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A su derecha, Cassie vio una sala de estar con enormes puertas corredizas que daban a un porche. Con muebles de cuero que parecían cómodos y pinturas de barcos en las paredes, la sala parecía acogedora y elegante. No pudo evitar compararla con la decoración ostentosa en exposición que había en el chateau en donde había trabajado. En este hogar parecía que vivía una verdadera familia.
La cocina estaba ordenada y limpia, y Cassie notó la calidad de los electrodomésticos. La caldera, la tostadora y la procesadora de alimentos eran de una marca destacada. Reconoció el diseño brillante de un artículo que había leído en la revista del avión, y recordó su asombro ante el precio.
–¿Almorzaste? —le preguntó Ryan luego de servirle un té.
–No, pero estoy bien…
Ignorando sus protestas, abrió el refrigerador y sacó un plato lleno de frutas, bollos y sándwiches.
–Los fines de semana me gusta tener una reserva de refrigerios disponible. Me gustaría decir que esta era especialmente para ti, pero es algo habitual para los niños. Dylan tiene doce y está empezando a comer como un adolescente. Madison tiene nueve y hace mucho deporte, y prefiero que se atraquen con esto que con comida chatarra o dulces.
–¿En dónde están los niños? —preguntó Cassie, sintiendo otra punzada de nervios ante la idea de conocerlos.
Con un padre tan divertido y sincero, ellos eran probablemente justo como Jess los había descrito, pero necesitaba estar segura.
–Salieron en bicicleta después del almuerzo a visitar a un amigo. Les dije que aprovecharan al máximo la tarde antes de que cambie el clima. Volverán en cualquier momento, si no tendré que ir a buscarlos en el Land Rover.
Ryan miró por la ventana al cielo que oscurecía.
–De todos modos, como te expliqué, necesito ayuda por un tiempo. Ahora soy padre soltero, los niños necesitan distraerse lo máximo posible, y la fecha límite de mi trabajo es inquebrantable.
–¿A qué te dedicas? —le preguntó Cassie.
–Soy dueño de una flota de botes pesqueros y de paseo, que funciona en el puerto de la ciudad. Esta es la época del año en que se realiza el mantenimiento a los botes, y en este momento tengo un equipo de reparación en el lugar. Están terriblemente ocupados y las primeras tormentas de la temporada están por empezar. Por eso es que las fechas son tan apretadas, y mis circunstancias actuales no ayudan.
–Debe haber sido terrible pasar por un divorcio, especialmente ahora.
–Han sido momentos muy difíciles.
Cuando Ryan se alejaba de la ventana, con el cambio de luz, Cassie se dio cuenta de que no era simplemente atractivo sino extraordinariamente guapo. Su rostro era fuerte y esculpido, y por los músculos bien definidos de sus brazos le pareció que estaba en muy buena forma.
Cassie se reprendió por comerse con los ojos a ese pobre hombre, que estaba pasando por un infierno emocional. De todos modos, tenía que admitir que era irresistiblemente guapo, tanto que tenía que obligarse a sí misma a no quedarse mirándolo.
–Ryan, el único problema es que no tengo una visa de trabajo en este momento. Tengo una para trabajar en Francia y la agencia de niñeras comprobó que no tengo antecedentes, pero no sabía que aquí funcionaba de otra manera.
–Fuiste recomendada por una amiga —dijo Ryan, sonriendo—. Eso quiere decir que te puedes quedar aquí como huésped. Te pagaré en efectivo, fuera de nómina, así que lo recibirás libre de impuestos, si eso te sirve.
Cassie sintió un enorme alivio. Ryan entendía su situación y estaba dispuesto a aceptarla sin problemas. Esto le sacaba un gran peso de encima. Se dio cuenta de que podía incluso ser el factor decisivo y tuvo que obligarse a no aceptar el empleo de inmediato. Se recordó que tenía que ser cuidadosa y esperar a conocer a los niños antes de comprometerse.
–¿Por cuánto tiempo me necesitarías?
–Tres semanas, como máximo. Así tendré tiempo de terminar este proyecto y para entonces estarán por empezar las vacaciones escolares, lo que nos dará la oportunidad de afianzar los lazos familiares. Reafianzar, debería decir, como una nueva familia. Dicen que el divorcio es la experiencia más estresante de la vida, y creo que los niños y yo podemos confirmarlo.
Cassie asintió, comprensiva. Estaba segura de que sus hijos habían sufrido. Se preguntó cuánto habían peleado Ryan y su esposa. Inevitablemente, habría habido peleas. Solo dependía de si estas habían terminado con gritos y recriminaciones, o en un silencio tenso y latente.
Habiendo vivido ambas situaciones de niña, no estaba segura de cuál era peor.
Mientras la madre de Cassie vivía, había logrado contener lo peor del temperamento de su padre. Cassie recordaba los silencios tensos de cuando era más joven, y eso le había permitido desarrollar una afinada percepción para el conflicto. Podía entrar en una sala y percibir instantáneamente si las personas allí habían estado peleando. Los silencios eran tóxicos y la desgastaban emocionalmente, porque no tenían fin.
Si hubiese algo para decir a favor de las peleas a los gritos es que en algún momento se terminan, ya sea con vidrios rotos o con una llamada a la emergencia. Pero eso provocaba otros traumas y cicatrices permanentes. También producía una sensación de temor, porque los gritos y la violencia física demuestran que podemos perder el autocontrol, y que por lo tanto no somos de fiar.
Ese, en resumen, había sido su padre después de que su madre murió.
Cassie miró alrededor de la alegre y ordenada cocina, e intentó imaginarse qué habría ocurrido entre Ryan y su esposa. Las peores peleas, en su experiencia, ocurrían en la cocina y el dormitorio.
–Lamento que hayas tenido que pasar por esto —dijo ella suavemente.
Ryan la estaba observando de cerca y ella le devolvió la mirada, observando sus ojos azules pálidos y penetrantes.
–Cassie, tú pareces entenderlo —le dijo.
Pensó que le iba a preguntar algo más, pero en ese momento la puerta de entrada se abrió.
–Los niños llegaron, justo a tiempo.
Parecía aliviado.
Cassie miró por la ventana. Las gotas de lluvia salpicaban el vidrio, y luego de un portazo, comenzó a caer una fría llovizna de invierno.
–¡Hola, papá!
Se sintieron pasos pesados sobre el piso de madera y una niña delgada con short de ciclista y una camiseta deportiva verde entró corriendo a la cocina. Se detuvo al ver a Cassie, la miró de arriba a abajo, y luego se acercó y le dio un apretón de manos.
–Hola. ¿Tú eres la señora que nos va a cuidar?
–Mi nombre es Cassie ¿Tú eres Madison? —preguntó Cassie.
Madison asintió, y Ryan alborotó el brillante cabello castaño de su hija.
–Cassie aún no se decidió a trabajar para nosotros. ¿Qué piensas? ¿Prometes portarte bien?
Madison