Colección de Julio Verne. Julio Verne
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-Hasta ahora, sin embargo, no he visto más que agua límpida, sin coloración alguna.
-Así es, pero al avanzar hacia el fondo del golfo verá usted el fenómeno. Yo recuerdo haber visto la bahía de Tor completamente roja, como un lago de sangre.
-Y ese color ¿lo atribuye usted a la presencia de un alga microscópica?
-Sí. Es una materia inucilaginosa, de color púrpura, producída por esas algas filamentosas llamadas Tricodesmias, tan diminutas que cuarenta mil de ellas apenas ocupan el espacio de un milímetro cuadrado. Tal vez pueda verlas cuando lleguemos a Tor.
-No es ésta, pues, la primera vez que recorre el mar Rojo a bordo del Nautilus.
-No.
-Puesto que antes se refería usted al paso de los israelitas y a la catástrofe de los egipcios, le preguntaré si ha reconocido usted bajo el agua algún vestigio de ese hecho histórico.
-No, señor profesor, y ello por una sólida razón.
-¿Cuál?
-La de que el lugar por el que pasó Moisés con todo su pueblo está hoy tan enarenado que los camellos apenas pueden bañarse las patas. Comprenderá usted que mi Nautilus no tiene agua suficiente.
-¿Dónde está ese lugar?
-Un poco más arriba de Suez, en ese brazo que formaba antiguamente un profundo estuario, cuando el mar Rojo se extendía hasta los lagos Amargos. Fuese milagroso o no el paso, lo cierto es que los israelitas ganaron por allí la Tierra Prometida, y allí fue donde pereció el ejército del faraón. Yo creo que si se hicieran excavaciones en esos arenales se descubriría una gran cantidad de armas y de instrumentos de origen egipcio.
-Es evidente -respondí-, y hay que esperar que los arqueólogos realicen algún día esas excavacíones cuando se erijan nuevas ciudades en el istmo tras la apertura del canal de Suez. Un canal inútil, por cierto, para un navío como el Nautilus.
-Pero de gran utilidad para el mundo entero -dijo el capitán Nemo-. Los antiguos comprendieron la utilidad para su tráfico comercial de establecer una comunicación entre el mar Rojo y el Mediterráneo, pero no pensaron en abrir un canal directo y tomaron el Nilo como intermediario. Muy probablemente, el canal que unía al Nilo con el mar Rojo fue comenzado bajo Sesostris, de creer a la tradición. Lo que es seguro es que, seiscientos quince años antes de Jesucristo, Necos emprendió las obras de un canal alimentado por las aguas del Nilo, a través de la llanura de Egipto que mira a Arabia. Se recorría el canal en cuatro días, y su anchura era suficiente para dejar paso a dos trirremes. Fue continuado por Darío, hijo de Hystaspo, y acabado probablemente por Ptolomeo II. Estrabón lo vio empleado en la navegación. Pero la escasa pendiente entre su punto de partida, cerca de Bubastis, y el mar Rojo lo hacía apto para la navegación tan sólo durante algunos meses al año. El canal sirvió al comercio hasta el siglo de los Antoninos. Abandonado, se cubrió de arena hasta que el califa Omar ordenó su restablecimiento. Fue definitivamente cegado en el año 761 ó 762 por el califa Almanzor, para impedir que le llegaran por él víveres a Mohamed ben Abdallah, que se había sublevado contra él. Durante su expedición a Egipto el general Bonaparte encontró vestigios del canal en el desierto de Suez, donde, sorprendido por la marea, estuvo a punto de perecer unas horas antes de llegar a Hadjaroth, el lugar mismo en que Moisés había acampado tres mil trescientos años antes que él.
-Pues bien, capitán, lo que no osaron emprender los antiguos, esta unión entre los dos mares, que acortará en nueve mil kilómetros la travesía desde Cádiz a la India, lo ha hecho el señor Lesseps, quien dentro de muy poco va a convertir a África en una inmensa isla.
-Así es, señor Aronnax, y puede usted sentirse orgulloso de su compatriota. Es un hombre que honra tanto a una nación como sus más grandes capitanes. Como tantos otros, ha comenzado hallando dificultades e incomprensión, pero ha triunfado de todo por poseer el genio de la voluntad. Es triste pensar que esta obra, que hubiera debido ser internacional, que habría bastado por sí sola para ilustrar a un reino, no hallará culminación más que por la energía de un solo hombre. ¡Gloria, pues, al señor de Lesseps!
-Sí, ¡gloria a este gran ciudadano! -respondí, sorprendido por el tono con que el capitán Nemo acababa de hablar.
-Desgraciadamente -continuó diciendo -no puedo conducirle a través de ese canal de Suez, pero podrá usted ver los largos muelles de Port Said, pasado mañana, cuando estemos en el Mediterráneo. -¡En el Mediterráneo! -exclamé.
-Sí, señor profesor. ¿Le asombra?
-Lo que me asombra es pensar que podamos llegar pasado mañana.
-¿De veras?
-Sí, capitán, aunque ya debería estar acostumbrado a no sorprenderme ante nada desde que estoy con usted.
-Pero ¿qué es lo que le sorprende tanto?
-¿Qué va a ser? La increíble velocidad que deberá usted exigir al Nautilus para que pueda estar pasado mañana en el Mediterráneo tras haber dado la vuelta a África y doblado el cabo de Buena Esperanza.
-Pero ¿quién le ha dicho que vamos a dar la vuelta a África? ¿Quién ha hablado del cabo de Buena Esperanza?
-¡Pero-… ! A menos que el Nautilus pase por encima del istmo, navegando por tierra firme…
-O por debajo, señor Aronnax.
-¿Por debajo?
-Sí -respondió tranquilamente el capitán Nemo-. Desde hace mucho tiempo, la naturaleza ha hecho bajo esta lengua de tierra lo que los hombres están haciendo hoy en su superficie.
-¡Cómo! ¿Hay un paso?
-Sí, un paso subterráneo al que yo he dado el nombre de Túnel Arábigo, y que partiendo desde un poco más abajo de Suez acaba en el golfo de Pelusa.
-Pero ¿no está compuesto el istmo de arenas movedizas?
-Sólo hasta una cierta profundidad. A cincuenta metros hay una sólida base de roca.
Cada vez más sorprendido, pregunté:
-¿Es el azar el que le ha permitido descubrir ese paso?
-El azar y el razonamiento, y diría que más el razonamiento que el azar.
-Capitán, le escucho, pero mis oídos se resisten a oír lo que oyen.
-¡Ah! Aures habent et non audíent, siempre ha sido así. Bien, no sólo existe el paso, sino que yo lo he atravesado varias veces. Si no, no me hubiera aventurado hoy en el mar Rojo.
-¿Sería indiscreto preguntarle cómo descubrió ese túnel?
-No puede haber nada secreto entre hombres que no deben separarse nunca.
Haciendo caso omiso de su insinuación, esperé el relato del capitán Nemo.
-Señor profesor, fue un simple razonamiento de naturalista lo que me condujo a descubrir este paso,