Las Quimeras De Emma. Isabelle B. Tremblay

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Las Quimeras De Emma - Isabelle B. Tremblay

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      Charlotte empujó la puerta del bar, precediendo a Emma que se mantenía en un segundo plano. El sitio era acogedor, pero no estaba tan lleno como ella hubiera imaginado. Era un pequeño local a pie de playa, situado a unos pocos pasos de su hotel. Había una barra al fondo de la sala frente a la cual algunas personas estaban sentadas, y un camarero estaba instalado detrás, preparando bebidas y cócteles de todo tipo. Emma reconoció a Ian, de pie, cerveza en mano, que hablaba con un grupo de personas. Puso su mano sobre el brazo de Charlotte para mostrarle dónde se encontraba el joven. Su amiga reconoció algunas de las caras que habían estado presentes durante la partida de voleibol de la tarde.

      La música, muy alta, la tocaba un grupo formado por tres hombres: el cantante, el guitarrista y el teclista. También había una batería, pero no había nadie sentado detrás que tocara el instrumento. Charlotte se fue hacia el bar para pedir dos cosmopolitans, mientras Emma escogía una mesa apartada. Aprovechó para observar a Ian.

      Llevaba un pantalón tejano azul oscuro que estaba roto en lugares estratégicos. También vestía una camiseta blanca con la inscripción Born To Be Wild, cosa que la hizo sonreír. Se imaginó que era seguramente el tipo de hombre nacido para ser libre e independiente de los demás. Una especie de intuición. Lo encontraba particularmente guapo y atractivo. Llevaba sobre la cabeza una pequeña boina gris que le daba un estilo un poco bohemio y cierto aire de poeta. Ian parecía absorto por la historia que estaba explicando a sus amigos. Gesticulaba mucho y sus brazos hacían grandes movimientos circulares.

      —Ve a hablar con él —dijo Charlotte, posando las dos copas que llevaba en las manos sobre la mesa.

      —No. Quizás ni se acuerda de mí.

      —¡Ve a decirle que sus tejanos le hacen un culito de muerte!

      Emma respondió con una carcajada al comentario de su amiga.

      —¿Es así como lo harías tú?

      —Para nada. Yo le diría: ¿En tu casa o en la mía? No me ando con rodeos. Cuando un hombre me gusta, voy directa al grano.

      —Me cuesta imaginar que puedas hacer eso.

      —¿Quieres verme en acción?

      —No, gracias. Te creo. No hace falta que me hagas un espectáculo…

      —¿Qué espectáculo? —preguntó una voz grave detrás de ellas.

      Emma titubeó al darse cuenta de que Ian estaba a su lado. Él le dedicó una gran sonrisa y saludó a Charlotte con la cabeza. Llevaba una lata de cerveza en la mano.

      —¿Entiendes el francés? —preguntó directamente Charlotte.

      —Mi tía vive en Westmount desde hace unos 20 años. Mi madre tuvo la maravillosa idea de mandarme allí durante el verano cuando era niño, para aprender francés y ampliar mi cultura. Lo entiendo mejor que lo hablo. Falta de práctica —respondió Ian.

      Sus ojos no dejaban de mirar a Emma. Estaba totalmente hipnotizado por la joven. Sólo tenía ojos para ella. Decidió tomar la silla a la derecha de Charlotte, la que estaba colocada frente a Emma. Ian no podía explicarse la atracción que sentía hacia ella. Era más fuerte que él. Charlotte rompió el silencio que se había instalado.

      —¿Vuelves a Quebec de vez en cuando?

      —No tengo muchos motivos para volver, a decir verdad —dijo él clavando su mirada en la de Emma que escuchaba sin decir palabra.

      —Te puedo dar un millón de razones para venir más a menudo. ¿Vives en Nueva Jersey?

      — No. Mi ciudad, es Nueva York. La llevo tatuada en mi corazón. Disfruté mis visitas a Montreal de todos modos. Una ciudad animada en mis recuerdos.

      —Hay coincidencias realmente curiosas en la vida. Nos hemos encontrado a un hombre de Montreal en el ascensor del hotel hace un momento —dijo Emma acariciando su copa con las puntas de sus dedos.

      Ian seguía devorando a Emma con la mirada. Charlotte no era una ingenua y sentía la tensión que había entre él y su amiga. Se dijo a sí misma que era el momento de dejar a la pareja sola. Bebió de un solo trago lo que quedaba en su copa, y luego se levantó.

      La banda se puso a tocar una canción que le hizo pensar por un momento en un antiguo amante que la escuchaba a menudo en la época en la que compartían la misma cama. Sonrió al pensar en el bailoteo ridículo, que se suponía que debía impresionarla. Habían roto al cabo de unas semanas. Él quería comprometerse, mientras que Charlotte no quería dar ese paso.

      —Voy a pedirme otra copa y luego daré la vuelta al bar para buscar amigos —dijo levantándose.

      Emma le lanzó una mirada que le suplicaba que no la dejara sola con Ian, pero la ignoró por completo y se fue en dirección a la barra. Ian le propuso a Emma ir a pasear por la playa y ella aceptó. Había luna llena y su reflejo se extendía sobre el océano, azul como la noche. Era una noche muy agradable. Hacía calor, pero no era sofocante como recordaba haber experimentado los últimos veranos. A pesar de la puesta de sol, la oscuridad no era fresca. Reinaba una ligera humedad que calentaba el aire. Ian cogió instintivamente la mano de Emma que no le evitó ni retiró la mano ante su gesto. De hecho, le parecía casi natural sentir su mano con la suya, aunque fueran completos desconocidos.

      —¿A qué te dedicas? Háblame de ti —, dijo Emma de repente para cortar el silencio mientras seguía avanzando por la arena.

      Ian estaba muy cerca de ella. Ella inspiró y respiró su olor. Era una fragancia especiada y a la vez dulce que llenaba su nariz de delicia. Se sentía atraída por él. Impulsivamente. Sin control alguno, su cuerpo iba hacia él, mientras que su mente lo rechazaba. Una lucha feroz tenía lugar en lo más profundo de su ser.

      Charlotte le repetía con frecuencia que pensaba demasiado y que no disfrutaba lo suficiente del momento presente. Le decía a menudo además esa frase llena de sentido: “¡Sólo se vive una vez! ¡Carpe diem!” Emma sabía que llevaba razón, pero estaba arraigado en ella. No poseía la impulsividad de su amiga. Necesitaba actuar como ella esta noche y comportarse sin pensar en las consecuencias al día siguiente. Quizás era el lugar lo que le daba ganas de hacer locuras, no lo sabía. De todos modos, siempre había sido un poco demasiado seria; era un hecho.

      —Mi vida no es nada interesante. Pinto. Quiero decir que expongo mis pinturas en una pequeña galería de Brooklyn, pero no soy conocido. Soy una persona non grata. Vivo en Nueva York, en un gran loft cerca de Times Square. Hago pintura abstracta, pero me gano la vida pintando casas. Es irónico cuando uno lo piensa. Soy un artista fracasado. Háblame de ti, Emma. Me tienes intrigado.

      —Yo no soy ninguna artista. Tengo un recorrido bastante convencional. Hice estudios de traducción y me gano la vida traduciendo libros del inglés al francés o a la inversa. Nada que sea muy creativo. Nada súper apasionante tampoco. Vivo en un pequeño piso sobre la zona del Plateau por el que pago el doble de lo que vale por la superficie que tiene. Tengo un compañero con el que comparto el territorio, Barney, mi gato siamés. Ahí lo tienes, un resumen de mi vida.

      Ella se rio al hablar de su fiel amigo de cuatro patas. Ian sonrió también. Absorbía sus palabras con asiduidad. Se dejaba seducir fácilmente por las mujeres. Las amaba a todas, sin excepción. Las rubias, las pelirrojas, las morenas, las negras, las bajitas, las altas, las flacas, las gordas. Sin embargo, la que tenía delante poseía algo que había buscado desde

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