Soy Tu Hombre Del Saco. T. M. Bilderback

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Soy Tu Hombre Del Saco - T. M. Bilderback

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con un día tenerlas enrolladas alrededor de su cintura. De vez en cuando, le echaba un vistazo a su busto, pero su mayor sueño era tener sus piernas alrededor de su cintura. Había soñado con eso cada día que Arlene asistía al trabajo, pero solo había una cosa que le había impedido perseguir ese sueño y no era precisamente el miedo a recibir una denuncia por acoso sexual o por comportarse de una manera totalmente inaceptable en el lugar de trabajo.

      Arlene vivía en London, un pueblo que se localizaba más al sur del condado de Sardis.

      Cliff le tenía un miedo terrible a Londres y no había nada que pudiera hacer para poner un pie en el lugar. Algo en ese pueblo de los agujeros en la carretera le asustaba muchísimo. Podía sentir cómo su respiración se aceleraba al acercarse al pequeño pueblo y se le ponía la piel de gallina. Una vez que pasaba la señalización de los límites de la ciudad sus pelos se elevaban y comenzaba a sudar abundantemente, un sudor maloliente provocado por el nerviosismo. Cliff finalmente se había dado cuenta de que nunca más iría a Londres por voluntad propia, sin importar lo que pasara, así que cualquier acuerdo de propiedad inmobiliaria que tuviera que realizar en Londres se lo delegaría a alguno de sus empleados.

      El hecho de ir a Londres a buscar a Arlene para una cita o para después ir dejarla a su casa no era una idea para nada entretenida en la cabeza de Cliff.

      No había ninguna señal de que Arlene supiera sobre el deseo que su jefe sentía.

      Sin embargo …

      algunas veces cuando él no la observaba, ella sí lo hacía con una gran sonrisa, como si se divirtiera … o lo considerara su presa.

      Aparecía un brillo amarillento en su iris… un brillo amarillento como el de un animal.

      Esta mañana, antes de que Cliff se sentara en su escritorio para realizar su ritual de miradas y perderse en el tiempo observando la manera sigilosa con la que caminaba Arlene, el timbre de la puerta principal sonó y una cliente entró.

      La chica era bajita, rubia, bonita y tenía algunas pecas en el puente de su nariz que asemejaban a un ligero puñado de polvo.

      Cliff se dio vuelta desde donde se encontraba la cafetera y con una sonrisa en su rostro se dirigió a la mujer.

      –¡Buenos días!, me llamo Cliff Anderson. ¿En qué la puedo ayudar?

      Cliff esperaba que la joven preguntara por el alquiler de un departamento o quizás una casa poco costosa que pudiera alquilar por un par de semanas. Nunca la había visto antes, así que creía que era una empleada de la tienda Big box.

      Cuando ella le dijo lo que estaba buscando, la curiosidad de Cliff se disparó.

      –Hola.  Estoy buscando una granja que tenga al menos 40 hectáreas de pasto, una gran casa y un granero. Muy pronto enviaré un ganado desde la ciudad de Carson, Nevada, así que necesito un hogar para ellos. Pagaré en efectivo, si eso ayuda a acelerar el proceso

      Por su bien, Cliff evitó que su barbilla se le cayera hasta el piso.

      —ESTO ES MUY GRAVE—DIJO Alan.

      Intentaba mantener el desayuno en su estómago mientras inspeccionaba la escena del crimen.

      Billy asintió.

      –¿Alguna vez viste algo tan terrible en la ciudad?

      Alan pensó un instante y luego afirmó con su cabeza.

      –Una vez ayudé a limpiar una granja que había ocupado Esteban Fernández. A pesar de que esta se había quemado, encontraron dos cuerpos que pertenecían a los agentes de la Administración para el Control de Drogas. Los habían hecho picadillos. Pensamos que Fernández los había asesinado, así que los federales tuvieron que tomar medidas drásticas. La escena era bastante terrorífica.

      No se había removido nada. Billy quería que Alan examinara toda la evidencia en el momento y no solo con las fotos, puesto que creía que había algo que estaban pasando por alto.

      Alan respiró profundamente tres veces para poder calmarse. Comenzó a estudiar todo lo relacionado con la escena y, de forma metódica, analizó todo antes de moverse.  Cuando se sintió preparado, se colocó unos cobertores desechables de papel en los zapatos para no contaminar ninguna prueba microscópica. Poco a poco se acercó a los restos de la joven. Estudió la posición de cada órgano y cómo sus intestinos dibujaban la forma del corazón de San Valentín. Se detuvo para estudiarlo cuidadosamente y luego regresó para hablar con Billy.

      –No hay ninguna ruptura en los intestinos. ¿Te diste cuenta?

      Billy sacudió la cabeza.

      –No.

      –Mira.

      Alan señaló la parte de los intestinos.

      –Aquí es donde el intestino se desconectó del estómago.

      Apuntó a la parte del intestino que estaba junto a la primera parte.

      –Y esta es la parte que se separó del intestino—miró al forense.

      –¿Tengo razón?

      El forense asintió.

      –Entonces, no hubo ningún desgarro. No hay ninguna separación ni tampoco hay torsión.

      Billy estaba confundido.

      –¿Entonces?

      Alan lo miró.

      –Significa que quien hizo esto sacó los intestinos paso a paso y dibujó el corazón a medida que avanzaban. Los intestinos no se enredaron ni se rasgaron o cortaron. Esto requirió una gran concentración o suerte, además de tiempo.  Incluso las dos mitades del corazón son idénticas, lo que debe haber sido bastante difícil de realizar.

      –¿Qué piensas del patrón de los órganos?

      Alan los había estudiado durante cierto tiempo.

      Movió la cabeza.

      –No tengo ni idea, Billy.

      –Bien, ¿quién demonios decidió no llamarme en un maldito caso de asesinato? —gritó una voz desde la puerta.

      Tanto Billy como Alan se voltearon para quien acababa de llegar.

      Era Godfrey Malcolm, el jefe de policía de Perry.

      –¡Alto ahí, idiota!  ¡Si te vas a acercar ponte un cobertor de papel en las botas!

      –¿Para qué carajo? —gritó Malcolm.

      –¡Para que no contamines la escena del crimen! ¿Cómo conseguiste este trabajo? ¿Chupándosela a los miembros del Consejo Municipal?

      Malcolm miró al comisario, pero no dijo nada. Sus ojos estaban muy enrojecidos y su nariz era de un rojo brillante por beber alcohol tan a menudo.

      Malcolm se apoyó borracho en el marco de la puerta y apenas mantenía el equilibrio para colocarse los cobertores de papel, pero, finalmente cuando lo consiguió, entró al lugar.

      Cuando el jefe de policía vio la escena del crimen vomitó

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