Las Quimeras De Emma. Isabelle B. Tremblay
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—Me he cogido el día libre. Me quedé despierto hasta tarde y bebí un poco. He preferido dormir en casa de Ryan...
—Por lo general, cuando uno se coge el día de fiesta, hace una llamada a su jefe para avisarle. Corres el riesgo de perder tu trabajo otra vez. Podrías haberme avisado al menos, es lo mínimo. Me he preocupado por nada.
—Lilly, te pido disculpas de verdad. Tienes razón, me he comportado mal y debería haberte avisado. Ya sabes cómo soy, querida. Voy a llamar a Jeff para explicarle la situación. Lo entenderá. Y deja de preocuparte por mí y por mi trabajo. Todo va a ir bien. Jeff es un viejo amigo. Nos conocemos desde hace años.
La joven suspiró.
—¿Cuándo piensas volver?
—Mañana. O quizás al día siguiente. No lo sé, Lilly.
Ella sabía que quejarse no serviría de nada y colgó después de hacerle prometer que la volvería a llamar. Ian abrió la ventana y tiró la colilla. Se puso unos tejanos y bajó al piso de abajo. Se encontró a Ryan en la terraza, en la parte trasera de la casa, que daba al océano.
—¿Entonces, ayer por la noche? —preguntó Ryan con un guiño.
—Fue mágico.
—¿Has llegado hasta el final con ella? ¿La chica valía la pena?
Ian escogió una silla que estaba frente a su amigo y le miró, con una sonrisita.
—¿Eso cambiaría algo en tu vida?
Ryan se echó a reír.
—¡¿No has conseguido hacértela?!
— Esta chica, es más que eso. Tiene algo que no consigo entender. Que me atrae. Se trata de una maldita historia del corazón. El sexo pasa a un segundo plano. Como una fusión o algo así…
Ryan no paraba de reír mientras Ian escribía un mensaje a Emma, proponiéndole que se encontraran por la noche en el Ocean Bar, como la noche anterior. Estaba febril, pero seguro de volver a verla. La energía que corría entre los dos era innegable.
—Y Lilly, ¿qué haces con ella?
***
Emma había podido descansar un poco, a última hora de la tarde, a pesar de una jornada cargada de entrevistas con directivos y gente conocida del mundo de la moda. Le había impresionado conocer a todos esos personajes pintorescos. No había tenido que tratar mucho con Candice y se había contentado con seguir a Charlotte como un perrito faldero.
Había recibido el mensaje de Ian y le esperaba desde hacía ya veinticinco minutos en el Ocean Bar, como le había indicado. Estaba ansiosa y con ganas de volver a verle. Su corazón latía a toda velocidad. El sitio estaba mucho más animado que la noche anterior y había tenido que abrirse camino entre la gente para llegar hasta la barra. Ya no se acordaba de la última vez que había sentido tantos nervios, hacía mucho tiempo. Consultaba su teléfono con regularidad para comprobar si Ian le había escrito a propósito de su retraso.
Al cabo de cuarenta minutos, comprendió que le había dado plantón. Su mirada estaba ahora enturbiada por las lágrimas que intentaba retener en vano. Estaba decepcionada y dio una vuelta por el local para asegurarse de que él no estuviera allí. Sabía que era inmaduro tener ganas de llorar por esto. Se tragó sus lágrimas cuando vio a Candice que estaba sola en una mesa. Se la reconocía fácilmente, ya que su imagen no cuadraba con la de la mayoría de la gente del local. Era mayor que la media y su estilo era un poco demasiado arreglado, comparado con el de las personas en bermudas, faldas y camisetas de tirantes. Dudaba entre ir a saludarla o seguir sentada y hacer como que no la había visto. La mujer la aterraba. Tenía un temperamento con el que le era difícil tratar.
Después de unos diez minutos largos, Emma se rindió a la triste evidencia de que Ian no llegaría nunca, aunque ella esperara lo contrario. Estaba enfadada, pero sobre todo decepcionada por haberse dejado engañar por un apuesto donjuán que de todos modos no iba a volver a ver en cuanto volviera a Quebec. Aun así, estaba contenta de no haber cedido a sus impulsos y a sus deseos. Decidió entonces ir a saludar a Candice que todavía estaba sola en su mesa. Había un vaso medio lleno delante de ella y algunos otros vasos vacíos también sobre la mesa. Por un instante se preguntó si era posible que se hubiera bebido todo eso ya que la noche era aún joven. A pesar de su porte y elegancia, casi soberbia, sus ojos parecían confusos y muy cansados.
—Buenas noches, Señora Rose, ¿me puedo sentar? —le pidió Emma apoyando las dos manos sobre la silla que estaba delante de Candice.
Candice ofreció una sonrisa cálida a Emma, mucho más expresiva que de costumbre, lo cual alertó a Emma sobre una posible embriaguez. Luego, estudió a Emma de la cabeza a los pies, como hacía siempre. Sus ojos se detuvieron más tiempo sobre su cuerpo.
—Por supuesto señorita —, respondió Candice, con voz pastosa y ojos vidriosos.
Fue al oírla hablar que Emma pudo confirmar que estaba borracha. Primero se sorprendió, ya que Candice era a pesar de todo una persona obsesionada por el poder y el control, pero comprendió de inmediato que cada persona tiene sus propias debilidades.
—¿Estáis sola? —preguntó Emma.
—La soledad es mi mejor amiga. ¿Qué hace una mujer tan hermosa como tú sin un caballero? ¿Tu amante de ayer te ha abandonado?
Emma se sorprendió de nuevo por la familiaridad de su comentario.
—Quiero aclarar que no he vivido una noche de sexo apasionado, como usted parece imaginar. Y sí, habíamos quedado, pero no se ha presentado.
—Los hombres son siempre así de fiables. ¡Crap!1
Emma no pudo retener su suspiro. Le dirigió una sonrisa forzada a Candice que bebió de un trago el bourbon que quedaba en el fondo de su vaso.
—Tendría seguramente una buena razón —, replicó Emma encogiéndose de hombros.
De hecho, intentaba convencerse a sí misma.
—Nadie tendrá jamás una buena razón para faltarte al respeto. Métete esto en la cabeza —, respondió Candice señalando su cabeza con su dedo índice.
Emma se sobresaltó al oír el tono que la mujer había usado y sintió un ligero malestar. Aprovechó el momento para excusarse.
—Voy a volver al hotel. Voy a descansar para mañana…
—Quédate un ratito más. ¿Quieres una copa? Te invito. ¿Qué bebes?
Candice levantó la mano para llamar a uno de los camareros. Emma jugaba con sus dedos sobre la mesa y se sintió obligada a quedarse. Sentía lástima por la mujer que tenía delante. También tenía miedo de que le pudiera pasar algo en su estado, si se quedaba sola.
Emma indicó al camarero que quería vino tinto, mientras que Candice pidió otro bourbon con hielo. La mujer se puso a examinar a Emma de nuevo. Le recordaba vagamente a alguien de