Casi Muerta. Блейк Пирс
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Читать онлайн книгу Casi Muerta - Блейк Пирс страница 13
Estaba en la enorme cama matrimonial con cabecera de metal. Del otro lado de la habitación estaba el enorme ventanal, con las cortinas color castaño dorado cerradas.
A la derecha estaba la puerta del dormitorio y a la izquierda, la puerta del baño. El escritorio, la silla, el minibar, el armario, todo estaba como ella lo recordaba.
Cassie soltó un suspiro profundo, con la tranquilidad de que ya no estaba atrapada en su sueño.
Aunque aún estaba oscuro, ya eran las siete y cuarto de la mañana. Con un sobresalto, recordó que no había recibido instrucciones de lo que las niñas debían hacer hoy. ¿O sí las había recibido, pero se había olvidado? ¿La señora Rossi había dicho algo de la escuela?
Cassie sacudió la cabeza. No podía recordar nada y no creía que hubiera mencionado los horarios de la escuela.
Salió de la cama y se vistió rápidamente. En el baño, controló sus ondas cobrizas con un peinado que esperaba que fuese aceptable en este hogar enfocado en la moda.
Mientras se miraba en el espejo, escuchó un ruido afuera.
Cassie se detuvo y escuchó.
Detectó el débil sonido de unos pasos crujiendo sobre la gravilla. El cristal esmerilado de la ventana del baño daba hacia afuera, hacia la puerta de hierro.
¿Sería alguien del personal de cocina?
Abrió la ventana y miró hacia afuera.
En el gris profundo de la mañana, Cassie vio una silueta vestida con ropa oscura avanzando furtivamente hacia la parte trasera de la casa. Mientras observaba con asombro, logró descifrar la silueta de un hombre con un gorro de lana negro y una pequeña mochila de color oscuro. Solo fue un vistazo, pero pudo ver que se dirigía a la puerta trasera.
Se le aceleró el corazón al pensar en intrusos, en la puerta automática y las cámaras de seguridad.
Recordó las palabras de la señora Rossi y la clara advertencia que le había dado. Esta era una familia acomodada. Sin dudas podían ser el blanco de un robo o incluso un secuestro.
Tenía que salir a investigar. Si él le parecía peligroso, daría la alarma, gritaría y despertaría a toda la casa.
Mientras se apresuraba por la escalera, decidió su plan de acción.
El hombre se había dirigido a la parte de atrás de la casa, así que ella saldría por la puerta del frente. Ahora había suficiente luz para ver bien, y la fría noche había dejado escarcha sobre el pasto. Podría seguir sus huellas.
Cassie salió hacia afuera, cerrando con llave la puerta. La mañana estaba tranquila y helada, pero estaba tan nerviosa que apenas notó la temperatura.
Había huellas, borrosas pero claras en la escarcha. Rodeaban la casa sobre el pasto prolijamente cortado y conducían hacia los ladrillos del patio.
Siguiéndolas, vio que conducían a la puerta trasera que estaba totalmente abierta.
Cassie se avanzó por los escalones, notando las huellas típicas de un zapato en cada escalón de piedra.
Se detuvo en la puerta, esperando y esforzándose por escuchar cualquier ruido sospechoso por encima del martilleo de su propio corazón.
No podía escuchar nada que viniera de adentro, aunque las luces estaban prendidas. Un leve aroma a café flotó hacia ella. Quizás este hombre era un chofer que venía dejar una entrega y la cocinera lo había dejado entrar. Pero entonces, ¿en dónde estaba él y por qué no podía escuchar ninguna voz?
Cassie caminó sigilosamente por la cocina, pero no encontró a nadie allí.
Decidió ir a ver a las niñas y asegurarse de que estuvieran bien. Entonces, una vez que se asegurara de que estaban a salvo, despertaría a la señora Rossi y le explicaría lo que había visto. Podría tratarse de una falsa alarma, pero era mejor prevenir que curar, especialmente viendo que el hombre parecía haber desaparecido.
Había sido un vistazo tan fugaz que si no hubiese visto las huellas de los zapatos, Cassie hubiera creído que se había imaginado al furtivo personaje.
Trotó por las escaleras y se dirigió a los dormitorios de las niñas.
Antes de llegar se volvió a detener, tapándose la boca con la mano para sofocar un grito.
Allí estaba el hombre, una figura delgada, vestida con ropa oscura.
Estaba afuera del dormitorio de la señora Rossi, extendiendo la mano izquierda hacia la manija de la puerta.
No podía ver su mano derecha porque la tenía enfrente de él, pero por el ángulo, era obvio que estaba sosteniendo algo con ella.
CAPÍTULO OCHO
Cassie necesitaba un arma y agarró el primer objeto que sus ojos aterrados pudieron ver: una estatuilla de bronce en una mesilla cerca de la escalera.
Luego, corrió hacia él. Ella tendría la ventaja del efecto sorpresa, ya que él no podría voltearse a tiempo. Lo golpearía con la estatuilla, primero en la cabeza y luego en la mano derecha para desarmarlo.
Cassie saltó hacia adelante. Él estaba girando, esta era su oportunidad. Alzó su arma improvisada.
Entonces, mientras él se volteaba para enfrentarla, se resbaló y se detuvo. El grito de disgusto de él sofocó el suyo de sorpresa.
El hombre delgado de baja estatura sostenía un vaso grande de café para llevar en la mano.
–¿Qué diablos? —Gritó él.
Cassie bajó la estatuilla y lo miró con incredulidad.
–¿Estabas intentando atacarme? —Refunfuñó el hombre— ¿Estás loca? Casi me haces soltar esto.
Él miró hacia abajo, al café, que le había salpicado la mano por el agujero de la tapa. Unas pocas gotas se habían derramado en el suelo. Él buscó en su bolsillo un pañuelo descartable y se inclinó a limpiarlas
Cassie adivinó que tendría treinta y pocos años. Estaba inmaculadamente arreglado. Su cabello castaño tenía un corte de pelo degradado a la perfección y tenía una barba bien cortada. Detectó una pizca de acento australiano en su voz.
Incorporándose, la miró con furia.
–¿Quién eres?
–Soy Cassie Vale, la niñera. ¿Quién eres tú?
Él levantó las cejas.
–¿Desde cuándo? Ayer no estabas aquí.
–Me contrataron ayer en la tarde.
–¿La Signora te contrató?
Él remarcó la última palabra y la observó por unos segundos, en los que Cassie se sintió cada vez más incómoda. Asintió en silencio.
–Ya veo. Bueno, mi nombre es Maurice Smithers, y soy el asistente personal de la señora Rossi.