Por qué nos encantan los sociópatas. Adam Kotsko

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Por qué nos encantan los sociópatas - Adam Kotsko [sic]

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a métodos muy bien definidos. Podemos hallar abundantes ejemplos de esta estirpe en los reality shows, en especial en aquellos que, como Gran Hermano o Supervivientes, en realidad son concursos televisivos de larga duración. La sociopatía de los concursantes es un tema tan trillado que existen ya compilaciones en YouTube de participantes de realities proclamando: «No he venido aquí a hacer amigos». Sin embargo, incluso en aquellos realities menos encorsetados existe un elemento «arribista» gracias a la oportunidad de convertirse en una especie de icono cultural de órbita libre. Snookie en Jersey Shore y Sarah Palin en las presidenciales estadounidenses de 2008 son buenos ejemplos de este último fenómeno.

      Los arribistas también están bien representados en las series dramáticas, particularmente en aquellas destinadas al público adolescente como Gossip Girl o Glee. Entre las destinadas a públicos más cultivados, destaca Mad Men que ofrece en muchos sentidos el mejor ejemplo del sociópata contemporáneo, un hombre que abandona sus raíces rurales de clase baja enfundándose la identidad de otro soldado y luego trepa y progresa sin cesar hasta alcanzar la cima de la industria publicitaria. De un modo parecido, Stringer Bell, personaje de The Wire, trata de escapar del mundo del hampa invirtiendo las ganancias del narcotráfico para convertirse en un promotor inmobiliario fuera de toda sospecha, aunque no lo consigue del todo. Pese a que ambos personajes son hombres que se han hecho a sí mismos en el sentido estricto de la expresión, la paradoja de sus historias es que, si bien logran hasta cierto punto escapar de sus entornos sociales inmediatos, el precio que deberán pagar es seguir los dictados impersonales de las expectativas sociales.

      En esta categoría del arribista también podrían incluirse a otros jefes mafiosos como Tony Soprano o Al Swearingen, de Deadwood, si bien este último también podríamos ubicarlo en la siguiente y más «noble» categoría de sociópatas, la de los «justicieros». Muchos de estos personajes trabajan para las fuerzas del orden en cualquiera de sus variantes. Tal es el caso de McNulty en The Wire, Jack Bauer en 24 horas, la unidad corrupta de policía en The Shield, el personaje que interpreta Kyra Sedgwick en The Closer, o el agente del orden estilo vaquero de Justified. Estos personajes se entregan a sus trabajos con ardor sociópata; de conformidad con el trillado recurso de los dramas policiales, su experiencia profesional les hace perder la fe en la humanidad pero, aun así, están absolutamente enganchados al trabajo, lo cual, a su vez, les lleva una y otra vez a infringir las leyes. Jack Bauer, sin ir más lejos, es conocido por su afición a recurrir a la tortura para prevenir atentados terroristas, y McNulty llega en una ocasión a falsificar la existencia de un asesino en serie como respuesta a los recortes presupuestarios y acto seguido desvía a otras investigaciones los recursos ilimitados que se destinan a la caza del supuesto asesino. Aunque este fenómeno puede observarse también en ámbitos distintos de las fuerzas policiales, como ocurre en Dexter o House, por lo general el agente de policía corrupto es el modelo principal. En todos estos casos, las leyes se infringen a mayor gloria de la ley, para cumplir objetivos que la ley, si se aplicara al pie de la letra, no podría alcanzar. Estos personajes representan el «mal necesario» definitivo y gracias a sus inclinaciones antisociales impiden que el orden social se venga abajo.

      El recorrido de mi análisis avanzará, pues, desde el maquinador que se mueve en los estratos más bajos de la sociopatía, pasando por el arribista egoísta, hasta llegar a las más altas cotas del abnegado justiciero, y quizá incluso más arriba, hasta una forma de sociopatía más radicalmente sociópata si cabe. En definitiva, investigaré qué pueden enseñarnos todos estos personajes para que podamos hacer realidad la esperanza que anida en lo más profundo de nuestras fantasías sociópatas: la esperanza de que nosotros también podamos disfrutar de la sociopatía y podamos hacerlo en abundancia.

      11. «Awkardness» es un concepto central en la cultura estadounidense. En una aproximación apresurada, ilustra la sensación de incomodidad y desasosiego ante cualquier situación en que se produzca una disonancia entre expectativas sociales y realidad práctica que no se pueda salvar mediante el cinismo. Adam Kotsko le dedicó un ensayo en 2010, Akwardness, en el que indaga en el desarrollo histórico de este concepto y vaticina —filosóficamente— que el día en que presida todas las relaciones sociales habremos inaugurado una nueva fase histórica. Aquí, por comodidad, lo hemos traducido como «zozobra». (N. del trad.)

      I. Los maquinadores

      ∼ En un episodio doble de South Park, la estrella de la serie, Eric Cartman, une fuerzas con Bart Simpson contra un enemigo común: su nuevo rival en el terreno de los dibujos animados irreverentes destinados al público adulto, Padre de familia. Después de un breve debate sobre cuál de los dos niños es más gamberro y merece por lo tanto liderar el asalto, Cartman se alza con el triunfo cuando confiesa que una vez le dio de comer a un compañero de clase un plato de chili cocinado con la carne de sus padres. Lo verdaderamente notable de este incidente es que el chili caníbal de Cartman no es la única baza que tenía a su disposición para derrotar a Bart. Con solo diez años de edad, este colegial tiene a sus espaldas una destacable carrera en el arte tumultuario. En un episodio lo vemos caminando entre fetos muertos, lo que le da la idea de fundar una empresa que se dedique a la venta de fetos y células madre. En otro, después de una apuesta, crea un grupo de música cristiana que alcanza una fama formidable, metiendo la palabra «Jesús» en canciones de amor populares y componiendo temas originales del mismo jaez (como, por ejemplo, «Quiero ponerme de rodillas y complacer a Jesús»), para descubrir, al final, que la industria de la música cristiana concede Discos de Mirra en vez del Disco de Oro que necesita para ganar la apuesta, lo que le lleva a exclamar ante un público de cristianos escandalizados: «¡Que te jodan, Jesús!». Y aún otro capítulo nos lo presenta más o menos instalado como maestro de adolescentes urbanos en peligro de exclusión social y actuando como modelo de conducta al estilo de James Escalante en la película Lecciones Inolvidables; con la salvedad de que Cartman les enseña a hacer trampas (¡la senda hacia el éxito reservada a los blancos!) en vez de cálculo.

      Cuando no está tramando alguna maldad a gran escala, Cartman tampoco deja de hacer gala de su corrosiva personalidad. A semejanza de Archie Bunker, personaje de la época dorada de la ficción televisiva, Cartman toca todos los palos de la intolerancia. Es machista, como cuando se ríe de la idea del cáncer de mama pidiendo que le enseñen esas fantásticas «domingas asesinas». Es un racista redomado, como demuestra la saña con la que llama una y otra vez «negro del culo» al único niño negro de su clase (quien por cierto, en un sutil guiño, se llama en realidad Token).2 Pero ante todo es un antisemita, lo que le lleva a atormentar sin descanso a Kyle, su amigo judío, de quien desconfía siempre —y en un episodio, llevado por el entusiasmo después de haber visto La pasión de Cristo de Mel Gibson, llega a disfrazarse de Hitler y animar a los miembros de un club de fans de La Pasión a retomar la Solución Final—. También es un homófobo y clasista, como atestigua su diatriba contra los gays durante un episodio en el que se comporta como un paleto de pueblo sureño con la esperanza de llegar así algún día a convertirse en piloto de la nascar.

      No contento con su suma de maldad y prejuicios, Cartman es también quejica, déspota y egoísta. Tiene una voz irritante y estridente y, además, en lo que suele ser una condena a muerte en el recreo de una escuela, tiene graves problemas de sobrepeso. Es presentado, en pocas palabras, como el personaje más aborrecible en todas las facetas que quepa imaginar y la mayoría de sus compañeros de clase, incluyendo a sus supuestos «mejores amigos», lo odian. Al mismo tiempo, Cartman es demasiado malvado para contentarse con complots que pueda llevar a cabo en solitario, y las más de las veces termina enrolando a no pocos adláteres. Estos seguidores pueden ser completos desconocidos, como cuando lidera a un grupo de aficionados a la recreación de batallas de la guerra de Secesión y los anima a retomar las hostilidades, haciendo retroceder a las fuerzas de la Unión en una campaña tan decisiva que el presidente Clinton se ve obligado a anunciar formalmente su derrota. También puede rodearse de aquellos que lo conocen mejor, como sus tres coprotagonistas principales, Kyle (a quien insulta todo el día porque es judío), Kenny (a quien atormenta todo el día porque es pobre), Stan (de quien está celoso porque es medianamente

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