Por qué nos encantan los sociópatas. Adam Kotsko

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Por qué nos encantan los sociópatas - Adam Kotsko [sic]

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que deberían tener más seso? ¿Cómo explicar el atractivo de este maquinador repulsivo, no solo para sus compañeros ficticios de pantalla, sino también para la audiencia de la serie e incluso para sus propios creadores? Se cuenta que Trey Parker y Matt Stone, la dupla detrás de South Park, se inspiraron en sus propias vidas para crear los personajes de Stan y Kyle, lo que no ha sido obstáculo para que hayan afirmado en varias ocasiones que Cartman es su favorito, una debilidad compartida por la mayoría de fans de la serie. ¿Cómo explicar, pues, la fascinación generalizada por este niño malhablado?

      Para responder a esta pregunta, creo que será útil situar South Park en el género televisivo que hemos señalado en la escena que abre este capítulo: la animación para adultos. Eso significa, en primer lugar, relacionar South Park con su predecesor, Los Simpson, el fundador de la animación para adultos como género televisivo y, en particular, referir la figura de Cartman a la de Bart Simpson. ¿Por qué ha adquirido Cartman una posición tan central en South Park y Bart ha sido desplazado por su padre, Homer Simpson, como personaje central de Los Simpson? ¿Qué nos ofrece Cartman, qué fantasía satisface, y por qué ha triunfado donde Bart ha fracasado?

      De niño, no me dejaban ver Los Simpson. Hasta cierto punto era comprensible: mis padres eran bastante conservadores y la cadena Fox se relacionaba en aquel entonces con un tipo de material más bien obsceno y subido de tono, quizá gracias a la popularidad de la serie Matrimonio con hijos. Sin embargo, cuando hoy miro los primeros capítulos, me cuesta mucho ver algo que mis padres hubieran censurado de haber visto la serie ellos también. Qué duda cabe de que Bart es un alborotador, y el contexto clase baja de la serie quizá se prestaba a conductas groseras que mis padres no habrían aprobado. Sin embargo, en líneas generales, las correrías de Bart eran tal vez menos subversivas que el caos desmadrado que se presentaba en un capítulo cualquiera de Daniel el travieso. De hecho, si lo comparamos a este último personaje, Bart resulta bastante aburrido. No es inteligente y carece por completo de la viveza de Daniel el travieso. Además, casi siempre le falta el coraje de la convicción en lo que respecta a sus actividades alborotadoras, pues a menudo se arrepiente de sus trastadas o incluso intenta atajar los planes maléficos que ha puesto en marcha.

      Mal que les pese a las camisetas que proclaman a los cuatro vientos su orgullo de ser un mal estudiante, lo cierto es que, a tenor de las tramas de los episodios, Bart no deja de ser un chico bastante normal, por no decir mediocre. Bien es verdad que la serie tiene algún mérito si buscamos un retrato honesto de la infancia y los primeros capítulos que se centraban en los problemas de su hermana Lisa, más sensible y con una mayor curiosidad intelectual, a día de hoy siguen contándose entre los favoritos de los fans. Sin embargo, hacer gala de una inquebrantable honestidad no parece el camino más expedito para convertirse en la serie estadounidense más veterana en horario de máxima audiencia, galardón que Los Simpson cosechó en 2009. (El resultado más probable para un programa caracterizado por la honestidad, como es el caso de My So-Called Life —serie dramática ambientada en un instituto de secundaria—, es un éxito mundial de crítica, seguidores de culto entregados a la causa, cancelación de la serie después de una o dos temporadas, y ventas estables en dvd gracias a recomendaciones boca a boca de la «joya infravalorada».)

      En este sentido, una presentación más o menos directa y sincera de cualquier cosa no le pega nada a unos dibujos animados. Como otros muchos niños, recuerdo perfectamente que prefería las series de dibujos y que me aburría con la mayoría de programas con actores de carne y hueso por la simple razón de que en los dibujos animados puede ocurrir lo más inesperado. ¡Un coche viejo y soso puede transformarse en un robot! ¡Enormes tortugas antropomorfas pueden aprender artes marciales y luchar contra el crimen! ¡Los conejos pueden devolverles el golpe a sus cazadores (muchas veces vestidos de mujer)! A menudo las series con actores de carne y hueso presentan elementos fantasiosos similares, pero la principal potestad de la animación es precisamente esa, ya que, a diferencia de las imágenes reales, puede reproducir directamente el milagro de la televisión y el cine: el milagro de una imagen que cobra vida. Los predecesores de Los Simpson en el género de la sitcom de dibujos animados, Los Picapiedra y Los Jetson, tenían el elemento fantasioso incorporado y su gracia se debía en gran medida al intento de reproducir la cotidianidad moderna en un contexto completamente diverso, como ilustra el uso de dinosaurios como electrodomésticos o la sensible criada robótica. Podemos ver a un niño de nuestros días metiéndose en problemas y quizá aprendiendo de ello una lección moral, pero usar dibujos animados para presentar un producto familiar de esta naturaleza sería una lástima.

      Con el tiempo, los guionistas de Los Simpson parecieron darse cuenta de las limitaciones de situar a Bart como protagonista central de la historia y, en lo que se convertiría en un momento crucial en la historia de la animación para adultos, desplazaron paulatinamente el foco de interés hacia el padre de Bart, Homer Simpson. Hombre egoísta, ignorante y vago, muy dado a la bebida y también al maltrato infantil (el icónico «Pero serás...», seguido de la estrangulación), no parecía que la carrera de Homer como protagonista fuera a tener un largo recorrido. Y ello no solamente porque carezca de atractivo o por su aparente incompetencia para realizar correctamente cualquier actividad que no sea largarse al bar y defraudar todos los días a su mujer y a sus hijos. En principio, Homer debería ser tan aburrido como Bart, pero la vuelta de tuerca que los guionistas le dieron a la historia fue convertir al padre en un personaje émulo de Daniel el travieso, quien compensa su incompetencia mediante el poder adquirido por el hecho de ser un adulto; por ejemplo, tener dinero, poder conducir y hacerse acreedor de algún respeto y deferencia, aunque solo sea simbólico, por parte de los demás adultos.

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