Guía literaria de Londres. Varios autores
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En el año de nuestro Señor de 604, Agustín, arzobispo de Gran Bretaña, consagró obispo a Melito para que predicara en la provincia de los sajones del este, a los que separa de Kent el río Támesis y que linda con el mar Oriental. Su metrópolis es la ciudad de Londres, que está situada a orillas del citado río y es el mercado de muchas naciones que a ella acuden por tierra y por mar. En aquellos tiempos reinaba sobre la nación Sabert, sobrino de Ethelbert por parte de su hermana Ricula, aunque era súbdito de Ethelbert, quien, como se ha dicho antes, tenía mando sobre todas las naciones de los ingleses hasta el río Humber. Pero cuando a esta provincia llegó la buena nueva por la predicación de Melito, el rey Ethelbert construyó la iglesia de San Pablo Apóstol en la ciudad de Londres, donde Melito y sus sucesores tendrían su sede episcopal […]
En el año de nuestro Señor 616 […] la muerte de Sabert, rey de los sajones del este, […] dejó tres hijos, todavía paganos, que heredaron su corona temporal. Empezaron de inmediato a darse abiertamente a la idolatría, que en vida de su padre parecían haber abandonado, y concedieron licencia a sus súbditos para que adoraran a sus ídolos. Y cuando vieron que el obispo [Melito], al celebrar misa en la iglesia, daba la Eucaristía a la gente, siendo ignorantes como eran, le dijeron, como nos llega a través de varias fuentes: «¿Por qué no nos das también ese pan blanco que solías dar a nuestro padre Saba (porque así solían llamarlo), y que sigues dando a la gente que va a la iglesia?». A lo que él repuso: «Si os laváis en esa fuente de salvación en la que fue lavado vuestro padre, también podréis tomar el Pan sagrado que él tomaba; pero si despreciáis a aquel que ama la vida, no podéis recibir el Pan de la vida». Ellos replicaron: «No entraremos en esa fuente, porque sabemos que no lo necesitamos, pero sí nos refrescaría ese pan». Y al ser a menudo reprendidos por él en el sentido de que eso era imposible y de que nadie podía ser admitido a compartir la sagrada Oblea sin la purificación previa, al final, dijeron airados: «Si no aceptas satisfacernos en un asunto de tan poca importancia, no podrás quedarte en nuestra provincia». Y lo expulsaron e hicieron que él y su compañía salieran de su reino.
Melito se vio obligado a huir a la Galia, pero el arzobispo de Canterbury le insistió en que debía regresar a Londres, cosa que hizo. Beda cuenta el resto de la historia.
… pero el pueblo de Londres no quiso recibir al obispo Melito y prefirió seguir bajo sus idólatras sumos sacerdotes; pues el rey Eadbald [el gobernante sajón del sur y el centro de Inglaterra] no tenía tanto dominio sobre su reino como había tenido su padre y no fue capaz de devolver al obispo a su iglesia contra la voluntad y sin el consentimiento de los paganos.
El rey Olaf destruye el puente de Londres
Heimskringla
Snorri Sturluson
La narración que hace Snorri Sturluson (1179-1241), historiador, político y poeta islandés, del ataque de Olaf al puente de Londres fue escrita alrededor de 1225 y se basó en las sagas que cantaban los guerreros escandinavos. Este ataque tuvo lugar cerca de 1014, un momento en que las incursiones vikingas asolaban toda Inglaterra y buena parte de Europa. Se cree que ese invierno los vikingos acamparon dentro de las murallas de la antigua ciudad romana.
Ethelred envió una invitación a todos los hombres que quisieran estar a su sueldo para que se unieran a él con el fin de recuperar el país. Entonces mucha gente acudió a su lado y, entre ellos, el rey Olaf con una gran hueste de hombres del norte. Pusieron proa primero a Londres y remontaron el Támesis con su flota, pero los daneses tenían un castillo. Al otro lado del río hay un gran lugar de comercio llamado Sudvirke [Southwark]. Allí los daneses habían levantado grandes obras, cavado vastas trincheras y elevado un baluarte de piedra, madera y tierra en el que habían acantonado un poderoso ejército. El rey Ethelred ordenó un gran asalto; pero los daneses se defendieron valerosamente y el rey Ethelred no pudo conseguir nada. Entre el castillo y Sudvirke había un puente tan ancho que sobre él podían cruzarse dos carros. Sobre el puente se habían levantado barricadas en dirección al río, tanto torres como parapetos de madera, que llegaban casi hasta el pecho, y debajo había pilares que se sumergían hasta el fondo del río. Cuando se lanzó el ataque, las tropas se atrincheraron en el puente por todas partes y allí se defendieron. El rey Ethelred quería tomar el puente cuanto antes y convocó a todos los jefes para consultar cómo destruirlo. El rey Olaf dijo que intentaría colocar a su flota junto al puente si los demás barcos hacían lo mismo. Fue entonces cuando el rey decidió que debían colocar sus fuerzas bajo el puente, y todos aprestaron sus hombres y barcos.
El rey Olaf ordenó que se ataran unas a otras grandes plataformas flotantes de madera; para construirlas derribó casas viejas. Con estas plataformas como tejado, cubrió sus barcos hasta tal punto que sobresalían por los costados. Bajo estas pantallas construyó unos pilares tan altos y fuertes que había sitio bajo ellos para blandir la espada y los tejados eran lo bastante fuertes como para resistir las piedras que les tiraban. Cuando la flota y los hombres estuvieron listos, remaron río arriba, pero cuando se acercaron al puente les llovieron tantas piedras y proyectiles, entre ellos flechas y lanzas, que ni los cascos ni los escudos pudieron resistir y los barcos mismos quedaron gravemente dañados y muchos se retiraron. Pero el rey Olaf y la flota de hombres del norte que lo acompañaba remaron hasta situarse bajo el puente, ataron cables a los pilares que lo sostenían y luego remaron con todas sus fuerzas corriente abajo. Los pilares se estremecieron y se soltaron del fondo. Así pues, como el puente estaba lleno de hombres armados que además habían acumulado muchas piedras y otras armas arrojadizas, y como los pilares estaban sueltos y habían perdido su fijación, el puente cedió y una gran parte de los hombres que en él estaban cayeron al río, y todos los demás huyeron, algunos al castillo y otros a Sudvirke, que a continuación fue asaltada y saqueada. Cuando los que estaban en el castillo vieron que el río Támesis estaba perdido y que no podían evitar que los barcos pasaran río arriba, se asustaron, rindieron la torre y aceptaron a Ethelred como su rey.
Por eso dice Ottar Svarte: «El puente de Londres ha caído. Se ha ganado oro y fama. ¡Truenan los escudos y suenan los cuernos de guerra, Hilrd grita entre el estruendo! ¡Cantan las flechas y chirrían las cotas de malla! ¡Odín le da la victoria a nuestro Olaf!».1
Reconstrucción del ataque vikingo al puente de Londres de 1014. El dibujo es de M. Meredith Williams y fue publicado por primera vez en The Northmen in Britain (Thomas Y. Cromwell Company, Nueva York, 1913). El puente de Londres de los sajones seguía siendo, como el que construyeron los romanos, de madera. En sus diversas encarnaciones, este cruce del río ha existido durante los últimos dos mil años.
En el año 1015, tras casi doscientos años de incursiones vikingas, Canuto, rey de Dinamarca, lanzó una invasión a gran escala y se proclamó también rey de Inglaterra. Exigió altos tributos a los londinenses y alojó daneses por toda la ciudad para evitar rebeliones. Muchos de ellos vivieron en la zona alrededor de la iglesia que todavía se conoce como St. Clement Danes (San Clemente de los daneses). Pero Londres tiene que agradecerle a Canuto que la convirtiera en la capital inequívoca de Inglaterra, desbancando a Winchester, tradicional