La Adoración Que Toca El Corazón De Dios. Nina Gardner
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La Mesa de la Proposición estaba hacia a la derecha entrando por el Lugar Santo. Cada día de reposo se colocaban sobre la mesa seis filas de panes salpicados con incienso. Estos doce panes representaban que las doce tribus de Israel eran perfumadas por la presencia de Dios en el Lugar Santo. Sólo el sumo sacerdote y su familia comían de este pan, y no debían estar sentados mientras lo hacían. El simbolismo era que Dios tiene un lugar especial en el Lugar Santo para Su pueblo del pacto. El incienso era una fragancia, pero también se utilizaba como un bálsamo curativo para muchas enfermedades. La Escritura dice que la sanidad es el pan de los hijos (Mateo 15:24-26); y esto es simbólico de Jesús como el Pan de Vida. Ahora podemos experimentar la fragancia de Su presencia en este Lugar Santo y participar del Pan de Vida, que es Jesús (Juan 6:33, 35, 48-51).
El Candelero, también conocido como Candelabro o Menorah, estaba hacia la izquierda entrando por el Lugar Santo. Tenía siete lámparas que simbolizaban los siete ojos y los Siete Espíritus de Dios (Apocalipsis 5:6). Este candelero iluminaba el Lugar Santo, y los sacerdotes estaban obligados a mantener el aceite y recortar las mechas dos veces al día para que la llama de Dios no se extinguiera nunca (Éxodo 27:20-21). El simbolismo es que debemos mantener el fuego de Dios ardiendo continuamente dentro de nosotros. Somos responsables de mantener el aceite de Su presencia por medio de la adoración, recortando las cosas viejas en nuestras vidas para que la luz de Dios pueda brillar a través de nosotros en el Lugar Santo (Mateo 25:7-8).
El Altar del Incienso también era conocido como El Altar de Oro porque estaba hecho de madera de acacia y recubierto de oro. Este altar estaba especialmente diseñado para deleitar a Dios con el aroma de Su perfume exclusivo, el cual era elaborado por el perfumista ungido por Él y quemado por el sacerdote en el Lugar Santo (Éxodo 30:25, 37). Los cuatro cuernos de este Altar eran salpicados con la sangre de las ofrendas por el pecado que se ofrecían dos veces diariamente, una en la mañana y otra al atardecer. Además de esto, el incienso era mecido sobre el Candelero dos veces al día después que el sacerdote recortaba las mechas y llenaba el aceite. Una vez al año, en el Día de la Expiación, el sumo sacerdote llenaba el incensario de incienso y lo mecía a través del velo antes de entrar en el Lugar Santísimo. El simbolismo es que debemos ofrecer una fragancia continua de adoración con el fruto de nuestros labios como incienso ante Dios (Hebreos 13:15), y que nuestras vidas deben ser un olor dulce en la presencia de Dios; lo cual significa que debemos caminar en el Espíritu y no en nuestros deseos humanos y carnales que son pestilentes para Dios. Este olor nos da acceso a través del velo hacia el Lugar Santísimo.
El Velo
El Velo también era conocido como el Velo de la Separación, y era exquisitamente hermoso. Estaba tejido de azul, púrpura, carmesí y lino fino torcido, con querubines de obra primorosa (Éxodo 26:31-34).
El velo fue hecho para separar a Dios de la naturaleza pecaminosa del hombre. Los sacerdotes pasaban de hacer los sacrificios de sangre en el Altar de Bronce, lavaban sus manos y sus pies en la Fuente para santificación, luego mecían el incienso en el Lugar Santo para ofrecer un aroma dulce; sin embargo, la vieja naturaleza Adámica de la carne todavía seguía presente. Cada año los sacerdotes debían hacer las mismas prácticas rituales para expiar los pecados de la nación de Israel porque estaban muertos en sus delitos y pecados (Efesios 2:1).
El apóstol Pablo se refirió a las ofrendas de toros y machos cabríos y dijo que éstas nunca podrían quitar los pecados del hombre, sino que sólo los expiaban, lo cual básicamente significa enmendar una ofensa o error (Hebreos 10:4, 11). Lo que la ley no podía hacer, era remover los pecados de la naturaleza carnal; por consiguiente, seguía habiendo una separación con Dios, sin importar cuántos toros y machos cabríos fueran sacrificados. Pero Jesús vino a hacer la remisión de nuestros pecados y de nuestra naturaleza carnal, y ahora estamos liberados de la deuda y de la pena de esos pecados. Jesús dijo que ya no estamos obligados a servir al pecado porque Él nos ha concedido el perdón y nos ha librado de la ley del pecado y de la muerte (Romanos 8:2-4).
Por lo tanto, aunque este velo era hermoso, Dios aún estaba separado de su pueblo. Pero, ¡alabado sea Dios! Jesús vino a quitar ese velo de separación a través de Su sangre de una vez y para siempre (Efesios 2:12-19). Jesús se convirtió en nuestro sustituto para que nosotros podamos entrar libremente en el Lugar Santísimo aceptando Su perdón en el Altar de Bronce y lavando nuestros pecados de la inmundicia de la carne en la Fuente. Ahora podemos caminar hacia el Lugar Santo para tener comunión con el Pan de Vida y participar de la Palabra de Dios que es lámpara para nuestros pies, ofreciéndole el fruto de la alabanza de nuestros labios mientras entramos en el Lugar Santísimo. ¡Qué gran deleite es que ya no tengamos que estar fuera de la presencia de Dios, sino que podemos entrar en la siguiente dimensión y experimentar Su gloria manifestada!
El Lugar Santísimo
El Lugar Santísimo también era conocido como el Santo de los Santos. El único objeto que había aquí era el Arca de la Alianza.
El Arca de la Alianza era cuadrada y estaba hecha de madera de acacia y recubierta de oro. El Propiciatorio era de oro puro y era la tapa que la cubría. El Propiciatorio estaba diseñado con dos querubines que miraban uno frente al otro con sus alas extendidas. La gloria de Dios se manifestaba en medio de ellos (Éxodo 25:17-22; Levítico 16:2; Hebreos 9:5). A las únicas dos personas que se les permitió retirar la tapa del Propiciatorio fue Moisés y a Aarón, el sumo sacerdote, y solamente con el propósito de colocar tres artículos en su interior.
El primer objeto que Dios mandó a Moisés que colocara dentro del Arca fue el Testimonio, conocido comúnmente como los Diez Mandamientos (Éxodo 25:16; Deuteronomio 10:5); por ende también se la llama el Arca del Testimonio. Así, en primer lugar, el Arca contenía las santas leyes y principios de Dios, mostrando la soberanía de Dios para sujetar todas las cosas al evangelio de Su verdad.
El segundo elemento dentro del Arca era la Vasija de Maná (Éxodo 16:31-34), el pan sobrenatural con que Dios alimentó a los israelitas en el desierto. Esto era simbólico de que Jesús es nuestro pan santo espiritual (Juan 6:48-51).
El tercer elemento era la Vara de Aarón que floreció almendras después de ser sólo un palo muerto (números 17:1-10). ¿Puede vivir un palo muerto? Sólo si Dios lo dice. ¿Puede vivir un hombre que está muerto en delitos y pecados? Sí. Esto es simbólico del Espíritu Santo que viene a traer vida espiritual a nuestros cuerpos mortales para tener una vida resucitada en Cristo Jesús. Lo que una vez estuvo muerto puede revivir (Colosenses 2:13).
En el Día de la Expiación, el sumo sacerdote se consagraba a sí mismo, se ponía sus vestiduras sagradas y era perfumado con el aceite de la santa unción. Luego hacía un sacrificio expiatorio de buey por sí mismo y por los pecados de su propia casa. Después mecía el incienso fragante detrás del velo y entraba en el Lugar Santísimo para reunirse con Dios (Éxodo 30: 1, 6-10; Levítico 16). Después de rociar la sangre sobre el propiciatorio siete veces, pronunciaba los pecados de la nación sobre el chivo expiatorio y lo soltaba al desierto. Entonces, el fuego de Dios descendía y consumía la ofrenda, y la gloria de Dios llenaba la casa hasta rebosar con Su presencia (Levítico 9:24).
Dos tabernáculos Davídicos
Durante el reinado de David, el Tabernáculo Mosaico seguía funcionando en el Monte Gabaón con todos sus elementos, sacerdotes y servicios, como Dios se lo había mandado a Moisés (1 Crónicas 16:39), con una excepción. En lugar de que el Arca del Pacto estuviera detrás del velo en el tabernáculo antiguo, ahora era un artículo exclusivo dentro de la tienda que David le había preparado en su fortaleza llamada Sión, también conocida como la Ciudad de David (1 Crónicas 16:1).