El futuro después del covid-19. Argentina Futura

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El futuro después del covid-19 - Argentina Futura

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fuerzas más allá de la idea-Estado hasta aquí conocida, para experimentar con nuevas instituciones comunes, a partir de un reverdecer de la crítica de la economía política tal como la vienen practicando diversos movimientos sociales en lucha. El Estado fuerte activa mecanismos de salvación excepcionales que bien se podrían convalidar como regularidades habituales para el tiempo que viene. Pasando del aislamiento impuesto por el aparato de coerción, al mismo aislamiento, pero regulado por la reflexión comunitaria de los cuidados; del gobierno del miedo a la contemplación de los lenguajes con los que pensar lo que viene; una reflexión que bien puede estar extendiéndose de una imagen restringida a una ampliada de los cuidados públicos (abarcando las formas de producción, circulación y consumos).

      Las fuerzas que esperamos, si no quedan secuestradas en el mito de un Estado salvador del capital, remiten, en términos políticos, a un reencuentro con los fundamentos del poder colectivo y los mecanismos de creación de igualdad que en nuestra historia corresponden con el lenguaje de la revolución. Marx escribió que la revolución opone cierto grado de desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad a los modos de propiedad que en determinada fase lo bloquean. Las revoluciones, sobre todo, son momentos de conmoción general, en las que se agitan las condiciones económicas de la producción. Pero también son tiempos en los que se derriban las formas jurídicas, políticas y religiosas, artísticas o filosóficas con que las personas nos explicamos los conflictos. Se trata de un pensamiento muy riguroso, que combina la dimensión objetiva de la crisis con los modos subjetivos de procesarla. Más aún, la crítica de la economía política tiende a cancelar, como lo vio con toda claridad Georg Lukács, la distinción entre lo objetivo y lo subjetivo, reintroduciendo la subjetividad común como nueva fuerza reorganizadora del conjunto. Marx creía que la humanidad jamás se planteaba enigmas que no pudiera resolver. Quizás sean estas preguntas que nos hacemos el preciso valor de este momento.

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      Diego Sztulwark (Buenos Aires en 1971). Estudió Ciencia Política en la Universidad de Buenos Aires. Es docente y coordina grupos de estudio sobre filosofía y política. Fue miembro del Colectivo Situaciones de 2000 a 2009 y de Tinta Limón Ediciones. Coeditó la obra de León Rozitchner para la Biblioteca Nacional y es coautor de varios libros, entre ellos Buda y Descartes, La tentación racional (Cactus, 2016), junto con Ariel Sicorski, Vida de Perro y Balance político de un país intenso del 55 a Macri (siglo veintiuno, 2018), basado en sus conversaciones con el periodista Horacio Verbitsky.

      El coronavirus, Argentina y la compresión del tiempo

      Por Vicente Palermo

      He sido invitado a reflexionar sobre una cuestión que, a primera vista, parece de abordaje imposible: la Argentina a la salida de la pandemia. Agradezco profundamente la gentileza, así como la oportunidad de tomar parte en diálogos difíciles y necesarios.

      Creo que hay tres enfoques politológicos relevantes – porque es en ese plano, el propiamente político, que mantendré mi análisis – para pensar la cuestión. Desde luego no son los únicos posibles, pero son los que hoy por hoy encuentro más útiles.

      El primero se relaciona con la presentación real del fenómeno en nuestras vidas: en este caso, la pandemia. Me refiero, por supuesto, a su inmenso poder destructivo, tanto el ya manifestado como el potencial –morbilidad y deterioro económico-, y todos los efectos sociales consecuentes. Aunque no estamos en condiciones, a la fecha (primeros días de abril de 2020), de precisar el daño, sabemos que está siendo y será grande. Esto me permite evocar análisis clásicos sobre la decadencia de las naciones y las condiciones de superación de la misma.

      La Argentina es una nación en declinación desde hace, al menos, 45 años. Ha retrocedido económica y socialmente tanto en términos relativos como absolutos. No compro el discurso “decadentista” y no tengo intención de endilgar a nadie esta trayectoria colectiva periclitante. La observación de algunos ejemplos históricos, de países que han conseguido revertir dramáticamente una declinación de largo plazo, identifica en la trayectoria algún punto de inflexión: una crisis abismal, una catástrofe, que desarticula las redes económicas, sociales y políticas conservadoras beneficiarias y reproductoras de la declinación, fijando, digamos de golpe, nuevos incentivos, que hacen posible la prosperidad y una mayor inclusión social. ¿Se podría pensar que la pandemia ofrecería a la Argentina una experiencia análoga? Lamentablemente parece muy difícil, aunque la posibilidad no puede ser descartada de antemano. El problema es que nuestro país tiene una experiencia de situaciones críticas que han arrojado una y otra vez resultados conservadores. Lejos de alterar los incentivos en una dirección que apunte a la prosperidad y la inclusión, las crisis han reforzado las posiciones conservadoras, corporativas, económicas y políticas. Los sectores cuyos intereses están ligados al viejo orden en declinación, y que persiste y se refuerza a lo largo de sucesivos gobiernos, logran frenar o vetar cualquier intento de cambio modernizador. Mientras escribimos estas líneas, sólo para dar un ejemplo, somos testigos de un episodio turbio relacionado a las compras del sector público a precios muy superiores a los estipulados por el propio sector público, episodio cuyo desenlace todavía está pendiente. Pero, en suma, desde este ángulo no hay motivos para contemplar con optimismo el escenario posterior a la pandemia. La posibilidad de que una vez más, el resultado de la crisis sea el refuerzo de los incentivos, para los agentes económicos y sociales, que nos empujen hacia una mayor declinación, es muy alta.

      De cualquier modo, este enfoque –el impacto transformador de una mega destrucción– reconoce una variante leve, y quizás más prometedora: las ventanas de oportunidad que pueden abrir las crisis. No hace falta prestar una excesiva atención para percibir –por ejemplo– un incremento importante de las expectativas públicas sobre roles de agentes clave, como el propio estado, las agencias formuladoras de políticas sociales, etc. Crisis como la presente le abren, en teoría, la ventana a vientos favorables a la reformulación de las políticas sociales (por ejemplo, ¿qué se puede decir sobre cómo está organizado el sistema de salud?), así como a los impulsos por el “fortalecimiento de las instituciones estatales”, por lo menos en la retórica, y con más suerte en el debate. Pero, ¿podemos pensar que tendremos algo concreto? ¿Un efectivo progreso al respecto? Para que así fuera, tendría que establecerse una sinergia, y no un juego de suma cero, entre el Estado, el capitalismo y el mercado. Somos algo pesimistas sobre el punto. ¿Qué coalición se creará, diferente a la conservadora? ¿Habrá recolocación de incentivos, un progresismo tributario que no castigue la inversión, que no sea pasto de la apropiación privada y pública de rentas, y que deje atrás las distorsiones del federalismo rentístico argentino? Tampoco aquí la experiencia pasada es promisoria. Aunque no pueden descartarse innovaciones, por un lado porque la demanda social por mejores y menos costosas políticas tenderá a fortalecerse a lo largo de la evolución de la pandemia (el reclamo contra los “costos de la política”, por muy aparatoso que haya sido, es significativo), y por otro lado porque hoy comienza a configurarse claramente, en la sociedad argentina, una agenda de modernización capitalista que no es neoliberal y que, al mismo tiempo, pone fichas a la competitividad y a la productividad. Entonces, en este caso la crisis puede rendir sus frutos: porque en alguna medida la destrucción –que no es deseada sensatamente por nadie– puede ser destrucción creativa.

      De cualquier modo, no cabe duda de que el uso, consciente o no, de una crisis para hacer agenda (para lograr que la agenda pública y la agenda política den mayor relevancia a las cosas que nos importan) va a ser una arena de disputa. La retórica de que la crisis es una oportunidad para los grandes cambios que deseamos está en todas partes. Se atribuye, por caso, “la aparición de gran parte de estos virus a la destrucción del hábitat de especies silvestres para plantar monocultivos a gran escala”. Arrimar agua para el propio molino es un recurso del debate democrático. Pero, en el fondo, lo que pueda hacerse o no, no va a depender solamente de los recursos que se empleen en el debate sino de la propia acción política en todas sus dimensiones. Lo que nos lleva al siguiente punto.

      El

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