Obras Completas de Platón. Plato
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Obras Completas de Platón - Plato страница 170
SÓCRATES. —Me presentas un joven de alma noble; dile que venga a sentarse cerca de nosotros.
TEODORO. —Lo deseo. Teeteto, ven aquí cerca de Sócrates.
SÓCRATES. —Sí, ven Teeteto, para que al mirarte vea mi figura, que según dice Teodoro, se parece a la tuya. Pero si uno y otro tuviésemos una lira, y aquel nos dijese que estaban unísonas, ¿le creeríamos al punto, o examinaríamos antes si era músico?
TEETETO. —Lo examinaríamos antes.
SÓCRATES. —Si llegáramos a descubrir que es músico daríamos fe a su discurso; pero si no sabe la música no le creeríamos.
TEETETO. —Sin duda.
SÓCRATES. —Ahora, si queremos asegurarnos del parecido de nuestras fisonomías, me parece que es preciso averiguar si Teodoro está versado o no en la pintura.
TEETETO. —Así lo creo.
SÓCRATES. —Bien, dime, ¿entiende Teodoro de pintura?
TEETETO. —No, que yo sepa.
SÓCRATES. —¿Tampoco entiende de geometría?
TEETETO. —Al contrario; entiende mucho, Sócrates.
SÓCRATES. —¿Posee igualmente la astronomía, el cálculo, la música y las demás ciencias?
TEETETO. —Me parece que sí.
SÓCRATES. —No hay que hacer mucho aprecio de sus palabras, cuando dice que hay entre nosotros, por fortuna o por desgracia, alguna semejanza respecto a nuestros cuerpos.
TEETETO. —Quizá no.
SÓCRATES. —Pero si Teodoro alabase el alma de uno de nosotros por su virtud y sabiduría, el que oyera este elogio ¿no debería apurarse a examinar el hombre por él elogiado, y descubrir sin titubear el fondo de su alma?
TEETETO. —Ciertamente, Sócrates.
SÓCRATES. —A ti corresponde, mi querido Teeteto, manifestarte en este momento tal cual eres, y a mí examinarte. Porque debes saber que Teodoro, que me ha hablado bien de tantos extranjeros y atenienses, de ninguno me ha hecho el elogio que acaba de hacerme de ti.
TEETETO. —Quisiera merecerlo, Sócrates, pero mira bien, no sea que lo haya dicho de broma.
SÓCRATES. —No acostumbra a hacerlo Teodoro. Así pues, no te retractes de lo que acabas de concederme, con el pretexto de haber sido una pura broma lo que dijo; porque en este caso sería necesario obligarlo a venir aquí a prestar una declaración en regla, que no sería ciertamente por nadie rehusada. Así pues, atente a lo que me has prometido.
TEETETO. —Puesto que así lo quieres, es preciso consentir en ello.
SÓCRATES. —Dime; ¿estudias la geometría con Teodoro?
TEETETO. —Sí.
SÓCRATES. —¿También la astronomía, la armonía y el cálculo?
TEETETO. —Hago todos mis esfuerzos para cultivar estas ciencias.
SÓCRATES. —Yo también, hijo mío, aprendo de Teodoro y de cuantos creo hábiles en estas materias. En verdad conozco bastante los demás puntos de estas ciencias, pero tengo una pequeña dificultad, sobre la cual estoy perplejo, y que deseo examinar contigo y con los que están aquí presentes. Respóndeme, pues: aprender, ¿no es hacerse más sabio en lo que se aprende?
TEETETO. —Sin duda.
SÓCRATES. —¿Los sabios no lo son a causa del saber?
TEETETO. —Sí.
SÓCRATES. —¿Qué diferencia hay entre este y la ciencia?
TEETETO. —¿Qué quieres decir con «este»?
SÓCRATES. —El saber. ¿No es uno sabio en las cosas que se saben?
TEETETO. —Sin duda.
SÓCRATES. —Por consiguiente, ¿el saber y la ciencia son una misma cosa?
TEETETO. —Sí.
SÓCRATES. —Aquí están justamente mis dudas, y no puedo formarme por mí mismo una idea clara de lo que es la ciencia. ¿Podremos explicar en qué consiste? ¿Qué pensáis de esto, y quién de vosotros lo dirá el primero? El que se engañe, hará el burro, como dicen los niños cuando juegan a la pelota, y el que sobrepuje a los demás sin cometer ninguna falta, será nuestro rey, y nos obligará a responder a todo lo que quiera. ¿Por qué guardáis silencio? ¿Os seré importuno, Teodoro, a causa de mi afición a la polémica, y del deseo que tengo de empeñaros en una conversación que puede haceros amigos y hacer que nos conozcamos los unos a los otros?
TEODORO. —Nada de eso, Sócrates. Invita a alguno de estos jóvenes, porque yo no tengo ninguna práctica en esta manera de conversar, ni estoy ya en edad de poder acostumbrarme, mientras que es conveniente a ellos, que sacarán mucho más provecho que yo. La juventud es susceptible de progreso en todas direcciones. Pero no dejes a Teeteto, ya que has comenzado por él, y pregúntale.
SÓCRATES. —Teeteto, ¿entiendes lo que dice Teodoro? Supongo que no querrás desobedecerle, ni en esta clase de cosas es permitido a un joven resistir a lo que le prescribe un sabio. Dime, pues, decidida y francamente lo que piensas de la ciencia.
TEETETO. —Hay que responder, puesto que ambos me lo ordenáis. Pero también, si me equivoco, vosotros me corregiréis.
SÓCRATES. —Sí; si somos capaces de eso.
TEETETO. —Me parece, pues, que lo que se puede aprender con Teodoro, como la geometría y las otras artes de que has hecho mención, son otras tantas ciencias; y hasta todas las artes, sea la del zapatero o de cualquier otro oficio, no son otra cosa que ciencias.
SÓCRATES. —Te pido una cosa, mi querido amigo, y tú me das liberalmente muchas; te pido un objeto simple y me das objetos muy diversos.
TEETETO. —¿Cómo? ¿Qué quieres decir, Sócrates?
SÓCRATES. —Nada quizá. Sin embargo, voy a explicarte lo que yo pienso. Cuando nombran el arte de zapatero, ¿quieres decir otra cosa que el arte de hacer zapatos?
TEETETO. —No.
SÓCRATES. —Por el arte del carpintero, ¿quieres decir otra cosa que la ciencia de hacer obras de madera?
TEETETO. —No.
SÓCRATES. —Tú especificas, con relación a estas dos artes, el objeto a que se dirige cada una de estas ciencias.
TEETETO. —Sí.
SÓCRATES. —Pero el objeto de mi pregunta, Teeteto, no es saber cuáles son los objetos de las ciencias, porque no nos proponemos contarlas, sino conocer lo que es la ciencia en sí misma.