Casi Muerta. Блейк Пирс
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Quizás la familia nunca había significado mucho para ella y no había sentido la necesidad de reconectarse. Aunque habían tenido un vínculo muy estrecho, era la adversidad lo que las había obligado a unirse para sobrevivir a las rabietas de su padre y la vida familiar inestable. Quizás Jacqui quería dejar atrás esos recuerdos.
–No sabía que podías recordar tan bien los rostros, Tim —bromeó Gretchen—. ¿O es solo con chicas bonitas?
Tim sonrió avergonzado.
–Oye, era preciosa. Pensaba en invitarla a salir, pero luego supe que no se hospedaba en Milán, y pensé que probablemente no estuvieras interesada en mí de todos modos.
Las otras chicas protestaron al unísono.
–¡Tonto! Deberías haberlo hecho —insistió la chica que estaba al lado de Cassie.
–No sentí la onda adecuada de su parte, y creo que me hubiera dicho que no. De todos modos, Cassie, si me das tu número de teléfono haré lo posible por recordar cuál era la ciudad. SI lo recuerdo te enviaré un mensaje.
–Gracias —dijo Cassie.
Le dio su número a Tim y terminó su cerveza. Parecía que todos estaban listos para otra ronda y que conversarían hasta pasada la medianoche, pero ella estaba exhausta.
Se levantó y les deseó buenas noches antes de ir a darse una ducha caliente e ir a acostarse.
Fue solo cuando se arropó que recordó, con sorpresa, que su medicación para la ansiedad había quedado en su maleta.
Había sufrido las consecuencias de no tomar las pastillas antes. Era difícil conciliar el sueño si no había tomado la medicación y tenía más posibilidades de tener pesadillas muy reales. Algunas veces terminaba caminando dormida, y Cassie estaba nerviosa por si eso le llegaba a ocurrir en una habitación compartida.
Solo podía esperar que el cansancio junto con la cerveza que había tomado ahuyentaran las pesadillas.
CAPÍTULO CUATRO
—Rápido. Levántate. Tenemos que irnos.
Alguien le tocaba el hombro a Cassie pero ella estaba cansada, tan cansada que apenas podía abrir los ojos. Luchando contra el cansancio, se despertó con dificultad.
Jacqui estaba parada al lado de su cama, con el cabello castaño brillante y perfecto, y una chaqueta negra moderna.
–¿Estás aquí?
Entusiasmada, Cassie se sentó, lista para abrazar a su hermana.
Pero Jacqui le dio la espalda.
–Apresúrate —le susurró—. Vienen por nosotras.
–¿Quién viene? —preguntó Cassie.
En seguida pensó en Vadim. La había agarrado de la manga y había desgarrado su chaqueta. Él tenía planes para ella. Había logrado escapar, pero ahora la había encontrado otra vez. Debió haber sabido que lo haría.
–No sé cómo podremos escapar —dijo ella con ansiedad—. Hay solo una puerta.
–Hay una escalera de emergencia. Ven, déjame mostrarte.
Jacqui la guió por el corredor largo y oscuro. Vestía a la moda con jeans rotos y sandalias rojas de taco alto. Cassie caminó lentamente detrás con sus zapatillas gastadas, con la esperanza de que Jacqui tuviera razón y hubiera una ruta de escape allí.
–Por aquí —dijo Jacqui.
Abrió una puerta de hierro y Cassie retrocedió al ver la desvencijada escalera de emergencia. La escalera de hierro estaba rota y oxidada. Peor aún, solo bajaba hasta la mitad del edificio. Más allá no había más que una caída interminable y vertiginosa a la calle debajo.
–No podemos salir por ahí.
–Podemos. Debemos.
La risa de Jacqui era estridente, y mirándola con horror, Cassie vio que su rostro había cambiado. Esta no era su hermana. Era Elaine, una de las novias de su padre, a la que más había temido y odiado.
–Bajaremos —gritó la rubia malvada—. Baja tú primero. Muéstrame cómo. Sabes que siempre te he odiado.
Sintiendo el temblor del metal oxidado cuando lo tocaba, Cassie también comenzó a gritar.
–¡No! Por favor, no. ¡Ayúdenme!
Una risa chillona fue su única respuesta mientras la salida de emergencia comenzaba a desplomarse, rompiéndose debajo de ella.
Y entonces, otras manos la sacudían.
–¡Por favor, despierta! ¡Despierta!
Abrió los ojos.
La luz del dormitorio estaba prendida y ella miraba hacia arriba a las mellizas de cabello oscuro. La estaban mirando con expresiones mezcladas con preocupación y molestia.
–Has estado teniendo muchas pesadillas, gritando ¿Estás bien?
–Sí, estoy bien. Lo siento. A veces tengo pesadillas.
–Es perturbador —dijo la otra melliza—. ¿Puedes hacer algo para detenerlo? Es injusto para nosotras; tenemos el turno diurno y tenemos que trabajar doce horas hoy.
Cassie sintió que le carcomía la culpa. Debió haberse dado cuenta de que sus pesadillas perturbarían enormemente en una habitación compartida.
–¿Qué hora es?
–Ahora son las cuatro de la mañana.
–Me levantaré —decidió Cassie.
–¿Estás segura?
Las mellizas se miraron entre ellas.
–Sí, estoy segura. Siento tanto haberlas despertado.
Se bajó de la cama, mareada y desorientada por la falta de sueño, y rápidamente se puso su blusa en la oscuridad. Luego, tomó su bolso, salió de la habitación y cerró la puerta silenciosamente.
El bar estaba vacío y Cassie se sentó en uno de los sillones y enrolló las piernas sobre un almohadón. No tenía idea de qué hacer ahora o a dónde ir.
Sería desconsiderado interrumpir el sueño de sus compañeras de habitación una noche más, y no podía pagar una habitación individual aunque una quedara libre.
Quizás podía ver si conseguía un trabajo. No tenía una visa para trabajar, pero por lo que los otros habían dicho la noche anterior, si el trabajo era por menos de tres meses a nadie en Italia le importaba mucho si era con una visa de turista.
Trabajar haría que su estadía aquí fuera accesible y le daría algo de tiempo. Aún si Tim no recordaba en dónde se estaba quedando Jacqui, su hermana podría intentar contactarla otra vez.
Cassie fue hacia la cartelera de anuncios para ver si había algún empleo disponible.
Esperaba