Casi Muerta. Блейк Пирс
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Cassie echó un vistazo a las tiendas mientras se dirigía hacia la intersección, preguntándose si podría pedir indicaciones. Los interiores brillantemente iluminados era oasis de confort y calidez apero con su chaqueta desgastado y zapatillas mojadas dudaba que le permitieran entrar. Estos nombres representaban la cumbre de la industria de la moda. Emilio Pucci, Dolce & Gabbana, Moschino. Las prendas en si parecían tan fuera de su alcance como las etiquetas con los precios.
Tendría que confiar en su mapa que se está desintegrando rápidamente en la lluvia. Se detuvo en la intersección para abrirlo dándose cuenta de que sentía los labios y las mejillas entumecidas. El papel húmedo al abrirlo y ella intentó unir las piezas para darle sentido y complejo diseño de calles con nombres desconocidos y a esta altura ilegibles.
Se había alejado. Debería haber doblado cuatro cuadras atrás. Desorientada en un lugar extraño no se había detenido para verificar su ubicación. Volteó el mapa con las manos temblando intentando armar su camino de regreso hacia donde tendría que estar. Un giro a la izquierda, tres cuadras hacia abajo, no, cinco y luego otro giro a la izquierda que la llevaba a un laberinto retorcido de calles. Allí era en donde tenía que estar.
Cassie dobló todos los pedazos lo mejor que pudo y los puso otra vez en su bolsillo aunque sabía que el mapa no sobreviviría otra salida. Ahora se tenía que concentrar y reprimir el pánico de que llegaría demasiado tarde, que el lugar al que quería llegar habría cerrado para cuando ella llegara, o, aún peor, que su viaje terminara en nada más que una decepción desesperada.
Esta era su única oportunidad de encontrar a su hermana, Jacqui. Era la única pista que tenía.
Esforzándose para recordar la imagen de la ruta en su mente, trotó calle abajo dándose cuenta de que a medida que dejaba el epicentro de la moda de Milán, los senderos se volvían más angostos y los escaparates de las tiendas menos imponentes. Aquí era donde se exhibían los artículos más baratos y las imitaciones, los precios en euros bajaban con cada cuadra y los carteles de los descuentos de enero gritaban de las ventanas destartaladas.
Se atisbó a sí misma en el vidrio oscurecido. Su piel tenía la palidez del invierno y tenía las mejillas enrojecidas por el frío. Se puso un gorro de lana sobre su cabello cobrizo más que nada por el calor, pero también para tener sus ondas rebeldes bajo control. Acurrucada en su viejo saco azul con el cierre roto, parecía fuera de lugar en esta elegante capital de la moda. Se sentía una intrusa entre los lugareños inmaculadamente vestidos con sus cabellos perfectamente arreglados, sus botas caras y su natural sentido del estilo.
Cuando ella y Jacqui era niñas, frecuentemente las obligaban a vestirse para ir a la escuela con ropa raída, rasgada, que no era de su talle, con su padre viudo insistiendo de manera enfadada que no había dinero para comprarles algo mejor. Cassie lo había aceptado mucho más fácilmente que Jacqui, que odiaba verse desaliñada y pobre.
Era lógico que su hermana se hubiese sentido atraída por una de las capitales mundiales de la moda en donde la vestimenta era moderna, hermosa y nueva.
Jadeando, Cassie vio que el nombre de la calle siguiente le parecía conocido.
Esta era la calle a la que quería llegar. Ahora todo lo que tenía que hacer era encontrar la tienda.
Se llamaba Cartoleria, pero no sabía si ese era realmente su nombre o la descripción. Había sentido la barrera del lenguaje cuando habló por teléfono con la secretaria. Cassie había logrado obtener el nombre de la calle de la mujer cada vez más impaciente, aunque lo único que sabía decir en inglés eran las palabras “estamos cerrando” que había repetido varias veces antes de gritarle finalmente “Addio” y colgar el teléfono.
Cassie había decidido que la única forma de saberlo era visitando la tienda personalmente.
Le había llevado una semana organizarse y conducir todo el camino desde Edimburgo, en donde se había estado quedando, hasta Milán. Había planeado llegar mucho antes, pero se había quedado atrapada en el tráfico para entrar a la ciudad y se había perdido varias veces antes de encontrar un lugar barato para estacionar. Su GPS no había funcionado y casi no le quedaba batería en su teléfono. Afortunadamente, había pensado en imprimir el mapa. ¿A qué hora cerraban la mayoría de los lugares aquí? ¿A las seis de la tarde? ¿O más tarde?
La ansiedad la inundó al ver que la tienda que tenía más adelante ya estaba cerrando por el día, el comerciante volteaba el letrero en la puerta y apagaba las luces.
–Disculpe. Cartoleria. ¿Sabe para qué lado es? —Le preguntó ansiosa, porque cada segundo era preciado.
Él frunció el ceño y luego señaló calle abajo y dijo algo en italiano que no pudo entender. Al menos la había orientado en la dirección correcta, porque había estado a punto de apresurarse hacia el otro lado.
–Gracias —le dijo.
–¡Signorina! —Pero Cassie no se iba a detener por nada.
Estaba sin aliento por el entusiasmo. Había una pequeña posibilidad de que Jacqui estuviese realmente trabajando en esta tienda. Cassie se imaginó entrando y enfrentándose cara a cara con su hermana. Se preguntó qué haría Jacqui. Sabía que ella gritaría de alegría y la abrazaría lo más a fuerte que pudiera. Luego tendrían la posibilidad de hablar y descubrir qué había ocurrido y por qué Jacqui había desaparecido por tanto tiempo sin dar señales.
Aunque no era muy probable, Cassie no podía evitar soñar.
Allí estaba, más adelante. Vio el letrero, Cartoleria, y empezó a correr. Tenía que estar abierta. Esta era su chance, su oportunidad de reconectarse con la única familia que aún le importaba.
Salpicó las piedras del pavimento empapadas por la lluvia, zigzagueando entre los peatones que se movían lentamente y se refugiaban bajo enormes paraguas.
Entonces se detuvo observando el escaparate de la tienda con incredulidad.
Cartoleria estaba cerrada.
No solo por el día sino para siempre.
Las ventanas estaban selladas, pero a través de un hueco de la cubierta que se estaba descascarando, podía ver el oscuro armazón más allá. El letrero arriba de la puerta, maltrecho y raído, era el único recuerdo de que esta tienda había estado abierta una vez.
Observando el espacio desolador y vacío, Cassie se dio cuenta, demasiado tarde, que había malinterpretado a la impaciente asistente cuando la llamó hacía una semana. La mujer había intentado decirle que estaban cerrando la tienda definitivamente. Si lo hubiese entendido en su momento, podría haber vuelto a llamar inmediatamente, hacer más preguntas y ser más persuasiva.
En cambio, había conducido cientos de kilómetros solo para encontrarse en un callejón sin salida.
Su pista se había esfumado junto con sus esperanzas y sueños. Había perdido la única oportunidad de volver a encontrar a su hermana.
CAPÍTULO DOS
Cassie observaba la tienda vacía y se sintió aplastada por la decepción. Sabía que tenía que irse, alejarse en la noche húmeda y oscura y emprender el largo viaje de vuelta hacia su auto, pero no se decidía a marcharse.
Era como si darse