Ciudad y Resilencia. Отсутствует

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Ciudad y Resilencia - Отсутствует

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alrededor de las grandes cadenas de supermercados y poco (o nada) en torno a las pequeñas producciones más sostenibles o incluso en los derechos de las personas que trabajan en la industria agroalimentaria. En Estados Unidos, cuando estalló la pandemia en el corazón del país, el presidente no hizo mucho por garantizar el funcionamiento de la industria farmacéutica o la puesta en marcha de servicios sanitarios especiales en la sanidad privada. Sin embargo, a finales de abril Trump llegó a firmar una orden ejecutiva para que la gigantesca industria cárnica se mantuviera abierta por decreto, mientras se disparaban los contagios en las fábricas de despiece y envasado. En el Estado español, las cajeras han sido transformadas, a través de campañas en internet y spots publicitarios, en heroínas y firmes defensoras del #QuedatEnCasa, mientras Mercadona las uniformaba y sonreía con las puertas abiertas al fondo de las imágenes.

      En paralelo, la agricultura de proximidad era descarrilada de sus canales de comercialización de proximidad: mercadillos y mercados de productoras suspendidos, a pesar de que podían asegurarse las medidas sanitarias, como evidenciaron en localidades de País Vasco o Galicia; distribuidoras que han recibido dinero público para incorporar de forma simbólica productos de hortalizas y lácteos de alguna pequeña productora; sanidad orientada a las medidas químico-sanitarias y a los mensajes de tranquilidad ante el temor de acudir a las nuevas catedrales del consumo de comida como único destino posible, haciendo invisible otra realidad que sí nos alimenta y nos nutre.

      El cercamiento a favor del negocio de la comida ha avanzado. El grueso del negocio permanece fiel y alentador de monocultivos intensivos y proveedores que pasan a empotrarse bajo las reglas impuestas por las grandes multinacionales de alimentos. Frente a otras prácticas agrícolas y ganaderas que ayudaban a producir alimentos de forma más sosegada y más libre de productos químicos, nuestra dieta es hoy hipercalórica y poco rica en nutrientes. Incluso en verduras o frutas frescas, pues sus forzados y rápidos crecimientos hacen que los alimentos lleguen a nuestras mesas con menores dosis de vitaminas, antioxidantes o minerales como el cobre o el hierro, que son necesarios para evitar enfermedades y defendernos mejor de enemigos externos. Las medidas adoptadas frente al coronavirus, y dada la observada posición central y privilegiada de las grandes superficies, refuerzan la circulación de la comida chatarra (que no alimento) y kilométrica, ante la dificultad de movimientos para la comercialización de productos frescos y locales.

      DINERO AL ALZA, BIODIVERSIDAD Y DERECHOS A LA BAJA

      Frente a las deficiencias nutricionales, la industria agroalimentaria vende más comida chatarra y el sector farmacéutico expande el mercado de suplementos de laboratorio. Lo público es puesto en cuestión, y la responsabilidad, depositada en los hábitos de los individuos. El shock nutricional alimenta la pandemia neoliberal, y viceversa.

      En 2008 se habló de una escasez de alimentos que generó hambrunas, pero poco se comentaron las raíces de esta gran contracción y acaparamiento neoliberal. Como argumenta Eric Holt-Giménez, integrante de la organización internacional Food First:

      La crisis no es silenciosa, y, mientras seamos conscientes de sus causas reales, tampoco somos impotentes. El Banco Mundial, la Organización Mundial de Comercio, el Programa Mundial de Alimentos, el Reto del Milenio, la Alianza por la Revolución Verde en África, el Departamento de Agricultura de EEUU, así como las grandes industrias como Yara Fertilizer, Cargill, Archer Daniels Midland, Syngenta, DuPont y Monsanto, se esmeran en evitar hablar sobre las raíces de la crisis alimentaria. Las «soluciones» que recomiendan son las mismas políticas y tecnologías que crearon el problema: hablan de incrementar la asistencia alimentaria, de liberalizar el comercio internacional agrícola y de introducir más paquetes tecnológicos y transgénicos. Estas medidas simplemente fortalecen el statu quo corporativo que controla el sistema alimentario.

      Las crisis, pues, sirven para contraer economías y aumentar la depredación directa de bienes naturales a escala global, mientras se borran derechos. Al inicio del reconocimiento de la crisis mundial del coronavirus, la Unión Europea instó a los países mediterráneos a protocolizar de forma ágil las medidas a imponer para la recolección de frutas y verduras a partir de marzo. Los riesgos de desabastecimiento en mercados considerados centrales requieren que las economías periféricas se vean obligadas a garantizar suministros, aunque no derechos sociales a quienes viven del campo.

      El dinero no trae la felicidad y Estados Unidos es un buen ejemplo en estos días de movilizaciones frente al racismo, crisis sanitaria y creación de enormes bolsas de exclusión. Sin embargo, el «éxito» del imaginario de vida made in USA ha significado que el consumo y el crédito asociado al mismo erosionen directamente la biodiversidad del planeta. Se demanda talar más, producir más, monoculturizarnos más, algo que estamos pagando todos y todas. Esta es una de las conclusiones del estudio «La política de biodiversidad más allá del crecimiento económico», firmado por una veintena de científicos de 12 países. El aumento del cambio climático, la erosión de nuestros suelos y el desarrollo de especies (y de virus) invasores están directamente relacionados con la necesidad de revalorizar un capital monetario que desvaloriza nuestras condiciones de vida. Biodiversidad amenazada y que se expone como una de las razones detrás de la proliferación de gripes en los últimos tiempos: aviar, porcina y ahora la enfermedad denominada covid-19. Los monocultivos intensivos, la deforestación y, sobre todo, la irrupción de las macrogranjas estarían detrás de la irrupción de nuevas formas víricas que afectan a nuestra especie, algunas de las cuales se transforman en pandemias mundiales.

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