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dónde está nuestra señora reina? —preguntó el mago.

      Dylan hizo una pausa y luego señaló a la carta que estaba a la derecha.

      –¿Estás seguro, joven?

      –Estoy seguro —asintió Dylan.

      –Tienes una oportunidad para cambiar de opinión.

      –No, me quedo con esa. Tiene que estar ahí.

      –Tiene que estar ahí. Bueno, veamos si la reina está de acuerdo o si uno de sus consortes la ha secuestrado para ocultarla.

      Dio vuelta la carta y Dylan se quejó ruidosamente.

      Era la jota de diamantes.

      –Diablos —dijo él.

      –La jota. Siempre dispuesta a cubrir a la reina. Leal hasta el final. Pero nuestra reina de corazones, el emblema del amor, aún nos elude.

      –Entonces, ¿en dónde está la reina?

      –Ciertamente, ¿en dónde?

      Cassie había notado, mientras mezclaba las cartas, que había una que no había tocado, la que estaba en el extremo izquierdo. Ese era el as de picas.

      –Creo que está ahí —adivinó, señalando esa carta.

      –Ah, así que aquí tenemos a una dama inteligente que señala a la única carta que sabe que no es posible que sea. ¿Pero saben qué? Los milagros ocurren.

      Con un ademán dio vuelta la carta, y allí estaba la reina.

      Risas y aplausos resonaron por toda la plaza y Cassie se llenó de emoción al chocar los cinco con Dylan y Madison.

      –Qué lástima que no apostó, mi señora. Sería más rica ahora, pero así son las cosas. ¿Quién necesita dinero cuando el amor te ha escogido?

      Cassie sintió que se le enrojecían las mejillas. Ojalá, pensó.

      –Como recuerdo, te puedes quedar con la carta.

      La colocó en una bolsa de papel y la cerró con un adhesivo antes de entregársela a Cassie, quien la colocó en el bolsillo lateral de su bolso.

      –Me pregunto qué habría pasado si hubiese elegido esa carta —comentó Dylan mientras se alejaban.

      –Estoy segura de que hubiese sido la jota de diamantes —dijo Cassie—. Así es como hace dinero, cambiando las cartas cuando la gente apuesta.

      –Sus manos eran tan ágiles —dijo Dylan, sacudiendo la cabeza.

      –Deben ser buenos por naturaleza y además entrenar durante muchos años —supuso Cassie.

      –Supongo que tienen que hacerlo —coincidió Dylan, al tiempo que llegaban a la parada de autobús.

      –También está la distracción, pero no estoy segura de cómo se aplica cuando hay cuarto cartas tan juntas entre sí. Pero de alguna manera debe funcionar.

      –Bueno, practiquemos. Intenta distraerme, Cassie —le pidió Madison.

      –Lo haré, pero viene el autobús. Subámonos primero.

      Madison se volteó a mirar, y mientras estaba distraída Cassie le robó la manzana acaramelada del bolsillo de su chaqueta.

      –¡Oye! ¿Qué hiciste? Sentí algo. Y no viene el autobús.

      Madison se volvió, vio que Dylan estallaba de risa, hizo una pausa mientras recordaba lo que había ocurrido y comenzó a reírse.

      –¡Me engañaste!

      –No siempre es fácil. Simplemente tuve suerte.

      –Viene el autobús, Madison —dijo Dylan.

      –No voy a mirar. No puedes engañarme dos veces.

      Aún resoplando de risa, se cruzó de brazos.

      –Entonces te quedarás atrás —le dijo Dylan, mientras el pulcro autobús rural de un piso se detenía en la parada.

      Durante el breve viaje a casa, todos hicieron lo imposible para distraer al otro. Cuando llegaron a su parada, a Cassie le dolía el estómago de tanto reírse y estaba feliz de que el día hubiese sido un éxito.

      Mientras abrían la cerradura de la puerta de entrada, le vibró el celular. Era un mensaje de Ryan, diciéndole que llevaría pizza para la cena, y si había algún condimento que no le gustara.

      Ella respondió: “Soy fácil, gracias”, y entonces se dio cuenta de las connotaciones cuando estaba a punto de presionar “Enviar”.

      Tenía el rostro acalorado mientras borraba el mensaje y lo remplazaba con: “Cualquier condimento está bien. Gracias”.

      Un minuto después su teléfono volvió a vibrar y ella lo tomó, ansiosa por leer el próximo mensaje de Ryan.

      Este mensaje no era de él. Era de Renee, una de sus viejas amigas de la escuela de Estados Unidos.

      “Oye, Cassie, alguien estuvo preguntando por ti esta mañana. Una mujer que llamó desde Francia. Estaba intentando encontrarte pero no dijo más. ¿Puedo darle tu número?”

      Cassie volvió a leer el mensaje, y de pronto el pueblo ya no parecía tan remoto y seguro.

      Con el inminente juicio de su exjefe en París y la defensa en busca de más testigos, la aterrorizaba que la red se estuviera cerrando.

      CAPÍTULO SIETE

      Mientras ayudaba a los niños con la rutina nocturna de bañarse y ponerse el pijama, Cassie no podía quitarse el perturbador mensaje de la cabeza. Intentó convencerse de que el equipo legal de Pierre Dubois la podría haber contactado directamente, sin necesidad de rastrear una vieja amiga de la escuela, pero aún así alguien la estaba buscando.

      Necesitaba averiguar quién era esa persona de manera urgente.

      Luego de haber ordenado el baño, le respondió a Renee.

      “¿Tienes el número de esa señora? ¿Te dijo su nombre?”

      Dejó su teléfono y se fue a la cocina a ayudar a Madison a poner la mesa, con todos los extras que acompañaban la pizza: sal y pimienta, ajo molido, salsa tabasco y mayonesa.

      –A Dylan le gusta la mayonesa —explicó ella—. Es asquerosa.

      –Pienso lo mismo —confesó Cassie, y el corazón le dio un vuelco al escuchar que se abría la puerta de entrada.

      Madison salió corriendo de la cocina, y Cassie la siguió de cerca.

      –¡Entrega a domicilio! —Exclamó Ryan, entregándole a Madison una de las cajas con pizza de la pila que cargaba—. Qué bueno estar adentro. Afuera está cada vez más frío y oscuro.

      Miró a Cassie y, como ella esperaba, en su rostro se dibujó una sonrisa extremadamente atractiva.

      –¡Hola,

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