El Santuario de la Tierra. Sixto Paz Wells
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También le vino a la mente lo que su padre Huayna Cápac le había dicho a la hora de su muerte: que en plena fiesta del Inti Raymi o Fiesta del Sol en Qosqo, se vio venir por el aire a un cóndor perseguido por cinco o seis halcones y otros tantos cernícalos, los cuales atacaban a la gran ave por turnos, impidiéndole volar y tratando de matarla a picotazos. El cóndor, al no poderse defender, cayó en medio de la plaza mayor entre los sacerdotes, quienes al tocarlo vieron que estaba enfermo, cubierto de caspa, con sarna y casi sin plumas, hecho que fue considerado de mal agüero.
Al consultar Huayna Cápac el significado de aquella visión profética, los adivinos le vaticinaron derramamiento de sangre real, guerras entre sus hijos y finalmente destrucción del orden y desaparición del imperio por parte de invasores. El monarca, indignado por tales conclusiones, despidió de inmediato y de mala manera a tan agoreros adivinos pero se quedó con la incertidumbre y fue presa de terrible angustia, por lo que mandó reunir a todos los sortílegos, e incluso a uno muy notable de la nación yauyu, todos los cuales confirmaron el vaticinio. El Inca, disimulando su temor, los despidió igualmente. Fueron ordenados gran cantidad de sacrificios y donativos a los templos, acompañados de nuevas consultas, pero las respuestas de los oráculos fueron confusas.
Los días y las noches de su prisión eran sumamente angustiantes para Atahualpa. Por su mente circulaban y afloraban todos los recuerdos de su vida, sobre todo otros momentos dramáticos como cuando su padre, en el lecho de muerte, todo él cubierto de pústulas producto de la viruela, expresó su última voluntad diciéndole:
–Muchos años ha y, por revelación de nuestro padre Sol, tenemos que pasados doce Incas desde el fundador, sus hijos verán venir gente nueva y no conocida en estas partes que ganará y sujetará a todo el imperio, a nuestro rey en esos tiempos y otros muchos. Yo sospecho que serán de los que sabemos que han andado por la costa de nuestro mar; será gente valerosa y sin escrúpulos que en todo nos dará ventaja. También sabemos que se cumple con mi reinado y mi familia aquella profecía, por lo que siento y certifico que pocos años después de que yo me haya ido, vendrá aquella gente nueva y cumplirá lo que nuestro padre Sol nos ha dicho y ganarán el imperio y serán señores de él para desgracia de todos».
Atahualpa fue sometido a la pena del garrote el 29 de agosto de 1533, después de que se le conmutara la muerte en la hoguera por aceptar la fe cristiana y ser bautizado con el nombre de Juan. Se le acusó de haber ordenado la muerte de su hermano Huáscar y conspirado contra los españoles, planeando un ataque a traición. Durante su funeral, hombres y mujeres se quitaron la vida para acompañar en el viaje a su alma.
En el mes de septiembre, Pizarro se encaminó a la capital del Tahuantinsuyo con parte de sus huestes, pero en el trayecto sufrió un intenso hostigamiento por parte de las desarticuladas tropas de los generales de Atahualpa, que aún no podían creer lo sucedido a su caudillo y señor.
Procurándose el apoyo de los indígenas contrarios al gobierno y aprovechando las intrigas y evidentes tensiones internas del incario, así como del caos reinante, los conquistadores nombraron en Cajamarca a Topa Hualpa, hermano del asesinado, como nuevo Inca, pero este murió envenenado por el general Calcuchimac, uno de los leales a Atahualpa, quien después sería quemado vivo por orden de Pizarro, como había hecho ya con muchos otros jefes y caciques de los pueblos que encontraron en el camino después de que desembarcaron y estos se resistieran a cooperar.
Desde Cajamarca hasta Qosqo había treinta y dos pueblos principales. Al cabo de dos meses, los ejércitos invasores, multiplicados por las decenas de miles de indígenas contrarios al Tahuantinsuyo, tomaron posesión de la capital que era el centro del incario sin hallar resistencia alguna. Este panorama facilitó que se multiplicaran las muertes de nobles y servidores, así como el saqueo y la destrucción de los templos y palacios. Estos ya habían sido parcialmente violados por los vencedores quiteños de la batalla de Quipaypan, que dejó un saldo de más de 180.000 muertos.
La ciudad de Qosqo –Llaqta que encontraron los conquistadores– albergaba alrededor de unas doscientas mil personas y estaba dividida en dos partes: Hanan Qosqo o Qosqo alto y Hurin Qosqo o Qosqo bajo. La línea divisoria era el camino del Antisuyo, que va hacia el Oriente a la selva. Era una ciudad grande y hermosa, repleta de construcciones monumentales, como templos y palacios, muchos de los cuales permanecían deshabitados buena parte del tiempo por ser residencias ocasionales de caciques y grandes señores que solo iban a la ciudad cuando se acercaba alguna celebración.
El primer barrio se denominaba Colcampata. Allí se había edificado el palacio del fundador Manco Cápac. La mayor parte de las casas eran de piedra finamente trabajada y otras tenían de piedra solo la mitad de la fachada. También había múltiples viviendas de adobe, trazadas con muy buen orden; las calles se disponían en cruz, muy rectas, todas empedradas y angostas. Contaban con fuentes de agua y alcantarillado. Había una plaza central cuadrada, llana y empedrada, y dispuestos alrededor de ella se alzaban los cuatro palacios de los señores principales, entre los cuales destacaba el de Huayna Cápac, de gran colorido, cuya puerta era de una piedra como el mármol, blanco y encarnado.
La ciudad tenía forma de puma con cabeza de halcón, cuyo plumaje erizado lo constituía la fortaleza templo de Sacsayhuaman, situada en lo alto de un cerro redondo y áspero desde el cual se dominaba todo el valle. La silueta estaba determinada por los ríos Tullumayo y Huatanay, que nacían una legua más arriba de Qosqo y que de allí descendían hasta llegar a la ciudad y que dos leguas más abajo se juntaban. Todo el camino estaba enlosado para que el agua corriera limpia y clara y para evitar desbordamientos cuando los ríos estuviesen crecidos. Unos puentes muy sólidos daban acceso a la ciudad, que había sido edificada varios miles de años antes de la llegada y asentamiento de los incas. Por aquel entonces su nombre era Acomama.
La fortaleza-templo que protegía la ciudad estaba formada por tres grandes terrazas con gran cantidad de aposentos y en su parte alta habían tres torreones: Muyoc-marca al Oeste, recinto redondo, Sallac-Marca en el centro, un recinto del agua y en el lado este el Paucar-marca o recinto precioso. La torre principal del Muyucmarca estaba hecha como un cilindro que sobresalía de un cubo, con cuatro o cinco cuerpos superpuestos. Las habitaciones y estancias de la torre eran pequeñas, construidas a base de piedras muy grandes, primorosamente labradas, tan bien ajustadas unas con otras que parecían no llevar cemento alguno, y tan lisas que simulaban tablas cepilladas.
Sacsayhuaman era una extensión tal que difícilmente podía ser recorrido por completo en un solo día. Todo el lugar era tanto un gran depósito de armas diversas como de vestimenta ceremonial. Estaba rodeado de grandes murallas. Había una en la parte del cerro que miraba hacia la ciudad sobre una ladera de mucha pendiente, y otras tres se levantaban a diferentes niveles en la parte posterior. La última era la más alta. Estas construcciones se extendían a lo largo de trescientos metros y estaban compuestas por descomunales bloques de granito gris de hasta 360 toneladas, algunos de los cuales alcanzaban alturas de nueve metros por cinco metros de ancho y cuatro metros de espesor. Estas extraordinarias proporciones permitían que una y otra muralla sirvieran de parapeto a grandes terrazas de tierra, como si se tratara de gradas gigantescas. Los terraplenes se conectaban a través de grandes puertas o puncos: Tiopunco, Viracochapunco y Acahuanapunco.
Abajo, en la ciudad, en el templo del Coricancha, la soldadesca europea quedó deslumbrada ante la magnificencia, el esplendor y el boato del santuario. Los conquistadores se encontraron con un edificio de regia factura, con muros de piedra ciclópeos, delicadamente trabajados en planos inclinados y puertas trapezoidales. El templo constaba de ocho grandes cámaras o habitaciones cuadradas cuyas paredes tenían por dentro y por fuera inmensas hojas y láminas de oro fino, con incrustaciones de esmeraldas y otras piedras preciosas. Destacaba en las paredes un gran disco de oro con la imagen de un dios situada encima de otro dios; un disco que supuestamente representaba al Sol, pero en cuyo