Ciudad y Resilencia. Отсутствует
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Necesitamos un cuestionamiento moral y cotidiano de la salida neoliberal, en lo económico, en lo ambiental y en la estrategia de acumular adhesiones a través de la ilusión del consumo. Sin embargo, crear una nueva economía moral (que ha de basarse en la experiencia de economías que nos socialicen en otros valores, usos y costumbres) no va a pasar por el círculo de los partidos en el poder político o con aspiraciones a ello. Poco protagonismo encontramos, en ellos, de las habitantes del medio rural, las más afectadas por la crisis alimentaria, o de propuestas que no se limiten a «parchear» la dinámica suicida de un capitalismo que amenaza con «reverdecerse». El llamado New Green Deal (El Nuevo Pacto Verde), suscrito por partidos alineados en la izquierda en América y Europa, pretende ralentizar las emisiones, promover nuevas economías, pero el giro se antoja insuficiente en el medio plazo. Sobre todo, porque no quiere cambiar el modelo de consumo, sino realizar (imposibles) ajustes de movilidad a base de tecnología más intensiva, más necesitada de materiales y que pretende mantener unas ofertas energéticas similares a las aportadas por los combustibles fósiles. No hay pan para tanto chorizo, decían en las plazas del 15M. Ni habrá energía para el hiperconsumismo, de lujos o del todo a 1 euro, que quieren defender las elites y un 20 por 100 de la población más adinerada.
El neoliberalismo vende ilusiones que también se están comprando o se están imponiendo. Su salida puede ser una alianza militar-monetaria entre clases ricas y pudientes (poder cultural, institucional o religioso) que pueden escudarse bien en clases populares que se resisten a pagar las facturas del desaguisado. El ascenso de la ultraderecha está ahí. Las protestas también pueden demandar más autoritarismo. Una suerte de revolución social que, caso de tomar ciertos tintes «verdes», sí nos podría llevar a hablar de ecofascismos.
AGROECOLOGÍA EN 3C: CULTIVAR SOCIEDAD Y CONCIENCIA DE ESPECIE
Territorio es una palabra de aproximación difícil en los entornos más industrializados. En los países centrales, la cultura del liberalismo y el posterior despegue del consumo de masas nos hicieron separarnos deprisa de prácticas y culturas propias de economías tradicionalmente pegadas a los territorios. Con la centralidad del asfalto y las conurbaciones, las economías campesinas fueron consideradas obsoletas, y las economías del cuidado (hogar, reproducción y mediación social) continuaron siendo invisibilizadas. Por otra parte, todo lo que apuntara a economías comunales fue sancionado, privatizado o introducido en la lógica neoliberal: desde los montes hasta las redes de apoyo vecinales, pasando por la construcción de un cooperativismo reducido a fórmula jurídica que incrustar dentro de los grandes mercados.
Cultivar sociedad pasa por construir nuevas economías y dar forma a esa economía moral (saludable, alimentaria) que sirva de freno a los atropellos de las elites o de las bases populares de la ultraderecha. Requiere, por un lado, retomar la idea de que el saber y el poder emancipador, recordando a Foucault, provienen de los márgenes, no del corazón o del cerebro de la bestia. Por otro lado, como señalan Sassen o Carlson, tenemos que repolitizarnos en clave de «somos territorios», «somos lazos sociales» y «somos especie». Y para ello no necesitamos precisamente banderas puntiagudas.
Los escenarios de pandemias, vuelco climático, escasez de materiales básicos para la industria y el fin de una energía fósil accesible y «barata» apuntan hacia la opción agroecológica desde una reconstrucción del empuje social. Es ya la salida alimentaria, como indican el IPCC, la FAO o el informe científico «La política de biodiversidad más allá del crecimiento económico». Se trata de reconciliarnos con un manejo sostenible de nuestros bienes naturales, desde la biodiversidad hasta los ciclos del agua, pasando por la fertilidad de la tierra y la consolidación de sistemas agroalimentarios territorializados. Frente al abismo neoliberal, una puerta se abre. Porque «el Estado no puede ser la respuesta frente a la mundialización del riesgo», tal como nos advierte María Eugenia Rodríguez Palop. En cambio, el contagio cooperativo en todas las escalas sí puede construir potencialidades que ahora no se ven.
En el campo alimentario, nuestra apuesta es lo que llamamos «Agroecología en 3C»: construir desde la tríada Cooperación-Cuidados-Circuitos Cortos. La pandemia capitalista, autoritaria y patriarcal trabaja de forma suicida para conectarnos al hardware global del negocio de la comida, bajo el potencial mando único de futuros disciplinamientos sociales. Obstaculiza la cooperación social y facilita que la pequeña producción abandone o se integre en dichos mercados. Llama «economía esencial» no al cuidado, al derecho a la alimentación o a la producción sostenibles, sino al funcionamiento del negocio de la comida. Sanciona los circuitos de proximidad, aunque el discurso se vista de verde y de representaciones visuales que nos devuelven a un campo idílico, desconectado de los ciclos planetarios (agua, nitrógeno, fertilidad, biodiversidad, etc.) y vacío de culturas campesinas.
Nuestra perspectiva se ha focalizado en analizar sistemas agroalimentarios propios de países o regiones centrales en lo que a economías mundiales se refiere. Presenta una presión fuerte hacia la integración subordinada en los mercados globales. Son padecidos, a la vez que legitimados, por una ciudadanía carente de derechos reales en su mayor parte. Están atravesados por otras dimensiones del poder: género, clase socioeconómica, procedencia cultural, zonas rurales y despobladas, barrios periféricos, entre otros.
La cuestión territorial en lugares alejados de los grandes centros urbanos y financieros sigue, en muchos casos, otros senderos, más próximos a las culturalezas, tal como indican Narciso Barrera y Víctor Toledo en La memoria biocultural; pueblos en convivencia más armoniosa con su entorno. En ellas, la tradición comunitaria de pueblos originarios, los sistemas de intercambios basados en mercados no especulativos, el acceso colectivo a tierra o a semillas, la pervivencia e innovación sobre variedades y razas autóctonas y, finalmente, la inserción de lo económico como un elemento más de lo social y de lo político, y no como un timón al margen, son inspiradores por sí mismos de la Agroecología en 3C aquí presentada. Ejemplos de lo anterior son hoy la autonomía territorial de comunidades andinas, las reclamaciones de Zonas de Reserva Campesina con orientación agroecológica en Colombia, los quilombolas como espacios autónomos instituidos por esclavos afroamericanos en Brasil, la tradición de ejidos y formas colectivas de propiedad en México, las comunidades pesqueras artesanales en todos los continentes, los manejos compartidos de montes y dehesas en el Mediterráneo, las formas de cooperativismo campesino e indígena expresadas por las culturas africanas, etc.[9]. Son expresiones, no idílicas pero sí certeras, de cómo habitar y caminar hacia la sustentabilidad de la vida y el reconocimiento de interdependencias (sociales, del ser humano con la naturaleza). En otros lenguajes, que sería conveniente traducir y contextualizar, estos grandes referentes indígenas y campesinos son hoy representantes de lo que la agroecología, el ecofeminimo o las economías sociales-solidarias tratan de reivindicar en los lugares que habitamos: reconocernos como seres frágiles en un mundo que demanda satisfactores (económicos, políticos, alimentarios, energéticos, culturales) viables para el conjunto de la especie humana.
En nuestros contextos «globalizados», las 3 Cs son esenciales para que una política o práctica o forma de vida pueda ser considerada agroecológica. Existen sucedáneos, algunos de ellos en la agricultura certificada como ecológica. Recibe etiquetados «verdes» pero vuelve a reproducir esos esquemas: no alientan la cooperación en el territorio (la pequeña producción apenas decide sobre políticas que le afectan, mercados y economías se alejan de prácticas municipales o comunitarias), no cuidan la vida (no se priorizan los derechos de todas ni se reduce la huella de carbono o la pérdida de biodiversidad) y no