Casi Muerta. Блейк Пирс
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–¿Por favor, al menos puedo entrar? —preguntó.
–Por supuesto. ¿Estás bien?
La mujer le abrió la puerta. Cassie sintió el frío metal vibrar en sus manos cuando la cerradura se abrió, y ella la cerró firmemente con un ruido metálico.
Finalmente, estaba a salvo.
–Tuve una mala experiencia allí afuera. Un hombre me dijo que me acompañaría hasta aquí pero terminamos yendo en una dirección totalmente distinta. Me sujetó del brazo cuando me di cuenta de que algo andaba mal, pero logré liberarme.
La mujer levantó las cejas, sorprendida.
–Me alegro que hayas escapado. Esta parte de Milán puede ser peligrosa en las noches. Por favor, pasa por la oficina. Creo que entendí mal tu pregunta. No tenemos dormitorios disponibles; todas las habitaciones individuales están reservadas. Pero tenemos una cama disponible en un dormitorio compartido, si te interesa.
–Sí, muchas gracias.
Cassie sintió el alivio de no tener que volver a las calles oscuras y siguió a la mujer por el vestíbulo a una oficina minúscula con una cartel en la puerta: “Gerente del Hostel”.
Allí, Cassie pagó por la habitación. Una vez más, se dio cuenta de que el precio era inquietantemente elevado. Milán era un lugar costoso y no parecía haber una forma de vivir con poco dinero.
–¿Tienes equipaje? —le preguntó.
Cassie sacudió la cabeza.
–Está en el auto, a varios kilómetros.
Para su asombro, la mujer asintió como si eso fuese algo común.
–En una habitación compartida necesitarás artículos de tocador.
El cepillo y pasta de dientes, jabón y camiseta de algodón para dormir le salvaban la vida a Cassie, que le entregó más euros a cambio.
–Tu habitación está al final del corredor. Tu cama es la que está más cerca de la puerta e incluye un casillero.
–Gracias.
–Y el bar es por allí. Les ofrecemos a nuestros huéspedes la cerveza más barata de Milán —le sonrió mientras dejaba las llaves del casillero sobre el mostrador.
–Mi nombre es Gretchen —agregó.
–Soy Cassie.
Cassie recordó por qué estaba allí y preguntó:
–¿Tienen teléfono? ¿Internet?
Contuvo la respiración mientras Gretchen consideraba la pregunta.
–Los huéspedes pueden utilizar el teléfono de la oficina solo en casos de emergencia —dijo ella—. Hay muchos lugares cercanos en donde puedes hacer llamadas telefónicas y usar una computadora. Hay una lista de ellos en la cartelera de anuncios que está al lado de la biblioteca, y allí también encontrarás un mapa.
–Gracias.
Cassie miró detrás de ella. Había visto la cartelera cuando entraban, apoyada arriba de la biblioteca. Era una cartelera enorme, cubierta de recortes.
–También ponemos trabajos en la cartelera —explicó Gretchen—. Hacemos una búsqueda diaria en los sitios e imprimimos los avisos. Algunos lugares incluso nos contactan directamente si necesitan ayuda de media jornada, como meseros, repositores, limpiadores. En esos trabajos generalmente pagan por día, en efectivo
Le sonrió a Cassie comprensivamente, como si entendiera lo que era estar corta de dinero en un país extranjero.
–La mayoría de los huéspedes pueden conseguir trabajo si lo desean, así que si necesitas trabajo, házmelo saber —dijo ella.
–Gracias de nuevo —dijo Cassie.
Se dirigió derecho a la cartelera de anuncios.
Había una lista de cinco lugares cercanos en donde podía usar el teléfono e internet, y Cassie contuvo la respiración al ver que Cartoleria estaba allí, pero lo habían tachado recientemente con una nota, “Cerrado”.
Ese era un anuncio esperanzador, por lo que Cassie decidió preguntarle a Gretchen si podía revisar la lista de huéspedes. Se dirigió al bar y vio que la gerente acababa de empezar a tomar una cerveza y estaba sentada en un sillón entre en grupo de gente que reía.
–Allí hay otra clienta.
Un hombre alto y esbelto con acento inglés, que parecía más joven que Cassie, dio un salto y abrió el refrigerador.
–Soy Tim. ¿Qué te puedo ofrecer? —preguntó él.
Al ver que ella dudaba, dijo:
–Hay una oferta de Heineken.
–Gracias —dijo Cassie.
Pagó y él le entregó una botella helada. Dos chicas de cabello oscuro que parecían ser mellizas se cambiaron de sillón para hacerle un lugar.
–En realidad, vine aquí porque esperaba encontrar a mi hermana —dijo ella, con una punzada de nervios.
–Quisiera saber si alguno de ustedes la conoce, o si se hospedó aquí. Tiene el cabello rubio, o al menos así lo tenía la última vez que la vi. Y su nombre es Jacqui Vale.
–¿Hace mucho que no se ven? —preguntó una de las chicas de cabello oscuro, con compresión.
Cuando Cassie asintió, ella dijo:
–Eso es muy triste. Espero que la encuentres.
Cassie tomó un trago de cerveza. Estaba helada y tenía mucha malta.
La gerente estaba revisando su teléfono.
–No hubo ninguna Jacqui aquí en diciembre. Tampoco en noviembre —dijo ella, y a Cassie se le cayó el alma a los pies.
–Un momento —dijo Tim—. Recuerdo a alguien.
Cerró los ojos, como rememorando, mientras Cassie lo observaba con ansiedad.
–No vienen mucho estadounidenses aquí, así que recuerdo el acento. No reservó una habitación, vino con una amiga que se estaba quedando aquí. Tomó un trago y luego se marchó. No era rubia, tenía el cabello castaño, pero era muy bonita y se parecía un poco a ti. Quizás unos años mayor.
Cassie asintió animadamente.
–Jacqui es mayor.
–La amiga la llamaba Jax. Empezamos a hablar cuando la atendí y me dijo que se estaba quedando en una pequeña ciudad, Creo que quedaba a una o dos horas de aquí. Por supuesto que no recuerdo el nombre de la ciudad.
Cassie se sintió sin aliento al pensar que su hermana realmente había estado allí. Visitando a una amiga, ocupándose de