Las Quimeras De Emma. Isabelle B. Tremblay

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Las Quimeras De Emma - Isabelle B. Tremblay

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Miró su reloj. Eran las seis y media. Charlotte debía de estar preocupada. Su primera entrevista era al otro lado de la ciudad y se acordó de que tenían que salir pronto. Tendría que darse una ducha, y comprarse un café o una bebida energética para poder aguantar toda la jornada. A pesar de sentirse todavía en una nube, se daba cuenta de que su cuerpo necesitaba descansar…

      Al detenerse el ascensor en su piso, dio un salto cuando las puertas se abrieron ante Gabriel Jones, que llevaba un pantalón de jogging negro y una camiseta blanca de manga corta. Había creído que era imposible cruzarse con alguien a estas horas de la mañana, excepto quizás el personal del establecimiento. Él le dedicó una sonrisa y esperó a que ella saliera antes de entrar en la cabina. Le deseó que tuviera un magnífico día. Gabriel salía a correr, una costumbre que había adquirido durante su época universitaria para ayudarle a concentrarse en clase y liberar el estrés que tenía que soportar en época de exámenes.

      Emma se dirigió a su habitación dando saltitos, sujetando ahora sus zapatos de tacón con su mano izquierda. Redujo su velocidad cuando se dio cuenta de que la puerta de la habitación estaba abierta. Reconoció la voz de Charlotte que hablaba con otra voz grave y cálida, con un ligero acento británico. Llegó a la conclusión de que era Candice Rose. La jefa de su amiga. El pánico la invadió en seguida, en cuanto se dio cuenta de la impresión que debía dar. La mujer adivinaría de inmediato que había pasado la noche fuera.

      —Estaré con vosotras esta mañana —dijo Candice.

      —¿No te fías de mí? —respondió Charlotte poniéndose en guardia.

      —No es eso. Tú lo sabes bien. Quiero ver cómo funciona todo en la práctica —se defendió Candice.

      Emma aprovechó este momento para entrar en la habitación y observó a las dos mujeres que habían tenido el reflejo de mirar en su dirección en el momento en el que hizo su aparición. Candice se puso a examinar a la joven de la cabeza a los pies. Su mirada se posó sobre su cintura, sobre sus piernas y, durante un breve instante, sobre su pecho. Emma tuvo la impresión de ser juzgada por un momento. No le gustaba la cosa, pero no dijo nada. Sabía que había cometido un error y no quería echar más leña al fuego sin motivo. Además, se sentía «de clase baja» con su ropa toda arrugada de la noche anterior frente a esta mujer que tenía aires de ricachona. Charlotte rompió el silencio.

      —¡Ahí estás! Candice nos acompañará esta mañana. Ve a darte una ducha, te esperaremos para ir a almorzar.

      —¿La noche ha sido complicada? —preguntó Candice que no había apartado los ojos de Emma y la voz de la cual no mostraba ninguna emoción.

      Emma no hubiera sabido decir si estaba enfadada o era sarcástica. Prefería permanecer en silencio y mirarla durante un instante. Era una mujer hermosa que debía de ser mucho más joven de lo que parecía en realidad. Iba sobriamente vestida, pero con gusto, y llevaba nombres de grandes marcas que Emma no podría pagarse con su sueldo actual. Sus cabellos eran rubios y caían a capas sobre sus hombros. Nada de mechas locas o cabellos rebeldes. Llevaba una blusa blanca con un único botón desabrochado arriba, bajo una chaqueta de traje negra, y hasta llevaba una corbata. Su pantalón era negro, estilo traje, para completar su look andrógino que era al mismo tiempo muy femenino. Emma había tenido pocas ocasiones de cruzarse con Candice; sin embargo, cada vez, le hacía pensar en una abogada por su aspecto profesional y distante.

      —Me doy prisa —farfulló Emma cogiendo un pantalón y una camisa de su maleta.

      Candice siguió a Emma con la mirada mientras ella se dirigía hacia el baño sin dejar de escuchar a Charlotte que le explicaba el itinerario de la mañana. Comprendía que la joven debía de haber pasado la noche fuera y seguramente acompañada. Sus ojos estaban ojerosos, cansados, su vestido estaba arrugado y manchado de arena mientras que sus cabellos estaban despeinados. Al contrario de lo que la gente podía pensar, no era fácil engañarla ni era estúpida. Observaba mucho a la gente y, por su lenguaje corporal, era capaz de adivinar quiénes eran. Candice había vivido mucho. Había visto en seguida que Charlotte no era una santa y que coleccionaba hombres y aventuras. Durante una gala benéfica, un socio de negocios de su marido se había ido de la lengua, sin conocer el vínculo que unía a las dos mujeres. A ella le había hecho gracia el detalle. Era su vida privada después de todo y no tenía ningún derecho a opinar sobre esa parte de su vida. Bueno, siempre y cuando eso no afectara la revista. Para ella era cuestión de honor separar las dos esferas de la vida.

      —Si tu vienes, Emma podría quedarse aquí. Puedes ayudarme con mi inglés si me equivoco… —propuso Charlotte de pronto.

      —No. No la he traído aquí para pagarle un viaje de placer y para que se pase las noches ligando y los días durmiendo. Y tampoco estoy aquí para llevarte de la mano, Charlotte. Quiero observar a Emma trabajando. Quiero ver en quién invierto mi dinero.

      Charlotte le dedicó una sonrisa a su jefa. Estaba totalmente en lo cierto, aunque tenía una manera de expresarse que no dejaba lugar a la interpretación. Su tono no era para nada suave. Decía la verdad sin tapujos. Un rasgo de la personalidad que Charlotte también poseía y que, a veces, podía provocar choques entre las dos. Cogió su bolso y metió dentro su grabadora, su cuaderno y dos bolígrafos. Candice observaba a su redactora con satisfacción.

      Las dos tenían varios puntos en común. Estaba bien no tener que soportar gritos y lágrimas cada vez que decía lo que pensaba o que subía la voz. Candice no se andaba con rodeos y era siempre expeditiva. También apreciaba a Charlotte por sus cualidades, como su ambición, su franqueza y su impulsividad, que le recordaban sus propios comienzos. Estaba ya muy al fondo de su memoria y había llovido mucho desde entonces. Ella tenía defectos, entre los cuales el de ser demasiado dura con la joven, porque quería que llegara casi a la perfección. Charlotte tenía talento de verdad y Candice esperaba verla triunfar sin auto sabotearse, como había visto hacerlo tantas veces a sus antiguas redactoras.

      Emma terminó saliendo de la ducha al cabo de unos diez minutos. Estaba fresca como una rosa y se había maquillado sobriamente. Encontró a las dos mujeres que seguían hablando de su estancia.

      —¿Espero que serás capaz aguantar todo el día? —preguntó Candice mientras cogía su bolso que había dejado encima de la cama.

      —Vamos a pedirle un buen café solo, y ya verás, va a aguantar —replicó Charlotte por Emma.

      —Creo que está capacitada para responder ella misma, ¿a menos que sea muda?

      —Estoy en plena forma. No voy a decepcionaros, Señora Rose.

      ***

      Fue el teléfono lo que despertó a Ian. Entreabrió los ojos y vio que eran ya las tres de la tarde. Recogió el aparato, que había dejado de sonar y se dio cuenta de que tenía una llamada perdida de Lilly Murphy. Con la mente un poco espesa, cogió su paquete de cigarrillos y se acordó de que estaba en la habitación de invitados de la casa de verano de los padres de Ryan. Sacó un cigarrillo del paquete que estaba al lado de su teléfono móvil y lo encendió después de haberse acercado a la ventana. Pensó por un momento en Emma y sonrió tontamente, luego su sonrisa desapareció en cuanto pensó en Lilly. Ian inspiró el humo de su cigarrillo y marcó el número de la joven para devolverle la llamada.

      —Soy yo, Lilly, ¿qué pasa? —preguntó cuando una voz de mujer respondió después del segundo tono.

      —Lo mismo te pregunto. Intento contactarte desde ayer por la noche.

      La inquietud presente en su voz había dejado paso a la cólera.

      —¿Ha

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