Soy Tu Hombre Del Saco. T. M. Bilderback

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Soy Tu Hombre Del Saco - T. M. Bilderback

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style="font-size:15px;">      —¿Crees que después de esto el Consejo Municipal lo despida?

      Alan se sentó en la oficina de Billy mientras le hacía la pregunta.

      –¡Por dios, seguro que sí, eso espero!

      Luego de que Malcolm vomitara en la escena del crimen, Billy lo arrestó por el cargo de ebriedad en público, de modo que lo hizo pasar por todo el procedimiento de arresto. Inclusive lo hizo pasar por el registro de cavidad corporal… en caso de que Malcolm estuviera involucrado en algún contrabando de drogas, por supuesto.

      El hombre, por su parte, estaba arrepentido, ya que sabía que había arruinado la escena del crimen… Bueno, lo estaba hasta que llegó el momento de registro de cavidad.

      –¡Nadie me va a meter una cosa en el culo! – gritó Malcolm.

      Varios ayudantes sostuvieron al enfadado Jefe de Policía y el encargado pudo llevar a cabo el examen con gran entusiasmo.

      Posteriormente, el comisario ordenó que lo encerraran en una celda privada.

      Billy le dijo: —¡Más vale que te alegres de que te ponga en una celda privada en vez de en una llena de gente!  ¡Ahora, cállate y acuéstate en el catre!

      Un Godfrey Malcolm manso y sumiso se sentó en el catre de la celda.

      –¿Cuánto tiempo planeas dejarlo ahí, Billy?

      Alan estaba sonriendo.

      –¡Diez años!

      Billy estaba furioso.

      Alan se reía a carcajadas.

      Billy miró a su viejo amigo y también empezó a reírse.

      –Ay, mierda, probablemente solo veinticuatro horas, pero sí o sí presentaré cargos. Su nivel de alcohol en la sangre era de 0, 12 y eso en cualquier ciudad significa estar borracho.

      —KATIE, QUIERO QUE TÚ y yo intentemos contactar con algunas… otras inteligencias.  Necesitamos saber si se trata de un asesino sobrenatural o humano.

      Margo Sardis estaba sentada en la mesa de la cocina de Kate. Su bastón con punta de plata estaba apoyado firmemente entre sus piernas anchas y sus manos arrugadas reposaban encima de este.

      Mientras Katie colocaba un pastel de fresa en el horno, observó a su tía.

      Margo Sardis era la tía abuela de Katie Ballantine Blake y la hermana de Margo había sido la tatarabuela de Katie. Esto convertía a Katie en una Sardis… y, por ende, en una bruja, al igual que su hija Carol Grace. La mujer había descubierto este hecho recientemente y la anciana estaba encantada de compartir por fin su conocimiento con los miembros de la familia que le darían un buen uso a la magia.

      –Las brujas no son ni buenas ni malas—le había dicho Margo una vez.

      –Conozco a Dios y también a su némesis. Soy sencillamente… una bruja. Ni más ni menos. Las brujas se basan en sus personalidades… como todos los demás.

      Cuando Margo dijo que necesitaban contactar con otras "inteligencias", Katie no estaba segura si se refería a buenas… o malas.

      –¿Qué otras inteligencias, tía?

      La boca de Margo se convirtió en una línea sombría.

      –Ambas, buenas y malas.

      Katie se volteó para mirar a Margo.

      –Está segura?

      Margó asintió con la cabeza.

      –Y puede que tengamos que preguntarles… a ellas.

      Katie parecía sorprendida.

      –¿Está segura de que deberíamos?

      –Solo si es estrictamente necesario. No quiero despertar a esa cosa particular a menos que debamos hacerlo, así que sigue siendo una posibilidad, Katie.

      Margo movió su cabeza con un gesto de desagrado.

      –Si tan solo no le hubiera dado a Ricky Jackson lo que había pedido… Si tan solo le hubiera dado lo que yo sabía que quería en realidad. De ese modo, la puerta al infierno nunca se hubiera abierto.

      Katie se aproximó a la mesa y se sentó. Colocó una taza de café en frente de cada uno de ellos.

      –No me dijiste que las cosas del infierno a menudo se dirigen a nuestro plano de existencia?  ¿No hubieran llegado acá de todas maneras?

      Margo sacudió la cabeza.

      –Sí, querida sobrina, lo hacen, pero no en tal cantidad.  ¡Todavía no puedo creer que deje que el orgullo me cegara tanto!

      Katie le dio una palmadita a la mano de la anciana.

      –Tía, ya es agua bajo el puente. No hay nada que podamos hacer ahora.

      Margo tenía una expresión de enojo y desagrado.

      –Eso supongo.

      Las dos mujeres se sentaron en silencio por un momento mientras bebían su café.

      Con una ligera y ansiosa voz, Katie preguntó: —¿Tía, ¿qué necesito para que el hechizo llame a otras inteligencias?

      Margó sonrió y le explicó.

      PHOEBE YA LLEVABA TRABAJANDO una hora en su turno en Mackie's.

      Los clientes eran pocos y no entraban con mucha frecuencia en esta mañana de día de la semana. Las cosas mejorarían más tarde, entretanto Phoebe había aprovechado ese tiempo para quitar el polvo de las cajas registradoras, almacenar las bolsas de compra y rellenar los estantes cerca de las líneas de pago.

      Phoebe estaba tan inmersa en sus pensamientos mientras llenaba los estantes de dulces que el cliente que se acercaba a ella no llamaba su atención hasta que le hablaban en voz alta.

      Sorprendida, Phoebe se dio la vuelta para ver a Tom Selleck en la fila de su caja.

      –¡Oh, lo siento!  ¡Me perdí en mis pensamientos y no te vi! – decía Phoebe mientras se apresuraba a su caja.

      El hombre le sonrió generosamente con unos dientes que brillaban como cien vatios por lo blancos. Phoebe incluso pensó que había visto un destello de luz reflejado en ellos.

      –No hay problema, no tengo prisa.

      Comenzó a registrar sus compras.

      –No te he visto antes acá o pasando por estos lugares.

      El hombre sonrió.

      –No, pero estoy planeando quedarme por un tiempo. De hecho, estoy buscando una casa de precio razonable que pueda comprar.

      Phoebe, que continuaba registrando las compras dijo: —¡Oh, puedo ayudarte! Tenemos un asesor en la ciudad

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