Anti América. T. K. Falco

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Anti América - T. K. Falco страница 7

Автор:
Серия:
Издательство:
Anti América - T. K. Falco

Скачать книгу

un rastreador GPS, así que no escribiría emails privados, ni visitaría páginas web o hablaría por su iPhone. Sólo se podía comunicar en privado por medio del celular desechable, la portátil de respaldo o cara a cara.

      Metió el celular desechable en un bolsillo y la identificación, las tarjetas y el efectivo en su bolso, la portátil la dejó en su bolsa de cuero marrón. Antes de conducir hasta la esquina había cargado su computadora con un software que había comprado para esta reunión secreta. El resto de la caleta lo guardó en la guantera. Salió de su Toyota Corolla negro con las bolsas en la mano.

      Dos líneas de carros estaban detenidas ante un semáforo en rojo. Se movió entre ellas para cruzar la calle y luego detalló el escenario que tenía alrededor de ella. Una típica noche de semana en South Beach. El tránsito en la avenida Washington se movía lentamente de manera constante. No había gente frente a los clubes con anuncios de neón ni las tiendas aún. Las pocas personas en las aceras iban pensando en sus propios problemas.

      Nadie de la FCCU la seguía según podía ver. La agente McBride le había asegurado que habría gente vigilándola todo el tiempo. Alanna no estaba segura si esa afirmación era cierta o era otro más de sus juegos mentales. Una cosa que la agente McBride hizo obvia era cuan poco confiaba en ella. Era un hecho que le había sido recordado justo en el momento que la dejaron afuera del complejo de apartamentos donde vivía.

      La única cosa positiva era que los federales habían dejado su apartamento mucho mejor que como dejaron el de Javier. Una ventaja de trabajar como su informante. Le gustase o no, el hacerlos felices era ahora su trabajo a tiempo completo. Dejó mensajes preguntando por Javier en su celular a sus padres, primos y amigos, para mantener la apariencia que estaba cumpliendo con su parte del trato.

      Se dirigió hacia la señal de tránsito y cruzó en la esquina. Su paso disminuyó cuando el anuncio en letras cursivas rosadas y brillantes que decían Serendipity apareció frente a ella. Era temprano en la tarde. No había nadie haciendo cola fuera del club. El fornido portero que estaba parado frente a la entrada se tanteó el cabello de corte militar y se ajustó su saco gris al acercarse ella.

      Alanna sacó la licencia de conducir de Jessica de su bolso. El matón se la quitó de las manos y la sostuvo contra la titilante luz de neón sobre la entrada. Sus ojos iban de la foto de la licencia a su cara y de su cara a la foto. Podía verla todo el tiempo que quisiera, nadie podría pensar que era falsa. Ella la había solicitado en la Oficina de Tránsito Vehicular mientras se hacía pasar por la Jessica real. Las cuentas bancarias las había abierto con un número de seguridad social de una niña de cinco años. El número había sido robado de la misma compañía de registros médicos. Las agencias crediticias no verifican los números. Alanna no estaba usando las cuentas para estafar a alguien, por lo que no tenían razón para sospechar. En cuanto a la niña, pasarían años antes de que tuviese la edad suficiente para preocuparse por su historial crediticio.

      El portero le devolvió la licencia y le abrió la puerta. Ella vio el reflejo de su cara con expresión estoica en el espejo en la pared de la entrada. La agitación por la emoción de ayer era un recuerdo distante. El resultado era un estado emocional de entumecimiento que la había dejado aislada del resto del mundo. Era el estado mental perfecto para pasarla en un sitio de narguiles (hookah joint).

      El salón estaba bañado con una luz púrpura leve. Sofás de terciopelo rojo y mesas negras se alineaban a ambos lados de un pasillo con alfombra roja y un bar al final de éste. El dueño había decorado el local con un opulento estilo europea en lugar de la típica decoración estilo oriente medio, lo que lo hacía muy popular con los turistas extranjeros ricos, al igual que con la mafia rusa.

      El salón estaba vacío excepto por dos parejas sentadas con un narguile plateado en una mesa a su izquierda y Natalya en el bar. Mientras menos gente mejor, así había menos posibilidad que la FCCU estuviera acechándola. Metió la licencia de Jessica en su bolso y sacó dos billetes de veinte. Después de meter el bolso en la bolsa de cuero marrón le dio un vistazo a la palma de su mano derecha.

      La vista de la sangre seca le causó un ligero temblor, Alanna había estado escarbando en su piel con sus uñas durante la mayor parte de la tarde. Había establecido un plan para manipular a su mejor amiga. En días ateridos como el de hoy era incapaz de sentir un verdadero remordimiento así que se decidió por la versión del daño auto infligido. Mientras caminaba hacia la izquierda del bar, dejó caer sus brazos a los costados del cuerpo.

      Natalya la observaba mientras ponía vasos en una bandeja. Ella estaba en sus treinta y cinco pero parecía lo suficientemente joven para verse bien con el vestido negro de bajo escote que usaba. El nuevo peinado con cabellos marrones cortos rizados la hacían parecer más de su edad. Después de verter hielo en un vaso lo llenó con Coca Cola con un dispensador de refrescos. Era la última persona en el mundo que le serviría alcohol. Y no era que Alanna tuviera algún deseo de probar una gota.

      Natalya golpeó el vaso en la barra con un ceño fruncido. “Eres una chica bien descuidada. ¿No leíste mi mensaje diciéndote que no vinieras aquí?”

      “Es una emergencia, no tengo ningún otro lugar donde ir”.

      La cara de Natalya se encendió. “¿Qué tal si Bogdan viene y te ve?”

      “Dijiste que nunca viene para acá”.

      “El viene en algunas ocasiones. Igual que sus amigos”.

      Alanna tomó un trago del vaso y se limpió los labios. “Ellos no saben que estoy aquí. Mientras no me vean, estaré segura”.

      “Le mentí en su cara cuando me preguntó por ti. ¿Te das cuenta de la situación en la que me pones?”

      Alanna levantó ambas manos. “Lo siento, te lo compensaré. Si quieres espiaré a tu novia de nuevo”.

      “Ya no es mi novia”.

      “Estás mejor sin ella, eres demasiado buena para ella. Si vuelve a buscarte pelea dímelo y le enviaré a la policía”.

      “No necesito tu ayuda para encargarme de ella. No necesitas otra excusa para meterte en problemas”.

      Alanna señaló hacia el pasillo a la izquierda del bar que llevaba al salón VIP. “Está bien que lo use, ¿no?

      Natalya subió los ojos. “Te puedes quedar hasta las nueve”.

      “Gracias. Mi amigo estará aquí en un minuto”

      “Ni un minuto más tarde. Mi jefe estará aquí alrededor de las diez. Estaré en problemas si te ve allí. Él es muy estricto”.

      “¿Estricto? Estás traficando justo frente a él”.

      Natalya puso sus dos manos sobre la barra. “No lo sabe porque soy muy cuidadosa. Deberías intentarlo de vez en cuando. ¿Trajiste el dinero?”

      Alanna puso su mano izquierda sobre la barra. Natalya deslizó hacia ella una bolsa de plástico a cambio de los billetes doblados. Puso el efectivo en su bolsillo sin molestarse en contarlo. Las drogas recreacionales eran para los clientes que le hacían pedidos mientras trabajaba en el bar. Alanna ya no era una de las asiduas, pero ambas se cubrían las espaldas.

      Alanna la ponía en contacto con proveedores baratos en la Zona Fantasma – el mercado negro donde vendía sus datos de identidad. Natalya la mantenía al tanto de Bogdan y los miembros de su mafia, ocasionalmente le vendía una bolsa de hierba sin sobreprecio y la atormentaba hablándole sobre las irracionales decisiones de su vida. Alanna no tenía la energía para tener una pelea por esta vez.

      Puso

Скачать книгу