Comedias de humor. José Ignacio Serralunga

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Comedias de humor - José Ignacio Serralunga Teatro

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mi alma de veneno,

      me ha dejado como un reno

      y este tipo la perdona.

      MARCO ANTONIO: Sus deudas ya le condona

      si es que no lo detenemos.

      (Desesperado, el Guapo se lanza sobre Gabriel y lo inmoviliza tomándolo por detrás para impedir que actúe en defensa de la Gorda.)

      GUAPO: ¡Clamo al poder de la noche!

      ¡Que el castigo sea eterno!

      ¡Que la maldiga el averno!

      ¡Que la despose el demonio!

      ¡Llévatela, Marco Antonio,

      que se pudra en el infierno!

      MARCO ANTONIO: A mi juego me llamaron.

      Su alma será del de abajo,

      y aunque me costó trabajo,

      yo te digo a vos, Gabriel,

      piedra tijera papel,

      te gané esta vez ¡Carajo!

      Que se haga la voluntad

      de este señor que me ordena.

      ¡Que nunca acaben sus penas!

      ¡Que su alma se petrifique!

      ¡Que con el diablo fornique

      mientras le sopla la quena!

      GORDA: Tenga piedad de mi alma.

      Yo lo único que anhelo

      es una nube en el cielo,

      fresca y blanda, de algodón.

      Si me manda pal fogón

      se me chamusca hasta el pelo.

      MARCO ANTONIO: Ya es muy tarde, mi señora,

      agárrese del caballo,

      que antes de que cante el gallo

      la enviaré con el de rojo.

      Cierre muy fuerte los ojos

      ¡Y que la parta este rayo!

      (Lanza un rayo, la Gorda cae fulminada, se hace una pausa terrible. Pueden ser dos rayos, ya que es muy fuerte. Gabriel, liberándose del Guapo, va hacia ella.)

      GABRIEL: Qué mala pata, la Gorda,

      terminar de esta manera.

      Tiene olor como a madera

      chamuscada por el fuego.

      MARCO ANTONIO: No le sirvieron los ruegos,

      ya debe estar en la hoguera.

      GUAPO: Señores, me doy por hecho,

      hicieron un buen laburo.

      Les convido con un puro,

      compartan mis alegrías,

      les invito una sangría

      si no tienen mucho apuro.

      MARCO ANTONIO: Vaya nomás, eso sí,

      antes de irse con la mina,

      o a chupar a una cantina,

      si puede colaborar...

      unos pesitos dejar...

      nuestro sueldo es su propina.

      GUAPO: Ustedes digan el precio,

      yo lo pago con gran gusto.

      Y perdonen por el susto

      que les hice yo pasar,

      si no los iba a matar.

      MARCO ANTONIO: Diez mil pesos, precio justo.

      Considere que el cadáver

      hay que desaparecer.

      Usted no querrá correr

      ningún riesgo con la cana,

      para esconder a la dama

      algún gastito hay que hacer.

      GABRIEL: La única condición

      que deberá usted cumplir

      es ya nunca concurrir

      a su antiguo domicilio.

      Es el costo del auxilio

      que acaba de recibir.

      GUAPO: Está bien. ¿A qué volver

      a esa casa tan chiquita?

      La rubia tiene más guita

      que un traficante de coca:

      Tiene un palacio en la Boca

      y una estancia en Mar Chiquita.

      Arrivederchi, muchachi,

      se vemo en otra ocasión.

      Me está esperando el minón

      dentro de una limusín,

      para estrenar un bulín

      en pleno Constitución. (Sale el Guapo)

      GABRIEL: Así fue que coronamos

      nuestra fructífera unión.

      Le sacamos de garrón

      diez mil pesos al fulano,

      repartimos vamo y vamo,

      y brindamos con un ron.

      MARCO ANTONIO: Y la señora, verán,

      (la Gorda se incorpora)

      puso el cerebro en acción,

      planificó la función

      de la audiencia con el Guapo,

      le pasó en la jeta el trapo

      y lo trató de cabrón.

      GORDA:

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