      —Entonces, ¿estás enamorada? —pregunté.

      Ruby me miró con curiosidad. Sabía que debía dejar de hacer preguntas, pero no entendía por qué ella querría ser la novia de nadie, especialmente cuando apenas estaba comenzando el semestre.

      —Tal vez —dijo—. ¿Qué pasa con todas esas preguntas?

      —Oh —respondí—, nada. Sólo quiero que seas feliz.

      —Bueno —dijo, un poco a la defensiva—, lo soy.

      —Genial —dije—. Eso es lo único que importa.

      La observé alejarse y coger unas cuantas cajas de macarrones para microondas que apretó contra su pecho. Parecían una buena pareja. Ya tenían complicidad en las bromas, y eran bastante cariñosos. John también era amable conmigo. Cada vez que le llevaba una copa a Ruby en una fiesta, preguntaba también si yo quería algo. De alguna manera, yo estaba incluida en su relación, era un complemento de Ruby. Pero no podía evitar la extraña sensación que tenía sobre él. Sabía que tenía que ver con Levi y que debía ignorarlo. John no era Levi.

      —Oh, Dios mío, Mal —chilló Ruby desde el final del pasillo, sosteniendo una colorida caja en su mano—. ¡Caramelos Sugus! Mi infancia en una caja.

t1

      Esperamos a los chicos en el aparcamiento. Era mejor si nos separábamos mientras Khaled compraba el alcohol con su identificación falsa. Ruby y yo nos sentamos en el parachoques trasero del coche de John, un BMW que alguna vez había pertenecido a su madre. Tanto John como Max conducían los coches viejos de sus padres, vehículos de lujo con interiores anticuados.

      Había descubierto que la madre de John y Max eran hermanas. Parecía que el padre de John ya no estaba, y asumí que había muerto, dejando a la familia con mucho dinero. Más que el de la familia de Max. John nunca hablaba sobre su padre, y yo no lo presionaría para conocer los detalles.

      A diferencia del resto de nosotros, Max a veces parecía echar de menos su hogar. Todo el tiempo estaba enviando mensajes a sus padres y a su hermana menor. Sonreía con sus respuestas

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