Video Green. Крис Краус
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Pasé la noche con él en Binghamton, a 290 kilómetros. Hablamos y nos besamos y no hicimos nada S/m, y Martin parecía encontrar eso hermoso. Dijo:
–Siento que necesitas más mi ternura que mi dominación –y añadió–: No hay nada como una jerarquía de necesidades.
Por la mañana, mientras tomábamos café, hablamos sobre los utopistas y reformistas del norte del estado de Nueva York durante el siglo XIX y Martin dijo cosas perspicaces e inteligentes. Me dijo que quería ser mi musa para la escritura y me dio varios regalos antes de marcharse: la taza de viaje de su esposa muerta, un picahielos y un libro de cuentos del escritor gótico irlandés Sheridan Le Fanu.
Me gustaría saber, me escribió por email algunos días después, qué clase de relación conmigo encontrarías más emocionante. No debería ser menos que emocionante. Y luego: En un mundo de personas que buscan miserablemente a “el” compañero, dos corazones se disparan ante la perspectiva de encontrar a “un” compañero. Qué alegría, el comenzar una relación de esta forma.
Martin tenía un trabajo que no le interesaba en Binghamton, un lugar donde no quería vivir. Pero amaba su sofá. Era un diván victoriano tapizado de leopardo, que había sido fabricado para una conocida película de terror. Se lo había comprado por e-bay a un director de arte australiano y después había reeditado el DVD de la película, subrayando las escenas que mostraban su sofá. En comparación con las limitaciones de su situación, el entusiasmo de Martin parecía conmovedor. Había tenido un problema con la bebida a los veinte. Como muchos alcohólicos, tenía más sensibilidad e inteligencia de lo que podría haber usado en la vida. Entonces, cuando Martin volvió a escribirme preguntándome si quería “compartir un encuentro” con él y su novia de Toronto, me sentí conmovida.
De vuelta en Thurman, Mark me prestó un pequeño y extraño libro escrito por un profesor del colegio comunitario local, el historiador de arte Sheldon Hurst. El libro, que era en realidad un catálogo de arte, se titulaba: The William Bronk Collection: It Becomes Our Life [La colección de arte de William Bronk: se vuelve nuestra vida] (2000). Documentaba la colección arte que el poeta William Bronk había donado a la escuela. Bronk había ganado el premio American Book Award en 1978, y vivió casi toda su vida solo en la gran casa amarilla de Hudson Falls, donde había nacido. Donó la colección de arte al colegio dos años antes de su muerte, en 1999. Mark recordaba muy bien a Bronk, aunque no por su poesía. Mark recordaba a William Bronk como el anciano agradable cuya familia poseía la tienda de madera y carbón Bronk. Siempre se lo podía ver comprando una caja o dos de fruta en el evento organizado por el pueblo para recaudar fondos.
It Becomes Our Life presenta un puñado de poemas de Bronk impresos junto a las reproducciones de algunas de las obras de su colección. Los poemas son impactantes informes directos sobre el misticismo agnóstico de Bronk y sobre los placeres que encontraba en la abstracción visual. Intelectualmente elegantes, pulidos y tiernos, los poemas son pequeños argumentos sobre el poder de lo intangible, montados con un pragmatismo pedregoso. En el poema titulado “Asombro”, Bronk escribe: “Quizás no se esperaba que habláramos/en arte, de valores trascendentes, presumiendo, por supuesto/ la intención de alguien o algo./ Presunción innecesaria: a la trascendencia no le importa/ nada si la intención existe o no…”. El arte que acompaña los poemas es una mezcla ecléctica de pinturas, litografías y esculturas de artistas “menores” del siglo XX, amigos del poeta, cuyos trabajos eludieron las categorías de los movimientos más importantes. Aunque por sí solas las imágenes puedan parecer comunes y corrientes, cada uno de los poemas que las acompaña expresa el subtexto de la obra. Es como si Bronk hubiera visto lo mismo que vio el artista y escribiera a través de la pintura.
Hurst, un amigo cercano de Bronk, habla de la naturaleza metafísica de los poemas en su ensayo de introducción. Ve la poética sofisticada, aunque directa, de Bronk como una consecuencia de la simple receptividad. “Bronk se rodeaba de arte en su casa –escribe Hurst–. Para él las palabras mirar y escuchar, ver y oír eran la verdadera base de una sensibilidad y apertura artísticas.” El texto de Hurst era notablemente original y sentido para cualquier historiador de arte, y aún más para uno que enseñaba en un colegio comunitario. Era extraordinario. A pesar de estar producido por completo en la región, no había nada en absoluto “regional” en este libro.
La segunda vez que Martin y yo nos vimos fue en el hotel Embassy Suites de Binghamton, una tarde de diciembre antes de las navidades. Esta vez, trajo una cámara digital de video y algunos accesorios “adultos” para que practicara y me preparara para nuestro “encuentro” con Catherine, su “esclava de placer” de Toronto. Hay una imagen de aquella tarde que me envió después. La foto tenía el discreto título de “Jpg.Still”, y está ahora en la papelera de mi ordenador.
–Creo que es posible –le dije entonces riéndome nerviosa–, que tengamos una relación discreta. En un sentido categórico.
Me sentía tan mal por todos esos pervertidos online que solían escribir “discreto”, cuando en realidad lo que querían decir era una relación no divulgada. La imagen Jpg tenía una luz plateada como la de una impresión de gelatina de las primeras fotografías en blanco y negro. Pasamos la noche en su casa, y cuando estuvimos en el famoso diván, Martin hizo el primer comentario sobre mi torpeza. Me dijo que tenía que cambiar mi cabello, y también maquillarme mucho más.
Bronk nació en 1918, en Pearl Street, Hudson Falls, en la misma gran casa amarilla en la que murió. Era el único hijo de la rama del norte del estado de Nueva York de una familia colonial holandesa que tenía todo un distrito con su nombre: el Bronx. Bronk asistió a la Universidad de Dartmouth durante mediados de la década de 1930. Se inscribió en Harvard para realizar un posgrado; abandonó después del primer año. Mientras estaba en Dartmouth, Bronk pasó dos veranos en la Cummington School for the Art, donde, ya como un joven poeta, se enamoró de todos los pintores. Eran tan poco verbales, tan intensos, estaban comprometidos con la figuración apasionada que luego se practicaría en la New York Studio School: pinturas llenas de sangre y sudor, una especie de transferencia física. Antes de convertirse en directora de cine, Shirley Clarke pintó a Bronk con diecinueve años como un Cristo de Goya bohemio. Herman Maril, Vincent Canadé y Clarke, que estaban en la residencia de Cummington, se convirtieron en sus amigos de toda la vida. Después de Harvard, Bronk pasó dos años en el ejército y luego regresó a Hudson Falls, donde se quedó para administrar la tienda de su familia en la calle Parry.
Según cuentan los amigos de Bronk, su vida en Hudson Falls tenía una especie de encanto a lo Frank Capra. Los días comenzaban con una caminata de Pearl Street hasta la tienda de McCann, donde recogía el periódico de la mañana. Era miembro del consejo de la Biblioteca pública de Hudson Falls, y todas las damas de allí decían “Buenos días, señor Bronk” cada vez que él entraba. En Pearl Street, todos los vecinos lo conocían como “Bill, el hombre del carbón y la leña”. Mientras tanto, se escribía con Charles Olson, Cid Corman y George Oppen, los grandes padrinos del objetivismo de su era. Mientras afuera los hombres arrastraban gruesas maderas, Bronk permanecía en su oficina, inclinado sobre un enorme escritorio de roble que había pertenecido a su padre, escribiendo oscuros y profundos poemas metafísicos. Como señala su amigo, el escritor Paul Pines, “el interés de Bill en el negocio familiar era mínimo”.
¿Cómo hizo Bronk para sobrevivir? Da la impresión de haber sido ambiguo respecto a su oscuridad completamente buscada. Durante años, se sintió satisfecho publicando volumen tras volumen en una pequeña editorial de un amigo en New Rochelle. Cuando, por insistencia de George y June Oppen, la editorial New Directions finalmente publicó su sexto libro de poesía, Bronk dijo: “Cuando The World, the Wordless (1964) se publicó, me sentí desnudo. Y después, me di cuenta de que nadie estaba mirando”.
Desde un punto de vista biográfico, a Bronk se lo suele comparar con el poeta