Damas de Manhattan. Pilar Tejera Osuna

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Damas de Manhattan - Pilar Tejera Osuna Mujeres en la Historia

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que una bróker se hiciera con un asiento en la Bolsa de Nueva York, y nunca más dos hermanas volvieron a causar tanto revuelo en el mundo bursátil.

      Algunos medios se cebaron con un estilo sarcástico. El Herald publicó: «Las jóvenes, dulces y hermosas como manzanas, hechizadas por lo que habían visto y oído, salieron de allí pensando que existían más cosas por las que vivir aparte de los cosméticos, el acicalamiento, la moda y el orgullo». Pero el debut financiero en el parqué, donde amasarían una fortuna, probó la creencia de Victoria de que las mujeres podían mantenerse a sí mismas, podían prosperar si se atrevían a intentarlo: «Les aseguro que los hombres nos respetarán por nuestros actos», afirmó.

      Los dividendos obtenidos fueron el colchón económico que Victoria necesitaba para declarar la guerra a la sociedad, para emprender su cruzada por los derechos civiles, para hacer oír su voz en la causa feminista. Ella, que procedía de una familia deprimida, que había tenido que huir del infierno, conocía el sentido de palabras como abnegación, trabajo, ambición, y no le asustaba el reto de luchar por sus ideas. Las sufragistas, las liberales, las emprendedoras se abrían camino en el país y ella había visto con sus propios ojos como muchas se organizaban abiertamente, montaban asociaciones, hablaban de cambiar su lugar en una sociedad dominada por los hombres, luchaban por el sufragio femenino…

      Victoria quería más, y se propuso encarar frontalmente los problemas de la sociedad. Si una oradora lo tenía difícil para ser invitada a habar ante audiencias mixtas, comprendió que tenía a su disposición una poderosa arma: la prensa. ¿Y, que mejor que su propio periódico? ¿Qué mejor forma de hacer llegar sus proclamas que un diario de su propiedad? En 1870, el Woodhull & Claflin's Weekly, fundado por ella y por Tennessee salía a la calle, al principio con una modesta tirada, pero lograría atraer a muchos suscriptores. Lo que comenzó siendo un diario con escasos contenidos enfocados en los derechos por la igualdad, evolucionó hasta abordar una amplia variedad de temas. En él, Victoria fue vertiendo sus controvertidas opiniones sobre temas tabú, abordando cuestiones como la educación sexual, el uso de faldas cortas o el voto femenino, pero también temas tan visionarios como el amor libre, la alimentación vegetariana o la legalización de la prostitución.

      Victoria Woodhull ya era una figura conocida en Nueva York, pero fue con sus demandas ante un comité del Congreso de los Estados Unidos con lo que realmente puso de manifiesto su inteligencia y su particular forma de abordar un tema que las sufragistas llevaban décadas enfocando erróneamente. En aquella memorable sesión y también su primera aparición pública, sostuvo que la población femenina ya tenía el derecho de votar (solo tenían que utilizarlo), ya que la decimocuarta y la decimoquinta enmienda a la Constitución garantizaban la protección de ese derecho para todos los ciudadanos. Poseía todos los elementos necesarios para ser una oradora de éxito, para que sus palabras se quedaran suspendidas en la cabeza de las personas que la escuchaban, y su argumento atrajo la atención de todo el país hacia el sufragio femenino con un enfoque sin precedentes. Un auditorio de ondeantes pañuelos acogió la llamada a la revolución de Victoria Woodhull. La líder de las sufragistas en los Estados Unidos, Susan B. Anthony, escribió la siguiente carta: «Querida Victoria, acabo de leer tu discurso. Está por delante de todo lo dicho o escrito, bendita sea tu querida alma por cuanto estás haciendo para ayudar a romper las cadenas que nos atan». La guerra por el sufragio tenía un nuevo caudillo.

      Durante aquel tiempo Victoria Woodhul habló ante grandes audiencias, viajó por el país pronunciando conferencias, escribió, atendió entrevistas. Para ella, la lucha por la igualdad no era simplemente una cuestión de lograr el acceso a las urnas; sino de ganar un derecho mucho más básico: el de la autopropiedad. «Las mujeres no pueden limitarse a ser demócratas o republicanas. Deben ser algo más —declaró—, deben ser seres humanos y formar parte del gobierno. Hasta ahora, han abrigado escasas ideas políticas y por ello deben ser impulsadas a pensar más».

      Fue una figura con una visión periférica de la vida. Una máquina de pensar, de actuar, con ideas que quiso hacer extensibles al resto de la sociedad, ideas respecto a las condiciones laborales de los trabajadores, a las leyes, la política, la economía, el comercio e incluso al ejército. «Deberá tenerse previsto un Tribunal Internacional, al que se remitirán las disputas de los pueblos y naciones para el arbitraje, sin apelación a las armas; dicho tribunal mantendría solo un ejército y una armada internacional». Sus propuestas visionarias casi asustan. Varias generaciones después, muchas de sus propuestas han sido implementadas y algunas aún están en debate.

      Parecía que Victoria Woodhull ya había recorrido su propio sendero en favor de la justicia, pero guardaba aún un as en la manga. En 1872 anunció en el Apollo Hall de Nueva York que se presentaba candidata a la presidencia de los ee. uu. por el partido Equal Rights que abogaba por el sufragio femenino y la igualdad de derechos. Proponía, además, como vicepresidente, nada menos que a un afroamericano, el reformador social y abolicionista Frederick Douglass. Aquello ocurría cuatro décadas antes de que se aprobara el sufragio femenino. Algo impensable.

      Durante su campaña electoral llevó a cabo punzantes campañas criticando la hipocresía en los círculos de poder, incluyendo el de la religión. Las reformas que propugnó para la clase trabajadora en detrimento de la elite «corrupta y capitalista», fueron muy controvertidos. Abogó por el derecho de la mujer a decidir con quién casarse, derecho a divorciarse y a tener la custodia de los hijos sin la interferencia del Gobierno. Y desde luego vivió según los preceptos de libertad que ella misma predicaba: Llevaba conviviendo simultáneamente y desde hacía años, con dos de sus esposos. Victoria encandilaba a las masas, hipnotizaba al público que llenaba los aforos de las salas donde hablaba. Gente que no solía asistir a las conferencias de las sufragistas, pagaba de buen grado la entrada cuando ella hablaba. Le llovían las invitaciones para hablar, pero también acabó granjeándose poderosos enemigos.

      Su meteórico ascenso estaba a punto de acabar en desastre. El día antes de las elecciones presidenciales fue arrestada bajo el cargo de enviar por correo «material obsceno», algo penado por la ley. El origen de aquel supuesto delito estaba en la publicación de un artículo sobre el romance adúltero de un prominente ministro religioso. En este caso los detractores de Victoria supieron dar con argucias jurídicas ya que se trataba de información publicada en su diario y enviado a los suscriptores. Aquello sumó gran cobertura mediática a su candidatura, pero impidió que prosiguiera con su campaña electoral.

      Victoria siguió luchando por sus ideales, aunque en un momento dado la suerte le dio la espalda. Fue acusada de prostitución, de difamación y pornografía. Se sentó varias veces en el banquillo de los acusados y fue encarcelada. A partir de ahí cayó en desgracia, se arruinó y fue abandonada.

      Menos de un año después de divorciarse de su segundo marido, exhausta y deprimida, decidió poner tierra por medio y emigró a Inglaterra. Al poco de llegar a Londres fue invitada a pronunciar un discurso. Era su primera aparición pública como conferenciante en la ciudad y lo hizo en el St. James's Hall el 4 de diciembre de 1877 ante un abarrotado auditorio. Por uno de esos maravillosos giros del destino, entre los asistentes estaba John Biddulph Martin, un banquero británico que había acudido picado por la curiosidad. Al escucharla, sintió algo como no había sentido jamás, y en ese momento, decidió que haría de ella su esposa. Victoria tenía cuarenta años, pero seguía conservando íntegro su magnetismo. Él, era cuatro años más joven.

      Victoria Woodhull pasó el resto de sus días en Inglaterra. Tras enviudar de su tercer esposo se dedicó a proyectos filantrópicos hasta su muerte, acaecida en junio de 1927 cuando tenía ochenta y ocho años. Apodada por sus admiradores «Reina Victoria» y por sus detractores como «Mrs. Satán», fue posiblemente la mujer más notable de su época. Tal vez la razón de su caída fue que se había adelantado a su tiempo. Varias generaciones después de su muerte, muchas de las reformas que postuló han sido implementadas y algunas aún están en debate.

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