El futuro después del covid-19. Argentina Futura

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El futuro después del covid-19 - Argentina Futura

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presente en su “crítica de la economía política” surgía de una larga batalla contra la religión que se desplazaba ahora a comprender y transformar las relaciones de producción. Esta fusión entre discurso reflexivo y deseo de revolución caracteriza el nacimiento y la fuerza de la crítica moderna que llegó, en la obra de Marx, a penetrar en el misterio fundamental de la sociedad capitalista: el poder de un “objeto endemoniado, rico en sutilezas metafísicas y reticencias teológicas” cuya circulación perturba a la conciencia humana creando la impresión duradera de una doble realidad. Este objeto circulante, llamado “mercancía”, se presenta como un cuerpo particular revestido de una realidad fantasmagórica, que anima sus movimientos. La función de la moderna crítica es mostrar no sólo cómo se produce semejante desdoblamiento -de procedencia teológica- por el cual una existencia material sensible aparece como portadora de una misteriosa realidad espiritual o suprasensible (“valor”), sino también, y, sobre todo, develar que esa realidad suprasensible no es propiedad natural del cuerpo mismo de la mercancía (fetichismo), sino en la medida en que ese cuerpo expresa relaciones sociales capitalistas de producción.

      Un siglo después, Guy Debord, autor de La sociedad del espectáculo, aplica el mismo método crítico para dar cuenta, en las condiciones del capitalismo tardío, de la evolución de este “objeto endemoniado” que circula ahora bajo la forma de la “Imagen” en maduras condiciones de producción: “todo lo que antes se vivía directamente, se aleja ahora en una representación”. El mundo devenido espectáculo es un poderoso “instrumento de unificación” que reúne, en el régimen de lo visible, todo aquello que la imagen-mercancía separa en el orden de la vida. Como en Marx, el poder metafísico de la imagen “física” no deviene de su propio cuerpo, sino de su aptitud para viabilizar la división que recorre la constitución misma de lo social.

      ¿Hasta qué punto la intervención filosófica actual retoma el uso de los procedimientos de la crítica moderna para dar cuenta de la circulación de un nuevo “objeto endemoniado”, virus físico a cuya realidad metafísica se le atribuye el milagro de la interrupción momentánea de la sacrosanta dinámica de la economía de mercado? ¿Quiere, aún, la filosofía investigar en qué medida este cuerpo mínimo expresa las postmodernas relaciones de producción, abriendo el campo de aquello que sería deseable transformar en las relaciones humanas, con lo humano y lo no humano?.

      Rita Segato vinculó recientemente la circulación del COVID-19 a lo que Ernesto Laclau denominaba el “significante vacío”. A diferencia de la tradición que -de Marx a Debord- lee sintácticamente al objeto “endemoniado” para descubrir en él la clave de comprensión de las relaciones de producción, el “significante vacío” pasa por alto este reenvío a la materialidad productiva de los cuerpos y apunta directamente a las leyes del lenguaje en las que se dirime la lucha interpretativa. La reacción de Segato consiste en devolver significación a la materia microscópica del virus para escuchar ahí, en esa voz inaudible de lo no-humano, un sentido previo que pertenece a la materia primera sobre la que se constituye toda disputa política. Una voz que se limita a recordar que la humana no es la especie única en esta tierra ni le cabe aspirar a la eternidad. Y que su propio futuro se dirime en su capacidad de imaginar, mediante el empleo de la crítica y el reencuentro sensible con la materia, un continuum virtuoso con la vida no-humana.

      El mes de marzo impulsó a lxs pensadores críticos a la escritura. Algunxs de ellxs, los maestros de la argumentación occidental, reconocidos por sus aportes previos, tendieron a justificar la validez de sus contribuciones y a comunicar el uso de sus nociones claves en la nueva coyuntura global provocada por la llamada zoonosis. La intervención más resonante, y quizás también la más polémica fue la de Giorgio Agamben, para quien la reacción de los Estados contra la pandemia ejemplifica de manera lineal su lección sobre la figura del Estado de excepción como clave de comprensión de los dispositivos de control. A la respuesta escéptica del pensador Jean-Luc Nancy, llamando a tomar en serio la gravedad de la pandemia, siguió la defensa del profesor Roberto Espósito, para quién la filosofía debe advertir sobre el paradigma biopolítico de poder que domina la acción de los estados. El interés académico del diagnóstico se agota en el pesimismo ontológico de los autores. Otro contrapunto resonante fue el de Byung Chul-Han contra Slavoj Zizek. Si el último ve en el colapso sistémico en curso la oportunidad de un nuevo comunismo; el primero, en cambio, lee un capitalismo reforzado por las tecnologías y formas disciplinarias puestas en juego en países del oriente del planeta. En ambos casos lo que falta es la identificación de sujetos de transformación. Tampoco Alain Badiou encuentra novedades subjetivas en la situación. Para él asistimos a la mera repetición agravada del mismo fenómeno (la propagación de epidemias y catástrofes), y el coronavirus se deja explicar con los saberes ya disponibles. Sólo Judith Butler se atrevió a insinuar una posibilidad diferente, en torno a la gestión desigualitaria del aparato sanitario norteamericano podría renacer un nuevo deseo de igualdad, comunicado quizás por el propio virus.

      También tomaron la palabra con notable repercusión una variedad de escritorxs cuya palabra descansa en enarbolar diversas estrategias de subjetivación ligadas a minorías activas, grupos autogestivos y militancias alternativas o movimientos sociales, que aportan descripciones sobre las mutaciones en el plano de la vida ligadas tanto a los afectos que moviliza o bloquea la crisis, como a la reconfiguración de los espacios, el papel de las redes, o las tácticas del pensamiento para encontrar sentido ante lo que se presenta como un nuevo apocalipsis desde una perspectiva emancipadora. Paul B. Preciado, Verónica Gago, Franco Berardi (Bifo), o Amador Fernández Savater, entre otrxs, han narrado en tiempo real la pandemia y en nombre de los diversos movimientos sociales llaman a colocar en el centro nuevas experiencias estéticas, terapéuticas o políticas fundadas en los cuidados, en la suspensión de la sujeción financiera (la deuda), o la huelga de alquileres, la reapropiación de artefactos tecnológicos y de redes sociales y en el acceso común a bienes y disfrutes. Intentan, también, anticipar y desarmar las jugadas con las que podría responder el aparato de control. Su especificidad es la de dar cuenta del desafío de sostener politizaciones ligadas a micropolíticas de la existencia estimuladas y a la vez amenazadas por las condiciones precarias de vida y, ahora, por la formación de bloques de una unanimidad represiva. En esta serie de intervenciones destaca el colectivo Chuang, cuyo texto “Contagio social: guerra de clases microbiológica en China”, ofrece una lectura de las líneas de fuerza y fragilidad, así como de las zonas de emergencia desde las cuales investigar la posibilidad de rupturas y creación de alternativas políticas y subjetivas, a partir de una analítica aguda e informada de las condiciones actuales de producción.

      En el contexto sudamericano hubo, sobre todo, dos intervenciones que valen la pena comentar, por el modo específico en que enlazan la reflexión en torno a la pandemia con los procesos políticos o las coyunturas nacionales.

      Vladimir Safatle da cuenta de que, en Brasil, frente a una izquierda completamente neutralizada, sin estrategia ni disposición al combate, es la derecha la que enfrenta la pulsión demente del neofascismo liderado por Bolsonaro. Safatle afirma que Bolsonaro es capaz de esconder los cuerpos de los muertos por el Coronavirus, encarnando y radicalizando -junto al bloque económico que lo apoya- el inconsciente esclavista del Estado brasileño. El descuido sanitario de la población y la precarización económica de los trabajadores consuma el rasgo suicida que, según Safatle, es la gran novedad del Estado brasileño en su fase actual. El neofascismo no busca gobernar la crisis sino movilizar al país según una racionalidad que proviene de sus estructuras necropolíticas, que considera sujetos a cuya muerte no iría ya ligado el luto ni el dolor. ¿Pesimismo ontológico u oportunidad urgida de pensarlo todo de nuevo?.

      Por su lado el ensayista y profesor argentino Horacio González, retoma y analiza detenidamente el debate filosófico en boga para referirse los modos en que los distintos discursos públicos abordan la crisis trazando transversales que permitan crear un espacio de vacilaciones productivas introducidas por la novedad de las circunstancias -no necesariamente “acontecimientos” a la Badiou- y, al mismo tiempo rescatar el filo crítico (esa función del pensar que Walter Benjamin identificaba con la advertencia de un “aviso de incendio”),

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