David, La Esperanza Perdida. Serna Moisés De La Juan
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Pasó por allí una vez el Rey que en aquel tiempo tenían y que su nombre era Saúl, y que también había sido ungido, y cuando el Rey pasaba, siempre había fiesta, y se hacían canciones al Rey y a sus hazañas, un poco lo que sucedía en Castilla en tiempo de los señores feudales que, salían trovadores a cantar las hazañas de sus señores.
Esta es una forma de mantener fresca en la memoria de sus habitantes a quién debían pleitesía, pues es sabido que aquel pueblo que no atiende adecuadamente a su Rey es exterminado como castigo y ejemplo al resto de las localidades.
Pues decía que, se tenía noticias de que iba a pasar por allí el Rey, y el que mandaba en el pueblo llamó a todos y les dijo que venía el Rey, que tendrían que matar unos cuantos corderos, y sacar el vino de la cosecha, y cocer pan y demás, todo para agasajar a tan distinguido invitado.
Así con la participación de casi todos los aldeanos, pronto estuvo todo preparado para cuando llegara, más como únicamente iba de paso, se encontraron con que ni siquiera paró, y siguió su camino, y a todos les molestó que después de la mortandad que habían hecho de los rebaños, ni siquiera los hubiera probado.
Estando en esto, David que ya tenía la edad de quince años llegó del monte de estar cuidando el ganado y de esto él nada sabía, y se enteró del desplante hacia el pueblo.
Había llegado justo cuando el Rey había pasado, quien iba a caballo y como llevaba escolta a pie se andaba despacio.
Se enteró de todo, y preguntó el tiempo que hacía que había pasado el Rey y se le dijo que, aquella polvareda que se veía a lo lejos era de él.
El joven no se lo pensó e indignado por la situación quiso hacer algo en justicia para compensar aquella afrenta, y sin decir nada a los demás al punto se marchó al monte, ya que de trabajar todos los días allí lo conocía muy bien, y siguiendo por este, llegó a un sendero del camino antes que el monarca, y se plantó allí en medio.
Otro hubiese sido más juicioso y hubiese dejado pasar la situación, ya que no se trataba de cualquier persona sino el Rey, al cual se le estaba permitido todo, como era la costumbre, pero David tenía otros planes.
Cuando llegaron los primeros guardias, le dijeron que se apartara, y él no se apartó, y tenía la honda en la mano y un buen puñado de piedras de las que se mata a las bestias del campo cuando atacan al ganado, de las grandes.
Los soldados vieron que no se movía, a pesar de lo cual quisieron pasar con los caballos, y él cogiendo una piedra, dio en la grupa del primero que al sentir el dolor se encabritó, y dio con el jinete en el suelo, y los caballos de los demás se asustaron.
La comitiva se paró y los soldados prestos se dirigieron hacia el joven, ya que había agredido a uno de sus caballos y eso era tanto como hacerlo a uno de ellos.
Estando en esto llegó el Rey, y preguntó sobre qué pasaba y porqué se habían parado, y se lo contaron, y se dijo,
“¡Éste está loco, mira que enfrentarse él solo con mi guardia!”
Más se adelantó por curiosidad al ver que no hacía gesto de huir cuando la guardia se dirigía a detenerle y le preguntó,
―¿Es que no sabes quién soy?
―¡Me han dicho que el Rey! ―contestó David sin soltar la honda preparada con una piedra―, pero no estoy seguro, pues yo sabía que tenía que pasar y en mi pueblo se ha preparado gran banquete para él, pero has pasado tú, y no has parado, y es seguro que eres un impostor, pues el Rey, es bueno, y no puede hacer agravio al pueblo que le quiere festejar. El impostor se esconde, y pasa rápido, no sea que alguien le reconozca. Así pues, he corrido para dar caza al impostor, y ofrecerle la cabeza al verdadero Rey cuando llegue y se reúna en el pueblo ―y diciendo esto terminó.
El Rey con un gesto detuvo a sus soldados, pues estaba extrañado de la situación, y no sabía qué decir, y así pensó, “Veremos cómo anda de armas, pues de valentía ya lo sé”.
―¡Mira cuantos soldados tengo! ―le dijo adelantando su caballo mientras con la mano extendida señalaba a sus hombres―. Si quiero puedo pasar y nunca sabrás si soy impostor, pues no me tocarás.
―Mira ―le fue contestado―, tengo en la mano algo especial que uso muy bien, y así antes de que ninguno de tus soldados me pueda hacer algo, estarás muerto.
Esto asustó al Rey que, le miró, y únicamente veía una honda, y aunque sabía que eran armas peligrosas cuando se usaban bien prefirió ser prudente y alejó lentamente el caballo mientras le decía.
―Dame demostración de tu habilidad y te daré satisfacción ―dijo el Rey otra vez.
Al punto David cogió una piedra y dando vueltas a la honda, la soltó y viendo que no pasaba nada, todos rieron, y en esto cayó del cielo un ave que por allí volaba, y fue cerca del Rey, y éste tuvo que refrenar su caballo que se asustó.
Y el Rey miró al cielo y no vio ninguna ave más, y así pensó, “¡Caramba con el muchacho, si le da a un ave que va sola, y que tiene el tamaño de mi puño, ¿qué hará conmigo?”, y así le dijo,
―Vamos al pueblo a festejar, pues en verdad soy el Rey Saúl, pero es que no sabía que me estuvierais esperando, pero mira, ve tu primero y avisa que llegamos.
A pesar de sus palabras, el rey no tenía intención ninguna de volver sobre sus pasos, así pues, pensó seguir su camino cuando aquel muchacho se hubiese ido a su pueblo.
David que intuyó el pensamiento del Rey y sabiendo que únicamente se quería deshacer de él, le dijo,
―Como el camino le conocéis, por haber pasado por él y como si paso primero voy antes que el propio Rey, así pues, seguir delante que yo soy únicamente un cabrero y no puedo pasar primero, si no detrás dando escolta.
El Rey se quedó asombrado de la sabiduría del muchacho y viendo que no le dejaba muchas alternativas decidió volver con su escolta, y tras un breve trayecto llegaron al pueblo, aunque ya la gente no le esperaba, y estaban disgustados, pero viendo venir a la escolta a caballo se volvieron a poner contentos.
Luego se enteraron de lo que había sucedido, y ellos, como es natural presumían de su mozo que, tenía tanta inteligencia, y así contaban unas cosas ciertas y otras inventadas, a tal punto que el mismo Rey que, había sido forzado, y que por ello estaba disgustado, se le pasó el enfado y llamó a su mesa a David, mas éste no apareció, y aunque le buscaron no le encontraron y sin embargo de la montaña, llegó el canto que todos conocían, y que era del muchacho que tal aflicción tenía, y que agradaba a todos, pues estaba especialmente dotado para ello.
En el canto decía que, cantaba al rey más grande que tenían y que había ganado muchas batallas y que era el ungido del ALTÍSIMO, y todos conocían esto, más también añadió, y esto solo el rey conocía que, aunque un rey era, EL ALTÍSIMO le vigilaba, y que se podía olvidar de que él había ungido a quien él luego no le servía bien que, siendo rey tenía más obligaciones y también más servidumbre, y esto fácilmente le hacía olvidar que él era el primer siervo.
Esto alarmó tremendamente al rey que, preguntó por el nombre de aquel que cantaba, y le dijeron que era el mismo que le había hecho volver.
El rey se alarmó bastante, pues pensó que