El futuro después del covid-19. Argentina Futura

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El futuro después del covid-19 - Argentina Futura

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del gobierno de Alberto Fernández y del Frente de Todos, cuya frase inaugural probablemente haya sido la de “empezar por los de abajo para llegar hasta todos”, que fue muy celebrada desde lo simbólico, pero ampliamente resistida por muchos sectores en la práctica concreta y cotidiana.

      Estas resistencias a la solidaridad no están mostrando de ninguna forma los síntomas de aquella “argentinidad desviada” o “anormal” que ya ocupó demasiadas páginas en nuestros libros de ciencias sociales. Lo que revelan es algo más profundo: el debilitamiento del valor de la igualdad como principio rector de nuestra sociedad. Porque no es posible la solidaridad sin una idea común, previa, de igualdad. Y uno de los éxitos culturales más contundentes del neoliberalismo, a través de la producción de ese relato legitimador de la desigualdad del que hablábamos, fue lograr que ya no nos consideremos iguales, que ya no nos veamos los unos a los otros como semejantes. Y si es así, ¿por qué deberíamos tener que aceptar “pagar por el otro”, como se pregunta Dubet? ¿Por qué deberíamos ser solidarios?.

      Lo poco que sabemos hasta hoy sobre cómo nos cambió la pandemia es que, a simple vista, nos devolvió una cierta sensación de igualdad, de pertenencia a una misma comunidad. Alteradas las rutinas cotidianas y las certidumbres, el “enemigo invisible” nos igualó. Hoy nos percibimos todos igualmente vulnerables ante su amenaza, todos igualmente inseguros, todos igualmente temerosos. Y como todos podemos ser afectados si los demás se afectan también, en gran medida el problema del otro tiende a convertirse en un problema de todos.

      La pandemia nos igualó; y acto seguido, también nos mostró la profunda desigualdad en la que vivíamos. Por ejemplo, entre algunos de nosotros parece haber crecido la conciencia del propio privilegio: el de tener una casa habitable, un trabajo, un sueldo asegurado (o ahorros disponibles), educación, alimentos, salud, seguridad. Otros, posiblemente, nos encontramos por primera vez compartiendo aquellos problemas que antes sentíamos lejos (no llegar a fin de mes, no poder pagar el alquiler, subalimentarnos, etc.), aunque “normalmente” sí atravesaban a los sectores más frágiles o vulnerables de nuestra sociedad (trabajadores informales, desocupados, precarizados, pobres, etc.). Pero, ¿modificó la pandemia nuestro vínculo con la desigualdad? ¿De qué forma? Porque ante la expectativa concreta de “pagar por el otro” las actitudes varían entre la disposición a la solidaridad, por un lado, y la afirmación en el individualismo y la policialización en el vínculo con los demás, por el otro.

      Dijimos al principio que había varios significados posibles para la frase la excepción hace la regla. Un tercer significado, no menos importante que los que ya señalamos, es que la excepción es una oportunidad para construir nuevas reglas. Que modifiquen, luego, las condiciones de una nueva “normalidad”, post- pandemia, sobre la que tenemos pocas certezas, pero sobre la que sí sabemos que será, al menos en parte, nueva.

      Para construir nuevas reglas el paso decisivo es la construcción de una nueva estatalidad. Porque hoy parecemos asistir a la generación de dos consensos, inestables, pero consensos al fin. Primero, que la máxima autoridad para definir y jerarquizar los problemas de la sociedad, y distribuir sus riesgos y costos, es el Estado. Hoy vuelve a ser reveladora la idea ya señalada por el historiador Alexander Gerschenkron (1962), entre otros, de que no existen en la sociedad instituciones capaces de distribuir los riesgos con eficacia, y que por eso quien debe distribuirlos es el Estado. Segundo, que, para las mayorías, el Estado ha dejado de ser considerado como un problema, como lo fue durante la larga era neoliberal, para pasar a ser una solución, según la potente caracterización del sociólogo Peter Evans (1996).

      Más aún: en la pandemia actual, el Estado no sólo es visto como una solución, sino como la única. Esta situación inédita amplía decisivamente el margen de oportunidad para discutir y construir las reglas que organizarán nuestro futuro post-pandemia. La “resolución” de la pandemia, en el sentido de la construcción de una nueva normalidad, es una disputa que se resolverá en acto, en proceso, a medida que avanzamos hacia ella. Por eso, es ahora el momento de discutir cuál es la nueva estatalidad que queremos para nuestro futuro.

      Preguntémonos primero qué Estado nos falta. Las respuestas a esta pregunta serán muchas: porque no será lo mismo responderla hoy, a poco de desatada la pandemia en nuestro país, que dentro de una semana; y porque el Estado no le “hace falta” de igual forma a un/a empleado/a en blanco que a un/a trabajador/a informal o a un/a trabajador/a desocupado/a; a una gran empresa que a una PyME; a un/a jubilado/a, que a un/a estudiante, o que a una ama de casa.

      ¿Cuál es el Estado “faltante” que nos mostró la pandemia? Hasta hoy vimos en acción algunas de las incapacidades del Estado que teníamos. Observamos muchas dificultades para distribuir con eficacia y efectividad los costos de la pandemia, y para lograr que muchos sectores, incluso los que más tienen, acepten resignar una parte de lo propio, aunque lo que esté en juego sea la vida del otro (tal el caso, por ejemplo, del impuesto a la riqueza). Muchas de estas carencias del Estado fueron puestas en evidencia y potenciadas durante la pandemia, por las rupturas de todo tipo que la misma produjo, pero venían siendo arrastradas desde mucho antes. Lo que hizo la pandemia fue volverlas más visibles, y en muchos casos, mucho más graves. Vimos a un Estado que, aún replegado sobre sus funciones esenciales (la preservación de la vida, la salud, la alimentación, la seguridad), sólo pudo cumplirlas parcialmente. Hubo áreas completas que no encontraron o que no cumplieron su rol en la crisis; muchas dificultades de articulación y coordinación entre las distintas áreas (sociales, políticas, económicas) y niveles del gobierno (nacional, locales), y al interior de los mismos; y hasta incapacidad para prever y ejecutar medidas básicas, como la atención bancaria, algunas prestaciones previsionales y/o sociales básicas, el control de abastecimiento y precios, la coordinación de las medidas propias de las distintas etapas de la cuarentena obligatoria.

      ¿Fue difícil? ¿Fue un desafío inesperado gobernar a una sociedad bajo pandemia? Sin dudas. ¿Muchas falencias fueron suplidas por un esfuerzo humano importante en muchos niveles, y sobre todo por un liderazgo presidencial claro y sensato? Probablemente. Pero recordemos que de lo que estamos hablando es del Estado, y no del gobierno que ejerce la conducción política de ese Estado.

      Preguntémonos ahora qué Estado queremos. Porque descubrir qué Estado nos falta, es lo que nos pone, en gran medida, en condiciones para discutir sobre una nueva estatalidad. Sobre las condiciones para lograr un Estado que sea capaz de producir y cuidar lo que nos es común (aquello que se encuentra en la tensión entre lo general y lo particular). Eso que nos hace comunidad en la diversidad que se muestra diariamente en barrios, sindicatos, clubes, empresas, partidos políticos, movimientos sociales; diversidades étnicas, culturales, religiosas, lingüísticas, de género, etc. Construir lo que nos es común rejerarquizando a la igualdad como valor y a la solidaridad como regla es decisivo, indispensable, en tiempos de creciente desigualdad y fragmentación social.

      Estamos acostumbrados (en parte así lo indica el sentido común sobre el Estado) a pedir o “menos burocracia” o una “burocracia autónoma” de las influencias, presiones y tensiones de la sociedad. Sin embargo, la pandemia nos mostró que la capacidad estatal no está vinculada necesariamente con el aislamiento del Estado. Por el contrario, en muchos casos, la vinculación previa de distintas agencias y burocracias estatales con actores más o menos organizados de la sociedad (sindicatos, organizaciones de trabajadores desocupados, movimientos sociales y políticos, etc.) potenció notablemente la resolución de los problemas más graves y urgentes. Aquí, el área social fue un ejemplo claro, pero no fue la única.

      Si queremos que esa nueva estatalidad esté basada en la capacidad del Estado para producir lo que nos es común y cuidarlo, ¿cómo lograrla?.

      El primer plano, retomando la expresión de Sebastián Abad y Mariana Cantarelli (2012), es reconstruir el pensamiento estatal: no nos referimos a un pensamiento sobre el Estado, sino a un pensamiento específico del Estado. El Estado debe construir sentido, además de ser la cristalización de ese sentido. Porque uno de los máximos triunfos del neoliberalismo fue lograr que

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