Damas de Manhattan. Pilar Tejera Osuna

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Damas de Manhattan - Pilar Tejera Osuna Mujeres en la Historia

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Waldorf también popularizó el servicio de habitaciones.

      No dispuesta a vivir junto a la última atracción de Nueva York, Lina Astor, ya viuda, primero contempló derribar su residencia y reemplazarla por establos. En 1897, decidió sustituirla por otro hotel de diecisiete pisos de altura, el Astoria, por el apellido familiar. Ella y su hijo John Jacob Astor IV encargaron una espléndida mansión doble construida en Manhattan, algo más arriba de la 5.ª Avenida, en los números 840 y 841, cerca de la intersección con la calle 65.

      Tiempo después el gestor hotelero que ya era propietario del Waldorf, el millonario y hombre hecho a sí mismo George C. Boldt, medió entre los primos y alquiló el Astoria fusionando ambos hoteles bajo su administración. Un corredor de mármol de más de cien metros conectaba los dos edificios: Waldorf-Astoria. La entrada situada en Park Avenue se conocía como The Ladies Lobby (el vestíbulo de las damas) y el bar Peacock Alley (el paseo de los Pavos), posiblemente en referencia a los elegantes clientes que se pavoneaban de caminar por allí.

      El Waldorf Astoria fue testigo de acontecimientos históricos, de encuentros políticos, de amores secretos y conspiraciones millonarias. Las primeras audiencias del Senado para investigar el hundimiento del Titanic en 1912, en el que murió, por cierto, uno de los hijos de Lina Astor, tuvieron lugar allí cuatro días después del desastre.

      A finales de la década de 1920 el hotel se había vuelto obsoleto y en 1928, tras la muerte de los dos primos Astor, los herederos vendieron el terreno donde se levantaba a unos promotores inmobiliarios. Un año después, tras décadas alojando a distinguidos clientes procedentes de todo el mundo, el Waldorf Astoria original cerró sus puertas. El nuevo establecimiento se levantó quince manzanas más al norte, en el número 301 de la lujosa Park Avenue. En una transmisión radiofónica emitida desde la Casa Blanca, el presidente Hoover elogió la apertura del nuevo Waldorf Astoria. El edificio de 47 pisos y que cubría una manzana entera disponía de dos mil doscientas habitaciones. Hoy, por uno de esos azares del destino, este hotel —durante décadas símbolo de la riqueza y poder neoyorquino— pertenece a una aseguradora china.

      En el terreno de primer Waldorf Astoria se levantó nada menos que el Empire State Building.

      La mujer que alcanzó mayor notoriedad en el Nueva York de mediados y finales de siglo pasó sus últimos años en su vivienda asomada a Central Park sufriendo de demencia periódica, hasta morir en 1908 con setenta y ocho años de edad. Sus restos fueron enterrados en el cementerio de la iglesia Trinity, en la intersección de Broadway y Wall Street, una zona que ella tal vez no habría considerado a su altura social, pero donde hoy comparte residencia con otros ilustres estadounidenses. Su hija menor, Carrie, erigió un cenotafio en su memoria que todavía puede verse.

      Posiblemente, Lina Astor, la remilgada y elegante dama que fascinó con su elegancia y buen gusto, se esté revolviendo en su tumba mientras la mole del Empire State, las tiendas de recuerdos para turistas y los puestos de hot dog ocupan el lugar de la que un día fue, sin duda, la más respetable residencia de Manhattan.

      VICTORIA WOODHULL

      (1838-1927)

      Nada es imposible

      Woodhull, Claflin & Co. abrió sus puertas al público oficialmente el 5 de febrero de 1870, extendiendo el aroma perfumado de una nueva raza de brókeres a través de los pasillos financieros hasta aquel momento dominados por los olores masculinos de los cigarros y el champán.

      Mary Gabriel. Biógrafa de Victoria Woodhull

      Pocas mujeres han sido tan sorprendentes como Victoria Woodhull. Fue una líder del movimiento por el sufragio femenino en los Estados Unidos. Además abogó a favor de los derechos sociales y de las reformas laborales, apoyó fervientemente el amor libre, pasó varias veces de la pobreza a la riqueza, se casó tres veces, fue venerada, perseguida, apresada… Se trata de uno de esos espíritus renacentistas que al llegar al meridiano de su vida ya había hecho lo que la mayoría de sus coetáneos no lograrían hacer en varias reencarnaciones. Había recorrido los ee. uu. pronunciando conferencias, había abierto una agencia bursátil en Wall Street sin saber nada del mundo financiero, había fundado un periódico, había sido la primera dama en hablar en un comité del Congreso de los ee. uu., y se había presentado candidata a la presidencia del país. Lista, ambiciosa, elocuente, envolvente… fue una de esos genios con visión de futuro, alguien que no se rendía a las circunstancias que le habían caído en suerte. Que en un momento dado decidió recomponerse como persona y como mujer. Y vaya si lo hizo…

      Victoria Woodhull nació el 23 de septiembre de 1838 siendo la sexta de diez hermanos. Pese a ser hija de un delincuente de poca monta y de no haber recibido educación, siempre imaginó para sí un futuro brillante. Se trataba de una niña despierta, con determinación y talento, una rara joya en una familia pendenciera e indolente que vivía en una cabaña de Homer, Ohio, considerada como lo peor de la ciudad.

      Un año después de su primer matrimonio, a los quince años con un alcohólico que le doblaba la edad y el nacimiento de su hijo, deficiente mental, se hizo la promesa de convertirse algún día en líder en la causa feminista. Estaba determinada a que ninguna mujer padeciera tan joven del desamor ni ofreciera su cuerpo a cambio de seguridad económica, ya fuese a través del matrimonio o en la calle.

      En 1868, con una mano delante y otra detrás, llegaba a Nueva York lista para realizar ese sueño. Le acompañaba su hermana menor, Tennessee, con la que había recorrido en caravana los campos en barbecho y las ciudades aún en ruinas tras la Guerra Civil, ofreciendo sus servicios como clarividentes y sanadoras espirituales. De su padre, Victoria había aprendido si no a quebrantar la ley, sí a sortearla, y de su madre la habilidad de «comunicarse con los espíritus», y con tan peculiar equipaje se dispuso a abrirse camino en la ciudad en la que tan profunda huella dejaría.

      A finales de siglo xix, las mujeres siguen estando sometidas a un severo escrutinio social. Su comportamiento, su forma de vestir, sus compañías, su estado civil y sus ocupaciones son juzgados implacablemente. Nadie que ose salirse de las normas impuestas a una dama respetable, escapa de la reprobación. Ni siquiera en Nueva York. Y ahí estaba Victoria Woodhull, decidida a cambiar el estado de las cosas. Con treinta años recién cumplidos y toda una vida por delante, empezó a hacerse un lugar mientras asumía el impacto de aquella gran ciudad. Se había elaborado una lista mental con los derechos que correspondían a los más desfavorecidos, a los trabajadores y a la mujer. En este último caso, derechos inalienables como el de pensar, opinar, trabajar, votar, o «ser felices»… pero para emprender esa lucha había que contar con dos importantes ingredientes: dinero y respaldo.

      En 1870, dos años después de su aterrizaje en Manhattan, abrió una agencia bursátil en Wall Street. Fue su primer paso para lograr sus objetivos. Aquello provocó una auténtica conmoción en los círculos financieros de la ciudad. Era la primera firma de corretaje abierta por mujeres en el corazón de Nueva York. Cornelius Vanderbilt, uno de los hombres más ricos del país, estaba detrás de ello. Al poco de conocer a las hermanas había quedado embrujado. Victoria, era un auténtico ciclón intelectual. Teneesse, la más joven, pura sensualidad… A sus setenta y tres años se convirtió en uno de los pacientes de las hermanas «sanadoras» antes de tomar como amante a Tennessee. Mientras ellas le hablan de los espíritus y del destino escrito en su mano, él les mostraba los secretos de las finanzas, el camino del poder. Vanderbilt las adiestró, las encumbró.

      Todos los medios del país se hicieron eco de la noticia de la agencia bursátil, entre otros The Sun, que hizo sonar la alarma con el titular: «Enaguas entre los toros y los osos de Wall Street». El primer día de su apertura y desde primera hora de la mañana un revuelo de curiosos se agolpó en la acera frente a la oficina situada en el 44 de

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