Casi Muerta. Блейк Пирс
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Maurice suspiró.
–La cerradura de la puerta del frente es difícil de abrir los días fríos. Hace un ruido nefasto y no me gusta perturbar a la casa cuando llego temprano. Así que uso la puerta trasera porque es más silenciosa.
–¿Y el café?
Cassie observó la taza, aún sintiéndose atacada por sorpresa por la extrañeza de su apariencia y su supuesto rol.
–Es de una cafetería artesanal calle abajo. Es el favorito de la Signora. Le traigo una taza cuando tenemos nuestras reuniones matinales.
–¿Tan temprano?
Aunque su tono era acusador, Cassie se sentía avergonzada. Había creído que estaba siendo heroica, actuando por el bienestar de la señora Rossi y sus hijas. Ahora descubría que había cometido un grave error y había empezado con el pie izquierdo con Maurice. Como su asistente personal, obviamente era una figura influyente en su vida.
De pronto, sus perspectivas de una pasantía futura parecían cada vez menos seguras. Cassie no podía soportar pensar en que su sueño ya estaba en riesgo gracias a sus acciones imprudentes.
–Tenemos un día muy ocupado hoy. La señora Rossi prefiere comenzar temprano. Ahora, si no te importa, quisiera entregarle esto antes de que se enfríe.
Golpeó la puerta respetuosamente y un momento después, esta se abrió.
–Buongiorno, Signora. ¿Cómo está esta mañana?
La señora Rossi estaba perfectamente vestida y arreglada. Hoy tenía un par de botas distintas; estas eran color cereza, con enormes hebillas plateadas.
–Molto bene, grazie, Maurice —y tomo el café,
Cassie se dio cuenta de que los cumplidos en italiano parecían ser una formalidad antes de que la conversación cambiara al inglés mientras Maurice continuaba.
–Está muy frío afuera. ¿Quiere que vaya a subir la calefacción en su oficina?
Hasta ahora, Cassie no sabía que Maurice podía sonreír, pero ahora su rostro estaba estirado en una sonrisa servil y prácticamente estallaba su deseo de complacerla.
–No, no estaremos allí por mucho tiempo. Estoy segura de que la calefacción será la adecuada. Trae mi saco, ¿sí?
–Por supuesto.
Maurice tomó el saco con cuello de piel del soporte de madera cerca de la puerta de su dormitorio. La siguió de cerca y comenzó a hablar animadamente.
–Espere a escuchar qué tenemos preparado para la semana de la moda. Ayer tuvimos una reunión excelente con el equipo francés. Por supuesto que grabé todo, pero también tengo la minuta y un resumen preparado.
Cassie se dio cuenta de que la señora Rossi no le había dirigido la palabra. Debía haberla visto allí parada, pero su atención había estado totalmente enfocada en Maurice. Ahora, los dos se dirigían a la oficina en donde Cassie había sido entrevistada el día anterior.
No creía que la señora Rossi la estuviese ignorando a propósito, al menos eso esperaba. Era más como si estuviese totalmente distraída y con toda su atención en el día de trabajo que la esperaba.
–Tengo el informe de ventas de la semana pasada y una respuesta de los proveedores indonesios.
–Espero que sean buenas noticias —dijo la señora Rossi.
–Eso creo. Están solicitando más información, pero parece positivo.
Maurice estaba prácticamente adulando a la señora Rossi, y Cassie no sabía si él la estaba ignorando sin intención o si lo hacía a propósito, quizás para demostrarle que él era mucho más importante que ella en su vida.
Los siguió hasta la oficina, arrastrándose unos pocos pasos más atrás, esperando el momento en que hubiera un hueco en la conversación para poder preguntar por los horarios de las niñas.
Poco tiempo después, resultó claro que no habría ningún hueco. Con las cabezas inclinadas hacia la pantalla de la computadora portátil de Maurice, ninguno de ellos siquiera la miraban. Cassie tuvo la seguridad de que Maurice la estaba ignorando a propósito. Después de todo, él sabía que ella estaba allí.
Pensó en interrumpirlos, pero eso la ponía nerviosa. Estaban concentrados y Cassie no quería hacer enojar a la señora Rossi, especialmente después de que la conversación que había escuchado ayer había demostrado que la empresaria era muy irascible.
Luego de haber sido contratada había tocado el cielo con las manos, recomendada y halagada por esta mujer prestigiosa. Esta mañana, era como si ella no existiera para la señora Rossi.
Alejándose, Cassie se sintió desanimada e insegura. Intentó ahuyentar los pensamientos negativos y se recordó a sí misma firmemente que su papel era cuidar de las niñas y no monopolizar la atención de la señora Rossi cuando estaba tan ocupada. Con suerte, Nina y Venetia sabrían cuáles eran sus horarios.
Cuando Cassie fue a las habitaciones de las niñas, las encontró vacías. Ambas camas estaban hechas de forma inmaculada y sus habitaciones estaban ordenadas. Cassie supuso que se habrían ido a desayunar, se dirigió a la cocina y se alivió de encontrarlas allí.
–Buen día, Nina y Venetia —dijo ella.
–Buen día —respondieron ellas con amabilidad.
Nina estaba sentada en una silla mientras detrás de ella, Venetia le ataba la coleta con un lazo. Cassie supuso que Nina recién habría hecho lo mismo por su hermana, porque el cabello de Venetia ya estaba prolijamente recogido. Ambas niñas estaban vestidas con un guardapolvo de color rosa y blanco.
Habían hecho tostadas y jugo de naranja, y los habían dispuesto sobre la mesa de la cocina. Cassie estaba sorprendida por cómo parecían actuar como una unidad. Por lo que había visto hasta ahora, tenían una relación armoniosa; no había señales de peleas ni de burlas. Supuso que al tener tan poca diferencia de edad, eran más como mellizas que como hermanas mayor y menor.
–Ustedes dos son tan organizadas —dijo Cassie con admiración—. Son muy inteligentes al cuidarse entre ustedes. ¿Quieren algo para untar las tostadas? ¿Qué suelen ponerles? ¿Mermelada, queso, manteca de maní?
Cassie no estaba segura de lo que había en la casa, pero supuso que tendrían esos básicos.
–Me gustan las tostadas simples con manteca —dijo Nina.
Cassie asumió que Venetia estaría de acuerdo con su hermana. Pero la niña menor la miró con interés, como si estuviese considerando sus sugerencias. Luego, dijo:
–Mermelada, por favor.
–¿Mermelada? No hay problema.
Cassie abrió las alacenas hasta encontrar la que tenía los productos untables. Estaban en el estante de arriba, demasiado alto para que las niñas lo alcanzaran.
–Hay mermelada de frutilla y de higo. ¿Cuál prefieres? Si no, hay Nutella.
–Frutilla, por favor —dijo Venetia amablemente.
–No