Mensajes para los jóvenes. Elena G. de White

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Mensajes para los jóvenes - Elena G. de White Biblioteca del hogar cristiano

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heredadas y cultivadas, y cegar nuestros ojos acerca de nuestras propias necesidades y defectos. Únicamente comprendiendo nuestra propia debilidad, y mirando fijamente a Jesús, podemos estar seguros (El Deseado de todas las gentes, pp. 345, 346).

      42 Juan 15:5.

      26

      La batalla de la fe

      Muchos de los jóvenes no tienen un principio fijo para servir a Dios. Se rinden bajo cada nube, y no tienen poder de resistencia. No crecen en gracia. Aparentan guardar los mandamientos de Dios, pero no están sometidos a la ley de Dios, y ciertamente no pueden estarlo. Su corazón carnal debe cambiar. Deben ver belleza en la santidad; entonces suspirarán por ella como el cervatillo suspira por los manantiales de agua; entonces amarán a Dios y su ley; entonces será liviano el yugo de Cristo y ligera su carga.

      Si el Señor ha ordenado sus pasos, queridos jóvenes, no deben esperar que el camino sea siempre de paz y prosperidad exteriores. El camino que lleva al día eterno no es el más fácil de recorrer, y a veces parecerá oscuro y espinoso. Pero tienen la seguridad de que los brazos eternos de Dios los rodearán para protegeros del mal. Él quiere que tengan ferviente fe en él, y que aprendan a confiar en él tanto en la sombra como a la luz del sol.

       Fe viviente

      La fe debe morar en el seguidor de Cristo, porque sin esto es imposible agradar a Dios. La fe es la mano que se ase de la ayuda infinita; es el medio por el cual el corazón renovado late al unísono con el corazón de Cristo. Con frecuencia, el águila que se esfuerza por llegar a su nido es arrojada por la tempestad a los estrechos desfiladeros de las montañas. Las nubes, en masas oscuras, airadas, se interponen entre ella y las soleadas alturas donde ha fijado su nido. Por un momento parece aturdida, y se precipita de aquí para allá batiendo sus fuertes alas como si quisiese hacer retroceder las densas nubes. Con su grito salvaje, en sus vanos esfuerzos por encontrar la salida de la prisión, despierta a las palomas de las montañas. Por fin se lanza hacia arriba para atravesar la oscuridad, y da un chillido agudo de triunfo al surgir de ella un momento después y ver la serena luz del sol. Han quedado por debajo de ella la tempestad y la oscuridad, y la luz del cielo brilla a su alrededor. Llega a su amado hogar en el alto despeñadero, y se siente satisfecha. Atravesando la oscuridad, llegó a la luz. Le costó un esfuerzo hacerlo, pero ha sido recompensada logrando el objeto que buscaba.

      Es éste el único proceder que podemos seguir como cristianos. Debemos ejercer esa fe viva que penetra en las nubes que, como espeso muro, nos separan de la luz del cielo. Tenemos que alcanzar las alturas de la fe donde todo es paz y gozo en el Espíritu Santo.

       Un conflicto que dura toda la vida

      ¿Han observado alguna vez un halcón que persigue a una tímida paloma? El instinto ha enseñado a la paloma que, para que el halcón agarre su presa, debe volar por encima de su víctima. Por eso se eleva cada vez más en la bóveda celeste, perseguida siempre por el halcón, que quiere sacarle ventaja. Pero en vano. La paloma está segura mientras no permite que nada la detenga en su vuelo, o la haga ir hacia la tierra; pero si vacila una vez y vuela más bajo, su vigilante enemigo se arrojará sobre ella y la atrapará. Repetidas veces hemos observado esta escena con interés palpitante, simpatizando con la palomita. ¡Qué tristeza habríamos sentido al verla caer víctima del cruel halcón!

      Nos espera un conflicto, conflicto de toda la vida, con Satanás y sus seductoras tentaciones. El enemigo usará todo argumento, todo engaño, para enredar al ser humano; y debemos hacer esfuerzos fervientes, perseverantes, para ganar la corona de la vida. No debemos deponer la armadura ni dejar el campo de batalla hasta que hayamos ganado la victoria y podamos triunfar en nuestro Redentor. Mientras tengamos la mirada fija en el Autor y Consumador de nuestra fe, estaremos seguros. Pero debemos colocar nuestros afectos en las cosas de arriba, no en las de la Tierra. Por medio de la fe debemos elevarnos cada vez más en la adquisición de las gracias de Cristo. Contemplando diariamente sus incomparables encantos, debemos crecer más y más a la semejanza de su imagen gloriosa. Mientras vivamos así en comunión con el cielo, Satanás nos tenderá en vano sus redes (The Youth’s Instructor, 12 de mayo de 1898).

      27

      Apropiarse de la victoria

      Escasa idea tenemos de la fuerza que adquiriríamos si nos pusiéramos en contacto con la fuente de toda fuerza. Caemos repetidamente en el pecado, y creemos que deberá ser siempre así. Nos aferramos a nuestras debilidades como si fueran algo de lo cual debemos estar orgullosos. Cristo nos dice que debemos poner nuestro rostro como pedernal si queremos vencer. Él llevó nuestros pecados sobre su cuerpo en un madero; y por el poder que nos ha dado, podemos resistir al mundo, a la carne y al demonio. No hablemos, pues, de nuestra debilidad y falta de eficiencia, sino de Cristo y de su fuerza. Cuando hablamos de la fuerza de Satanás, el enemigo consolida más su poder sobre nosotros. Cuando hablamos del poder del Poderoso, hacemos retirar al enemigo. Al acercarnos a Dios, Dios se acerca a nosotros...

      Muchos de nosotros dejamos de aprovechar nuestros privilegios. Hacemos unos pocos débiles esfuerzos para practicar el bien, y luego volvemos a nuestra vieja vida de pecado. Si alguna vez hemos de entrar en el reino de Dios, será con carácter perfecto, sin mancha, arruga ni cosa semejante. Satanás trabaja con mayor actividad al acercarse el fin del tiempo. Tiende sus trampas, sin ser advertido por nosotros, para posesionarse de nuestra mente. Trata de todas maneras de eclipsar del ser la gloria de Dios. A nosotros nos toca decidir si él gobernará nuestro corazón y nuestra mente, o si tendremos un lugar en la Tierra nueva, un derecho a la heredad de Abrahán.

      El poder de Dios, combinado con el esfuerzo humano, ha obrado una gloriosa victoria en favor de nosotros. ¿No la apreciaremos? En Jesús nos fueron dadas todas las riquezas del cielo. Dios no quería que la confederación del mal dijese que él podía hacer más de lo que ha hecho. Los mundos que creó y los ángeles del cielo podrían dar testimonio de que él no podía hacer más. Dios tiene recursos de poder de los cuales todavía nada sabemos, y de éstos nos suplirá en nuestro tiempo de necesidad. Pero nuestro esfuerzo se ha de combinar siempre con el divino. Debemos poner en actividad nuestro intelecto, nuestras facultades perceptivas, toda la fuerza de nuestro ser... Si queremos hacer frente a la emergencia y armarnos como hombres que esperan a su Señor, si queremos trabajar para vencer todo defecto de nuestro carácter, Dios nos dará más luz, fuerza y ayuda (The Youth’s Instructor, 4 de enero de 1900).

       La fe y el deber

      La fe no es sentimiento. La fe es la sustancia de las cosas que se esperan, la demostración de las cosas que no se ven. Hay una forma de religión que no es más que egoísmo. Se deleita en los goces mundanos. Se satisface en contemplar la religión de Cristo, y nada sabe de su poder salvador. Los que poseen esta religión consideran livianamente el pecado porque no conocen a Jesús. Mientras están en esta condición, estiman el deber muy livianamente. Pero el cumplimiento fiel del deber va mano a mano con el debido aprecio del carácter de Dios (Review and Herald, 28 de febrero de 1907).

      28

      Cómo ser fuertes

      Cristo ha hecho toda provisión para que seamos fuertes. Nos ha dado su Espíritu Santo, cuyo oficio es recordarnos todas las promesas que Cristo ha hecho, para que tengamos paz y una dulce sensación de perdón. Si tan sólo mantenemos los ojos fijos en el Salvador y confiamos en su poder,

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