Perlas en el desierto. Antonio García Rubio

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Perlas en el desierto - Antonio García Rubio Sauce

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son esos trabajos previos? Son los mismos que en la siembra: la preparación del terreno; el barbecho; la tierra removida hasta quedar suelta y ligera; el abono con nutrientes; la roturación de los surcos; la búsqueda de fuentes y la adecuación de los cauces para que llegue el agua; la siembra de la semilla precisa y a su tiempo; el riego posterior; la eliminación de las malas hierbas; evitar problemas meteorológicos; escardar más y más; amar la tierra y respetar el desarrollo de la mata; librarla de las plagas que afecten gravemente al cultivo; hacer llegar a la tierra y a la semilla el amor y la pasión del sembrador por lo que está preparando, sembrando, naciendo y prosperando.

      Cuántos trabajos previos antes de obtener el fruto; cuánto derroche de amor y de energías humanas; cuántas oraciones sinceras desde lo profundo del corazón; cuánto esmero, cuidado, trabajo e inteligencia los del sembrador; cuánta paciencia y ternura.

      Lo que hoy necesitamos son evangelizadores nuevos y bien formados, testigos fieles y pacientes en su fragilidad y en su pecado, que callen, que sepan callar y que se mantengan unidos a Cristo y entre sí. Esto es lo previo y esencial. Sin este trabajo previo de gastar todo lo necesario para engendrar y dar a luz una nueva generación de evangelizadores adultos y capaces, todo lo demás será humo.

      El papa Francisco, que es consciente de esta necesidad urgente, sabe dónde ha de crecer y fundamentarse la Iglesia en el tiempo presente, y así les decía a los superiores mayores de las congregaciones religiosas: «Estoy convencido de una cosa: los grandes cambios de la historia se realizan cuando la realidad no se ve desde el centro, sino desde la periferia». Y por eso propongo adentrarnos en el secreto desértico y periférico del hermano Carlos. Desde él descubriremos la periferia: «El Sahara –dice A. Riccardi– es para Foucauld y sus seguidores la verdadera periferia del mundo, el sitio donde buscar a Dios» 7. Busquemos por ese camino.

      Lo que este libro propone, desde la vida y la obra de Carlos de Foucauld, es que los testigos del Evangelio se formen y conformen en el desierto de sus vidas y en los desiertos de nuestras ciudades y sociedades mientras vayan creciendo y dando testimonio. Más que empezar evangelizando y creyendo que los sembradores están ya preparados, hemos de empezar conformándolos con Cristo, para que vuelva a arder la llama del Espíritu en la tierra. Los nuevos evangelizadores han de renacer hoy enamorados y apasionados de Cristo y por Cristo, el único capaz de movilizarlos y de sacarlos de sus poltronas; si no es así, mejor será que nos quedemos todos en nuestros hogares y no entorpezcamos, al menos, la obra más auténtica y amorosa de la Iglesia.

      Permíteme que, al final de esta presentación, me dirija a ti directamente, amigo lector: si eres uno de los miles de obispos, sacerdotes, religiosos, miembros de la vida consagrada o laicos que asumen su bautismo y la misión evangelizadora a ti confiada, mírate a ti mismo con compasión y con ternura. Mira a tus hermanos en la fe, los que han recibido la misma vocación y la misma misión que tú. Mira a esos otros, también hermanos tuyos, a los hombres, a los pecadores, a los pobres de los que formas parte. Y mírale a él. Contempla. Confía, Cree. Espera. Sé humilde y sincero de corazón. No dejes que tu ego, en cualquiera de sus facetas o tentaciones, se ponga por delante de Cristo y de su Evangelio. Que no lo haga ni en tu corazón ni en tu mente.

      Y, tras pasar por la prueba absolutamente necesaria del desierto, como Cristo Jesús, llegado al punto crucial de tu conversión, bien discernido por la Iglesia, comienza esta grandiosa aventura de la entrega de la vida al Evangelio de Jesús, encontrando compañeros y participando de lleno en la comunidad cristiana. Y de dos en dos, como sugiere el Señor, emprended la más maravillosa de las aventuras: la de proponer y susurrar el santo Evangelio en los oídos y en el corazón de aquellos a los que el Señor os envíe como sus mensajeros. ¡Evangelizar! Qué suave, santa y grata misión.

      ¿Qué podemos, qué puedes hacer? Lee, escucha interior y atentamente y encuentra el punto de partida desde el que emprender con pasión y entusiasmo la tarea encomendada por el Señor de la vida, que habla en los corazones:

      Jesús se acercó a ellos y les habló así: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,18-20).

      PRIMERA PERLA:

      LAICOS BAUTIZADOS BAÑADOS EN FUEGO

      ADENTRARSE EN LAS AGUAS

      La mirada principal en este libro se dirige, por un lado, hacia la persona y los escritos de Carlos de Foucauld y, por otro, a la vida renacida de los laicos bautizados, llamados a ser los artífices de la nueva evangelización. Vamos a partir, mirándolos a ellos y a él, de una petición de perdón por la historia de incomprensión y enfrentamientos de las religiones y de la humanidad, y por el pecado de nuestras comunidades. Y, partiendo del desierto de Foucauld y del de nuestra Iglesia, situémonos, en primer lugar, en el oasis cristiano de la Pascua, en el baño purificador y reparador del bautismo. Y como andamos buscando perlas en el desierto, saliendo transformados y renovados, hallaremos las perlas que buscamos. El bautismo es algo tan sustancial que, cuando el que ama el Evangelio se vuelve a adentrar en la Pascua en las aguas comprometidas de su fe, sale renacido y dispuesto a volver a empezar. Y el laico cristiano del siglo XXI sale del agua viva aceptando a los diferentes lejos de toda competencia con ellos. «Entre vosotros no ha de ser así» (Mt 20,26), sentenció Jesús.

      Partiendo del propio vacío, tras las renuncias y las promesas, el bautizado se encuentra ante Jesucristo resucitado. Jesús da forma y figura a su persona renacida y le da participación en su misión, en las tareas del Evangelio. El bautismo le da nueva vida: «Este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida» (Lc 15,24). El laico bautizado, amante del Evangelio, está llamado a renacer como hombre nuevo y a dejar que aflore el niño, el hijo amado que lleva en las entrañas de su hombre viejo 1. «Jesús le dice: “El que se ha bañado no necesita lavarse; está del todo limpio [...] Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros”» (cf. Jn 13,1-15). Ahí nace el compromiso de aprender a vivir con paz las diferencias. Los nuevos evangelizadores han de renacer de estas aguas en su desierto.

      En la renovación pascual, adquirida la forma y la figura de Cristo, la fe recibida como don conlleva la semilla de un hombre nuevo, soñado por el Padre. Carlos de Foucauld es la expresión limpia de este adulto renacido y conformado con Jesucristo. No es un adulto perfeccionista. El bautizado, como Foucauld, solo aspira a «ser perfecto como su Padre celestial es perfecto» (Mt 5,48). La perfección en el amor, que es la gran aspiración del cristiano bautizado, no se intenta por uno mismo. Es gratuita. Se da por añadidura. Y solo precisa, desde un silencio receptivo y sanador, dejarse hacer y exprimir por las manos amorosas del Padre, del Hijo y de su Espíritu.

      Una historia ilumina esta experiencia de fe:

      Me estaba preparando para dar una conferencia y decidí llevar una naranja al escenario como una proposición para mi clase [...] Entablé una conversación con un joven brillante que estaba sentado en la primera fila, y le dije:

      –Si yo exprimiera esta naranja tan fuerte como pudiera, ¿qué podría salir?

      Él me miró como si estuviera un poco loco y dijo:

      –Zumo, ¡por supuesto!

      –¿Crees que podría salir de ella zumo de manzana?

      –¡No! –él se reía.

      –¿Y zumo de toronja?

      –¡Tampoco!

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