Casi Muerta. Блейк Пирс
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Casi Muerta - Блейк Пирс страница 12
Cassie dobló a la derecha automáticamente, dirigiéndose hacia las habitaciones de las niñas, pero la criada la llamó.
–¡No! —le dijo, y Cassie se alegró de que esta palabra fuese la misma en italiano.
La criada apuntó al corredor del otro lado de la herradura.
Cassie cambió de dirección, confundida. Había asumido que su habitación estaría cerca de las de las niñas, para poder atenderlas si la necesitaban durante la noche. Del otro lado de esta casa enorme no podría escucharlas si lloraban. En realidad, la habitación de la señora Rossi, en el centro de la herradura, estaba más cerca.
Sin embargo, ya había visto lo independiente que eran las niñas para su edad, y quizás eso quería decir que no necesitaban ayuda durante la noche o, por el contrario, que tenían la seguridad suficiente para cruzar la casa e ir a llamarla.
Su enorme dormitorio con baño en suite estaba ubicado al final de la otra ala de la herradura. Miró por la ventana y vio que las habitaciones tenían vista al jardín y al patio, con una fuente decorativa en el centro.
Del otro lado podía ver las ventanas de los dormitorios de las niñas y, en realidad, a la luz del atardecer, podía distinguir la cabeza oscura de una de las niñas, sentada en un escritorio y ocupada con su tarea. Como las niñas tenían coletas idénticas y una altura similar, no podía adivinar cuál de ellas era y el respaldo de la silla no le permitía ver el vestido, lo que la hubiese ayudado. Aún así, era bueno saber que podía verlas desde su lejana habitación.
Cassie quería cruzar la herradura e ir a conocer mejor a las niñas, para asegurarse de empezar con el pie derecho con ellas.
Sin embargo, estaban haciendo su tarea y luego iban a salir con su madre, por lo que tendría que esperar.
En su lugar, Cassie desempacó y se aseguró de que su habitación y los armarios estuvieran ordenados.
La señora Rossi no le había preguntado si tomaba alguna medicación, por lo que Cassie no tuvo que mencionar todas las pastillas para la ansiedad que la mantenían estable.
Guardó las botellas fuera de vista en el fondo del cajón de su mesa de noche.
Cassie no había esperado que su primera noche en la casa estuviera sola. Se dirigió hacia la cocina vacía y buscó en los cajones hasta encontrar los menús.
El refrigerador estaba lleno de comida, pero Cassie no sabía si estaba reservada para futuras comidas y no había nadie a quién preguntarle. Todo el personal, incluyendo a la criada que la había ayudado, parecía haberse marchado por el día. Se sintió cohibida e incómoda al pensar en ordenar comida para ella a cuenta de la familia en su primera noche, pero decidió que era mejor seguir las órdenes de la señora Rossi.
Había un teléfono en la cocina, así que llamó a uno de los restaurantes de la zona y ordenó una lasaña y una Coca-Cola dietética. Media hora después, llegó. Cassie no quería entrar al comedor formal, así que exploró otros lugares. El área de la planta baja tenía muchos salones más pequeños y uno de ellos, que supuso era el comedor de las niñas, tenía una pequeña mesa con cuatro sillas.
Se sentó allí y comió su comida mientras estudiaba su libro de frases en italiano. Luego, agotada después de todo lo que había ocurrido ese día, se fue a la cama.
Justo antes de dormirse su teléfono vibró.
Era el simpático barman de la casa de huéspedes.
“¡Hola, Cassie! Creo que recuerdo en donde estaba trabajando Jaxs. El nombre de la ciudad es Bellagio. ¡Espero que esto ayude!”
Al leer el mensaje, la inundó la esperanza. Esta era la ciudad, la verdadera ciudad en donde su hermana se había quedado. ¿Habría trabajado allí? Cassie esperaba que se hubiese quedado en un alojamiento o en un hotel, ya que eso significaba que podría rastrearla. Empezaría su investigación en cuanto tuviera tiempo, y Cassie estaba segura de que obtendría resultados.
¿Cómo sería la ciudad? El nombre sonaba encantador. ¿Por qué Jacqui había elegido viajar allí?
Le surgían tantas preguntas sin respuestas en su mente que le tomó más tiempo de lo que esperaba conciliar el sueño.
Cuando finalmente lo hizo, soñó que estaba en esa ciudad. Era singular y pintoresca, con terrazas salientes y edificios de piedra color miel. Caminando por la calle, le preguntó a un transeúnte:
–¿En dónde puedo encontrar a mi hermana?
–Está allí —dijo él señalando la cima de la colina.
Mientras caminaba, Cassie comenzó preguntarse qué era lo que había allí arriba. Parecía estar alejado de todo. ¿Qué hacía Jacqui allí? ¿Por qué no había bajado encontrarse con Cassie, si sabía que su hermana estaba en la ciudad?
Finalmente y sin aliento, llegó a la cima de la colina, pero la torre había desaparecido y todo lo que podía ver era un lago enorme y oscuro. Sus aguas oscuras salpicaban los bordes de las piedras oscuras que lo rodeaban.
–Aquí estoy.
–¿En dónde?
La voz parecía venir desde un lugar lejano.
–Es demasiado tarde —susurró Jacqui con voz ronca y llena de tristeza—. Papá me alcanzó primero.
Horrorizada, Cassie se inclinó y miró hacia abajo.
Allí estaba Jacqui, tumbada en el fondo del agua oscura y fría.
Su cabello se arremolinaba alrededor de ella, sus miembros estaban blancos y sin vida, y cubrían como algas a las rocas afiladas mientras sus ojos ciegos miraban hacia arriba.
–¡No! —Gritó Cassie.
Se dio cuenta de que esta no era Jacqui y de que no estaba en Italia. Estaba de nuevo en Francia, mirando por encima del parapeto de piedra al cuerpo despatarrado más abajo. Esto no era un sueño, era un recuerdo. El vértigo se apoderó de ella, y Cassie se aferró a la roca, aterrorizada de que también se iba a caer porque se sentía tan débil e impotente.
–Para eso están los padres. Eso es lo que hacen.
La voz burlona venía de detrás de ella y ella giró, tambaleándose.
Allí estaba, el hombre que le había mentido, la había engañado y había destruido su confianza. Pero no era a su padre a quien veía. Era Ryan Ellis, su jefe en Inglaterra, con el rostro retorcido con menosprecio.
–Eso es lo que hacen los padres —susurró—. Hacen daño. Destruyen. Tú no fuiste lo suficientemente buena, así que ahora es tu turno. Eso es lo que hacen.
Extendió la mano, la sujetó de la blusa y la empujó con todas sus fuerzas.
Cassie dio un alarido de terror al sentir que perdía la sujeción y la piedra se resbalaba.
Se estaba cayendo, cayendo.
Y cuando aterrizó, se sentó, jadeando, con sudor frío que le producía escalofríos aunque el espacioso dormitorio estaba templado.