Claves para atravesar la tormenta. Cecilia Lavalle Torres
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¿Qué son las Claves? Una de mis grandes maestras en temas de feminismo, Marcela Lagarde y de los Ríos, utiliza con frecuencia esa palabra para señalar un aprendizaje o una reflexión. Ella dice que no son dogmas de fe, sino llaves que abren puertas y ventanas.
En este caso, mi intención es que las Claves sean como faros que alumbran el camino en altamar en tiempos de tormenta. O bien, como tablitas con las que se puede armar una barca tras el naufragio. Pueden ser válidas para usted, o no. Todas o sólo algunas. Así pues, use las que le sirvan, y deseche las demás. Y si nada de lo aquí escrito le sirve, siga buscando, no desfallezca.
Yo comparto mi proceso y mis aprendizajes porque sé que en este momento hay muchas personas que buscan algún asidero para no ahogarse.
Este libro es para quien siente que se hunde en plena tormenta, porque ha perdido a una persona que ama. Pero también puede ser útil a quien perdió algo valioso y se siente a la deriva.
Deseo que mis palabras le ofrezcan luz en su travesía, o le representen tablitas para construir su propia barca tras el naufragio. En cualquier caso, le espero en la playa.
Cecilia Lavalle
28 de abril de 2020.
Primera parte.
Claves para atravesar la tormenta
Cuando la tormenta comienza
Hay personas a las que de golpe la vida las coloca en medio de la tormenta. Un mal día su vida cambia en un segundo. No tuvieron tiempo para prepararse.
Es el caso, por ejemplo, de quien recibe la noticia de que su hija o hijo murió en un accidente o le asesinaron; o cuando un ser amado muere de un infarto; o cuando, acaso sólo tenía un poco de tos, y en cuestión de horas murió por COVID-19.
En esos casos la tormenta cae de golpe. Y quizás las Claves que más le sirvan sean las que escribo en el capítulo “Las horas más oscuras”. Pero le invito a leer las que escribí en los capítulos previos; porque mire, el duelo no es lineal, no en mi experiencia, y entonces, acaso algunas de las que escribo a continuación le sean útiles ahora.
Para quienes, como fue mi caso, se nos anunció la tormenta, hay un periodo pre duelo, que en sí mismo representa pérdidas.
Por ejemplo, cuando nos dan un mal diagnóstico de salud, o en nuestra oficina hay recortes de personal, o percibimos que la relación amorosa llega a su fin o, como ahora, que vemos acercarse la pandemia a nuestro país, nuestra ciudad, nuestra colonia.
Es un periodo, digamos, de anticipación. Anticipamos nuestras pérdidas. Las intuimos. Cuando comienza la tormenta vemos el relámpago, oímos el golpe del trueno, se ladea nuestra barca, y perdemos tranquilidad, sentido de seguridad, cotidianeidad.
Ese tiempo lo que trae sobre todo es incertidumbre, y casi nunca llega sola, le acompañan la angustia y el miedo, sus aliados favoritos.
Cuando Alejandro nos avisó de su diagnóstico fue como caer en un hoyo negro. Recuerdo que todo se volvió oscuro, irreal. Fue como si el tiempo se hubiera detenido y yo me quedara flotando. Fue una sensación física muy vívida de haberme evaporado.
Y lo que siguió representó un enorme esfuerzo físico y emocional para enfocarme en lo que debía hacer, en las muchas cosas (algunas diferentes, otras cotidianas) que se tenían que hacer. Entre ellas, empacar para acompañarlo (él vivía en Miami), y reorganizar la vida.
De este periodo aprendí que es preciso encontrar equilibrio. No el anterior, sino uno nuevo, porque nuestro mundo se tambalea.
Estas son las Claves que me permitieron mantener cierto equilibrio y comenzar a navegar en lo que parecía ser una gran tormenta.
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Respire
Si algo nos quita la angustia y el miedo, es el aliento. Empezamos a respirar “cortito”.
La Clave es que cada vez que tome conciencia haga respiraciones largas. Cuatro o cinco tiempos para inspirar, cuatro o cinco para retener, cuatro o cinco para exhalar. Y repita varias veces. Hágalo cada vez que se acuerde o, si lo requiere, ponga una alarma cada dos horas.
Respirar, conscientemente quiero decir, tranquiliza, nos conecta con nuestro cuerpo, por unos minutos ponemos la cabeza en la tarea de contar los tiempos, y eso nos saca de la ruta de angustia. Además, de paso, se oxigena nuestro cuerpo, que en esos momentos hace un enorme esfuerzo, porque se mantiene alerta y en tensión casi todo el tiempo.
Muévase, pero no demasiado
Si suele hacer ejercicio, este es momento para apelar a la disciplina. Pero le sugiero llevar la disciplina incluso en el conteo de las horas en que hace ejercicio.
Es posible que, sin darse cuenta, comience a hacer el doble o triple de ejercicio. Con todo el riesgo que eso implica. Mi sugerencia es que haga lo que suele hacer, sin mover nada (ni más velocidad, ni más peso, ni más horas).
Y si no suele hacer ejercicio, este no es momento para empezar. No es momento de exigirse eso. Pero sí le sugiero que conscientemente se mueva. Cada hora, por ejemplo, estírese como para desperezarse. O camine un poco más de lo usual. Eso le dará un respiro al cuerpo en tensión.
Guarde silencio, pero no mucho
El silencio puede ser un gran aliado en muchas ocasiones. Pero, en este tramo, es posible que sólo esté alimentando el miedo y la angustia.
La angustia a mí me puede poner muy silenciosa. Y mire que eso ya es difícil. Sin embargo, permanecía en silencio mirando al infinito, anticipando lo peor, elaborando fantasías catastróficas en las que nada, absolutamente nada, salía bien.
El silencio que alimenta angustia y miedo no sirve. No ayuda. Y en estos momentos necesitamos deshacernos de lo que no sirve y necesitamos todo lo que nos ayude.
Mi aprendizaje es que a las fantasías catastróficas hay que ahuyentarlas como se ahuyenta una mosca molestosa (y si es preciso use un matamoscas mental).
No obstante, si suele meditar o siente la necesidad de hacerlo, este es el momento. El silencio puede ser muy sanador.
Yo no solía hacerlo. Pero aprendí que sólo permanecer sentada, cómodamente (sin una pose en particular), con los ojos cerrados, concentrada en mi respiración, ayuda a calmar el tobogán de emociones y pensamientos que se precipitan.