Casi Perdida. Блейк Пирс
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La única desilusión de la mañana fue la tienda de dulces.
Cuando Madison marchó con expectativa hasta la puerta, se detuvo alicaída.
La tienda estaba cerrada, con una nota escrita a mano y pegada en el vidrio que decía: “Estimados Clientes: este fin de semana no estaremos en el pueblo, ¡tenemos un cumpleaños familiar! Volveremos el martes para servirles sus exquisiteces favoritas”.
Madison suspiró tristemente.
–Habitualmente, la hija es la que se encarga de la tienda cuando ellos no están. Supongo que fueron todos a la estúpida fiesta.
–Supongo que sí. No importa. Podemos volver la semana que viene.
–Falta mucho para eso.
Con la cabeza gacha, Madison se volteó y Cassie se mordió el labio ansiosamente. Estaba desesperada por que esta salida fuese un éxito. Se había estado imaginando cómo se iluminaría el rostro de Ryan mientras hablaban de su alegre día, y cómo quizás la mirara a ella con gratitud, o incluso la halagara.
–Vendremos la semana que viene —repitió, a sabiendas de que era un pequeño consuelo para una niña de nueve años que creía que comería bastones de menta en su futuro inmediato—. Y quizás encontremos dulces en las otras tiendas —agregó.
–Vamos, Maddie —dijo Dylan con impaciencia, y la tomó de la mano, alejándola de la tienda.
Más adelante, Cassie vio la tienda de la que Madison había hablado, que pertenecía a la señora que les había ofrecido llevarlos al pueblo.
–Una última parada aquí y luego decidimos en dónde almorzar —dijo ella.
Pensando en las próximas cenas saludables y en los refrigerios, Cassie eligió algunas bolsas con verduras rebanadas, una bolsa de peras y frutas secas.
–¿Podemos comprar castañas? —Preguntó Madison— Asadas en el fuego son deliciosas. Hicimos eso el invierno pasado, con mi mamá.
Era la primera vez que uno de ellos mencionaba a su madre, y Cassie esperó ansiosamente, observando a Madison para ver si el recuerdo la entristecía o si era una señal de que quería hablar del divorcio. Para su alivio, la niña parecía tranquila.
–Claro que sí. Es una linda idea.
Cassie agregó una bolsa a su canasto.
–Mira, ¡ahí tienen dulce de chocolate!
Madison señalaba con entusiasmo y Cassie supuso que el momento había pasado. Pero al haber mencionado a su madre una vez había roto el hielo, y quizás quisiera hablar de eso más tarde. Cassie se recordó estar atenta a cualquier señal. No quería dejar pasar la oportunidad de ayudar a los niños en ese momento difícil.
Las bolsas estaban en el mostrador que estaba cerca de la caja, junto con otros dulces. Había manzanas acarameladas, dulce de chocolate, caramelos de menta, bolsitas de delicias turcas e incluso bastones en miniatura.
–Dylan y Madison, ¿qué les gustaría? —les preguntó.
–Una manzana acaramelada, por favor. Y dulce de chocolate y uno de esos bastones —dijo Madison.
–Una manzana acaramelada, dos bastones, dulce de chocolate y delicias turcas —agregó Dylan.
–Creo que quizás dos dulces para cada uno es suficiente o les arruinará el almuerzo —dijo Cassie, recordando que en esta familia no se alentaba el exceso de dulces.
Tomó dos manzanas acarameladas y dos paquetes de dulce de chocolate del exhibidor.
–¿Crees que tu padre quiera algo?
Sintió una ráfaga de calor al hablar de Ryan.
–Le gustan los frutos secos —dijo Madison, y señaló unos anacardos asados en exhibición—. Esos son sus favoritos.
Cassie agregó una bolsa al canasto y se dirigió a la caja registradora.
–Buenas tardes —saludó a la vendedora, una joven rubia y regordeta con una etiqueta que decía “Tina”, quien le sonrió y saludó a Madison por el nombre.
–Hola, Madison. ¿Cómo está tu papá? ¿Ya salió del hospital?
Cassie miró con preocupación a Madison. ¿Se trataba de algo que no le habían contado? Pero Madison estaba confundida y con el ceño fruncido.
–No estuvo internado.
–Ah, lo siento, debe haber sido un malentendido. La última vez que estuvo aquí dijo…—empezó a explicar Tina.
Madison la interrumpió, mirando a la cajera con curiosidad mientras registraba las compras.
–Estás gorda.
Horrorizada por la falta de tacto del comentario, Cassie sintió que se ruborizaba tanto como Tina.
–Lo siento mucho —tartamudeó como disculpa.
–Está bien.
Cassie vio que Tina parecía abatida por el comentario. ¿Qué le había sucedido a Madison? ¿Es que no le habían enseñado a no decir esas cosas? ¿Era demasiado pequeña para darse cuenta de lo dolorosas que eran sus palabras?
Al ver que con más disculpas no rescatarían la situación, tomó su cambio y salió de la tienda a empujones con la niña, antes de que pudiera pensar en otra cosa personal y ofensiva para decir.
–No es amable decir cosas así —le explicó cuando nadie podía escucharlas.
–¿Por qué? —Preguntó Madison— Es la verdad. Está mucho más gorda que cuando la vi en las vacaciones de agosto.
–Siempre es mejor no decir nada cuando notas algo así, sobre todo si hay otras personas escuchando. Podría tener un…un problema glandular o estar tomando medicación que la haga engordar, como la cortisona. O podría estar embarazada y no querer que nadie lo sepa aún.
Echó un vistazo a su izquierda, en donde estaba Dylan, para ver si él estaba escuchando, pero estaba hurgando en sus bolsillos y parecía preocupado.
Madison frunció el ceño mientras pensaba.
–Está bien —dijo—. Lo recordaré la próxima vez.
Cassie soltó un suspiro de alivio al ver que había entendido su razonamiento.
–¿Quieres una manzana acaramelada?
Cassie le alcanzó a Madison su manzana acaramelada, quien la puso en el bolsillo, y le extendió la otra a Dylan. Pero cuando se la ofreció, él la rechazó haciendo un gesto con la mano.
Cassie lo observó incrédula y vio que desenvolvía uno de los bastones de la tienda que acababan de visitar.
–Dylan… —empezó.
–Ay no, yo quería uno de esos —se quejó Madison.
–Te