Las Quimeras De Emma. Isabelle B. Tremblay
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Читать онлайн книгу Las Quimeras De Emma - Isabelle B. Tremblay страница 11
—¿No sabes que no se debe preguntar esto a una dama? — reaccionó ella fingiendo severidad.
—Soy realmente imperdonable. También es que soy muy curioso —dijo él levantando las dos manos en el aire y bromeando.
—¿Qué edad tienes tu?
—Treinta-y-nueve primaveras bien contadas.
El teléfono de Gabriel sonó en aquél mismo instante y respondió al segundo tono. Se puso a hablar en inglés y Emma se levantó para que no pareciera que escuchaba la conversación. Era casi inevitable en un espacio tan pequeño. Él colgó al cabo de dos minutos. Gabriel, hombre como era, dejó que sus ojos se posaran sobre las nalgas bien redondeadas de la mujer y sobre la cintura delgada y bien definida. Se imaginó perfectamente sus manos posándose sobre la curva de sus caderas, pero apartó rápidamente las imágenes de su cabeza. Estaba cansado y no era de su estilo dejarse llevar por ese tipo de pensamientos en este contexto. Esto no le impidió admirar el pecho de la joven, realzado por el cuello en V de la camiseta que llevaba puesta.
—Hace un momento, ¿decías que eres médico?
—Sí, soy especialista del corazón —respondió apartando la mirada.
Le incomodaba el contexto. Emma no le dejaba indiferente y tenía miedo de que ella pudiera adivinar el efecto que le provocaba. Se levantó y volvió al teléfono de emergencia para obtener un seguimiento de la situación. Su mano rozó la de Emma cuando pasó a su lado y se sintió turbado en lo más profundo de su ser. Emma le miró y se imaginó por un instante deslizar sus dedos por sus cabellos espesos. El deseo de ser Charlotte, por una noche, se hizo más fuerte. Una aventura sin compromiso durante un viaje de negocios. ¿Por qué se ponía tantas barreras? No lo sabía. Gabriel había colgado el teléfono de manera brusca y parecía irritado. Levantó la mirada hacia ella y le dio explicaciones, visiblemente intentando tranquilizarla.
—Todavía no consiguen volver a poner el ascensor en marcha. Dicen que hay un fallo mecánico fuera de su control. Van a hacer lo que puedan, pero vamos a estar a oscuras. Van a cortar la electricidad mientras envían a alguien para hacer las comprobaciones necesarias.
—¡Menuda suerte! —masculló Emma volviéndose a sentar y cogiendo su teléfono para escribir a Charlotte y explicarle la situación.
Gabriel se instaló al lado de la joven, la mirada todavía fija en ella, aunque ahora la luz se hubiera ido y estuvieran a oscuras. Su móvil vibró en su bolsillo y lo sacó para ponerlo a su lado. Su manó rozó de nuevo la de Emma que había hecho lo mismo con el suyo. Respiraban al unísono. Gabriel tomó la iniciativa, arriesgándose a hacer un gesto de acercamiento. Puso su mano sobre la de Emma y ella la apretó en lugar de apartarla. Sentía su rostro acercándose al suyo. Gabriel se detuvo a unos centímetros de su cara, como si esperara su permiso, y entonces besó a la joven que no opuso ninguna resistencia. Ella respondió a su beso con ardor. Con pasión. El momento era mágico. Emma había olvidado completamente a Ian y a Charlotte. Había olvidado donde estaba. Simplemente disfrutaba el momento presente. Carpe Diem. El presente que la vida le ofrecía. El beso que Gabriel le daba no podía compararse a nada que hubiera vivido antes. Emma aspiró el olor de Gabriel mientras este besaba su cuello, provocándole miles de cosquilleos en el bajo de su vientre. Todo su ser hervía de euforia y tenía la clara impresión de que el tiempo se había detenido. El único ruido que podía oír era el latido de sus corazones que tenían el mismo ritmo.
Emma no podía buscar su mirada en la oscuridad, pero sonrió como si pudiera verla. La situación era excitante. Podía comprender la emoción que vivía Charlotte. Se acordó de Pierrot Lafortune, un antiguo compañero de clase con quien había hecho el amor en la parte trasera de su coche, en el aparcamiento de un centro comercial, a altas horas de la noche. Debía tener 18 años. Fue el único momento de su vida en el que había corrido el riesgo de ser descubierta. Pero no era nada comparado con este momento. El éxtasis estaba en su apogeo, ya no era dueña de ella misma. Llevó toda su atención hacia Gabriel y sus caricias, por encima de su ropa, que le provocaban los más intensos escalofríos. Gimió cuando él pasó su mano por debajo de su jersey y rozó su vientre con las puntas de los dedos. Gabriel hacía subir la tensión y sabía que acariciar su piel, tan suave, le ayudaba en su tarea. La respiración de Emma se aceleró radicalmente en cuanto él deslizó sus dedos bajo su pantalón, lentamente, tanteando tímidamente en busca de un punto sensible para ella.
Emma comenzó a desabrochar el pantalón de su compañero y a abrir su cremallera, sin dejar de besarle apasionadamente. Titubeaba en sus movimientos. Torpemente, consiguió su objetivo. Se levantó un poco en el momento en el que él bajó su pantalón y sus braguitas con una mano más hábil que la suya.
—¿Te sientes bien? ¿Estás de acuerdo? —murmuró Gabriel mirando a la joven muy de cerca.
Ninguno de los dos veía bien al otro en una oscuridad casi total. Esto hacía la situación aún más excitante, ya que debían utilizar otras opciones, a cual más apetecible, para darse placer y descubrirse. Gabriel podía distinguir ligeramente su silueta, pero nada más que eso, de lo oscuro que estaba. Con la electricidad totalmente cortada, no tenían elección por el momento, y quizás era mejor así para esta experiencia nueva para ambos.
El tiempo se había detenido. Gabriel se comportaba como el niño que una vez había sido. Parecía tan lejos ahora. Estaba en un ascensor, en los brazos de una hermosa desconocida que había conocido por casualidad en este mismo ascensor. Una mujer que encontraba demasiado buena para él. Que parecía llevar en su interior una vulnerabilidad y una fuerza que le perturbaban. Raras veces había sido un amante, sino más bien un romántico enamorado. No entendía lo que estaba pasando ni le importaba. Los últimos meses habían sido duros para él en el plano sentimental, y no pensaba que hubiera podido conocer una pasión más a menudo descrita en los libros que había leído que vivida en sus propias carnes.
—Todo es perfecto —respondió ella sonriendo.
Si ella hubiera podido mirarse en un espejo, el reflejo que este le habría devuelto le hubiera mostrado un rostro seguramente sonrojado por la excitación del momento. Gabriel buscó en los bolsillos de su pantalón, luego sacó su cartera. Buscaba un preservativo. Era más bien difícil en la oscuridad total y tuvo la idea de coger su teléfono para iluminar un poco su campo de búsqueda.
Emma, a su lado, acariciaba la parte inferior de su espalda y sus nalgas, mientras besaba su hombro. No estaba ni siquiera seguro de si tenía un condón, pero una sonrisa apareció en su rostro en cuanto encontró lo que buscaba. Desafortunadamente, su sonrisa se desvaneció igual de rápido cuando vio la fecha de caducidad indicada sobre el envoltorio.
—Mierda —resopló en inglés
Emma se inclinó, cogió su bolso y rebuscó directamente en un pequeño bolsillo cerrado por dos botones en el fondo, para sacar un preservativo que tendió a Gabriel. Siempre los llevaba consigo. Sonrió pensando en los preservativos caducados de su amante, que revelaban su falta de experiencia en ligues de una sola noche. Gabriel cogió el que ella le ofrecía y le ayudó a levantarse. Tomó su boca en la suya mientras acariciaba su pecho y su cintura. Empujó a Emma suavemente contra la pared y se puso el preservativo. Emma se giró, dándole la espalda, apoyándose firmemente contra el tabique mientras que Gabriel puso sus dos manos alrededor de las caderas de la joven que sostenía con firmeza, y entonces la penetró apasionadamente de un solo golpe. Los dos amantes se unieron desde entonces en una pasión efímera que quedaría probablemente marcada en cada una de sus memorias.
Emma y Gabriel se habían abandonado a sus deseos, saliendo de su zona de confort. Por una noche, se habían