El futuro después del covid-19. Argentina Futura

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El futuro después del covid-19 - Argentina Futura

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como supo inventar M. Castells, hay una “virtualidad real”. Lo que ocurre en lo virtual no sucede en un trasmundo, sucede en el campo de las condiciones efectivas. No imagino que estoy viendo a alguien por pantalla y a distancia: es plenamente real que eso virtual acontece.

      Hay toda una línea de pensamiento que muestra que la tecnología no es contraria a lo humano, sino su continuidad. Discutible, cuando atendemos la actual crisis civilizatoria: pero atendible, dentro de cierto registro. Desde Mc Luhan a Simondon, la técnica no se percibe como un entorno, sino como extensión de lo humano/social.

      Pero ello no impide advertir los peligros que hacen a las actividades laborales -podría reemplazarse mucho trabajo humano por vía electrónica-, los problemas para derechos de autoría profesional (grabación de las clases de los docentes, por ej., que podrían ser usadas incluso para prescindir luego de estos), y el más grande de todos: la desocialización generalizada de la existencia.

      Si atendemos a que la sociedad son reglas e instituciones –como decía Durkheim-, las instituciones bien podrían tender ahora a su vaporización, a su evanescencia gradual por vía de una sociedad generalizadamente virtualizada.

      Habrá que discutir, pasada la cuarentena, los roles de lo virtual. Aquello que lo virtual facilita, pero también aquello a lo que no puede dársele lugar, aun cuando fuera “funcional” a cierta eficacia momentánea. Una sociedad sin encuentro y sin agregación de la vivencia de cada uno de sus miembros, sería una sociedad sin experiencia de lo colectivo. Por cierto, que el agrupamiento, la asociatividad y la muchedumbre tienen aún mucho por aportar en la historia. No puede aprovecharse la pandemia para que la utopía cibernética pueda consumarse de una vez para siempre, aquí y en todo el planeta.

      5. Capitalismo o sociedad industrial

      Marcuse sostuvo alguna vez la discusión: la crítica que la Escuela de Frankfurt hacía al capitalismo avanzado, en tanto crítica de la racionalidad instrumental, valía en relación con la sociedad desarrollada en general, incluyendo al productivismo del socialismo soviético.

      Estamos ante una crisis civilizatoria: el grupo Chuang, en su excelente trabajo sobre la pandemia en China, mostró que los virus crecen a partir del abigarramiento de las aves de corral y otros animales (cerdos, por ej.), producidos por su explotación masiva al ser objeto de tratamiento industrializado. Tratamiento que promueve también el cambio de las fronteras hacia el mundo animal no instrumentalizado aún, el cual queda también afectado en su hábitat, y se hace carne de enfermedades potenciales.

      La discusión sobre lo civilizatorio promovida por los ambientalistas reaparece aquí con toda su crudeza: la instrumentalización generalizada del mundo propia de la modernidad trae como consecuencia, no deseada pero inmanente, la aparición de pestes recurrentes. No cuesta advertir que en los últimos años han sido periódicas: vaca loca, gripe Aviar, Ébola y ahora COVID-19.

      Se señala entonces a la codicia automatizada del capital, como el motor de la depredación generalizada de la naturaleza. Y ello es indiscutible, pero a la vez no es evidente que una sociedad no-capitalista tomaría un camino no industrial ni maquínico a los fines de su propia supervivencia.

      El capitalismo agrega a la industria su función de autómata, su no-parar en el avance interminable. En ese sentido, Berardi apuntó bien: es la ocasión para aprender de una vida ralentizada. Es la ocasión de advertir que el seguir-adelante- siempre es un espejismo al que nos condena la lógica capitalista de la ganancia, ligada a la idea del crecimiento continuo y perpetuo.

      Pero es la sociedad industrial en su conjunto la que queda sometida a cuestionamiento. Y con toda la ambigüedad que en ello se implica. ¿Habrá que practicar eso que algunos han denostado como “pachamamismo”? ¿Es posible sostener al conjunto de habitantes de la Humanidad abandonando del todo el paradigma del avance técnico/industrial?.

      No lo sabemos. Pero sí sabemos que una lógica –la del capital montado sobre la técnica- está encontrando sus límites. O ya los ha hallado trágicamente. Habrá que revisar los principios. El capitalismo se niega, seguirá su función de autómata. Pero es nuestro deber histórico someter a cuestionamiento radical la idea prometeica del mundo organizado desde la instrumentalización, y reafirmar la nostalgia heideggeriana de una mundaneidad no colonizada por la compulsión al avance indefinido de la técnica.

      • • • • • •

      Roberto Follari es Licenciado y Doctor en Psicología por la Universidad Nacional de San Luis. Actualmente es Profesor titular de Epistemología de las Ciencias Sociales (Universidad Nacional de Cuyo). Ha sido asesor de la OEA, de UNICEF y de la CONEAU (Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria). Ganó el Premio Nacional sobre Derechos Humanos y universidad otorgado por el Servicio Universitario Mundial. Ha sido director de la Maestría en Docencia Universitaria de la Universidad de la Patagonia y lo es de la Maestría en Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional de Cuyo; y es miembro del Comité Académico de diversos posgrados. Ha sido miembro de las comisiones evaluadoras de CONICET. Ha sido profesor invitado de posgrado en la mayoría de las universidades argentinas, además de otras de Ecuador, Venezuela, México, España, Costa Rica, Chile y Uruguay. Autor de 16 libros publicados en diversos países, y de unos 150 artículos en revistas especializadas en Filosofía, Educación y Ciencias Sociales.

      Igualdad, solidaridad y nueva estatalidad. El futuro después de la pandemia

      Por Paula Canelo

      Más de una vez escuchamos que la excepción hace a la regla. En su significado más corriente, esta expresión quiere decir que, efectivamente, el caso que se desvía de la regla es el que confirma la normalidad del resto de los casos; es decir, a la regla misma. Hay otras interpretaciones para esta expresión que pueden resultar útiles, como punto de partida, para pensar y entender estos días excepcionales derivados de la pandemia de coronavirus. Y, también, para pensar el futuro de la Argentina.

      Que la excepción hace a la regla también significa que la observación de los momentos excepcionales nos permite ver más claramente las reglas que orientan la “normalidad”, cuando ciertas rutinas, velos, naturalizaciones, esconden o desdibujan las reglas que hacen al poder, a la sociedad, a los individuos. Digamos, entonces, que la excepción también muestra a la regla.

      Si es así, ¿qué hemos podido ver? ¿Qué nos ha mostrado, hasta hoy, la pandemia?.

      Primero, como probablemente ninguna otra experiencia social cercana, nos reveló cuan profundas son las huellas que dejó el neoliberalismo en nuestra sociedad. Más allá de la obvia afirmación que de su mano el individualismo avanzó entre nosotros (así como lo hizo en casi todo el mundo), es importante comenzar a preguntarnos, como lo hace el sociólogo François Dubet (2016), si es cierto que hemos comenzado a preferir la desigualdad, aunque afirmemos lo contrario.

      Nuestro neoliberalismo más cercano, el de los años 2015-2019, fue posible porque gran parte de nuestra sociedad apoyó un modelo que transformó a la Argentina en una máquina de producir desigualdades; y no sólo de pobreza, sino de distancias cada vez más abismales entre los más ricos y los más pobres. Y ese modelo fue acompañado por un relato que naturalizó la desigualdad, y que para ello retomó numerosos elementos del sentido común ya existente entre los argentinos y argentinas, produciendo otros nuevos (Canelo, 2019). Un relato centrado, entre otros elementos, en la condena de lo estatal y de lo político, y en la culpabilización (responsabilización) de las víctimas. Ese modelo, ese relato y ese sentido común fueron consagrados nada menos que por un 40,8% de nuestra sociedad en las últimas elecciones presidenciales de 2019, a pesar de la desastrosa performance económica del gobierno de Mauricio Macri, y a pesar de (¿o gracias a?) la desigualdad que había producido.

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