Las Quimeras De Emma. Isabelle B. Tremblay

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Las Quimeras De Emma - Isabelle B. Tremblay

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de femme fatale. Le envidiaba la confianza que tenía cuando se acercaba al sexo opuesto. Atraía los hombres, como otros coleccionan sellos. Estaban locos por ella y, en el momento en el que entraba en algún sitio, todas las miradas se dirigían hacia ella. Despertaba admiración en algunas mujeres, mientras que otras la temían. Emanaba un magnetismo increíble, y Emma debía confesar que la admiraba por ello. Aunque ella era guapa, no poseía la seguridad de su mejor amiga. Al contrario que Charlotte, ella no tenía la dicha de poder elegir con qué hombre se iría al final de la noche.

      Por esta razón, le había parecido extraño que Ian le prestara tanta atención. Estaba convencida de que era la culpabilidad que sentía por haberla golpeado con el balón la que había provocado la invitación.

      —¡Guau! ¡Estás guapísima! —exclamó Charlotte haciendo voltear a su amiga con su mano.

      —¡No tanto como tú!

      Charlotte le guiñó el ojo y se puso también a girar sobre ella misma. Hacía este movimiento desde la infancia. Su tía, que la cuidaba al salir de la escuela hasta que llegaban sus padres, le dejaba jugar en su armario para “hacer desfiles de moda”. Siempre se divertía dando vueltas sobre ella misma para imitar a las modelos de pasarela.

      —Elvie y Alice no vienen. Había pensado en dejarle una nota a Candice en la recepción para invitarla, ahora bien, no me la imagino en un bar de playa con su eterno traje de alta costura.

      Emma le lanzó una mirada asesina.

      —No. Para nada. Se la ve tan soberbia y austera. Me da miedo —confesó Emma.

      —Yo ya me he preguntado si conoce la definición del verbo divertirse. Hasta estoy convencida de que su hijo debe concertar una cita para verla.

      —¡Qué triste!

      Emma soltó un suspiro y fue a sentarse en la cama. Se puso a jugar febrilmente con los bajos de su vestido. Este tic, lo había heredado de su padre que siempre jugaba con la punta de su camisa. Era un hombre nervioso por naturaleza y ella sabía que repetía su gesto cada vez que se encontraba en un momento en el que la tensión estaba al máximo. Aun así, estaba contenta de parecerse a él más que a esa madre que les había cobardemente abandonado, a su hermano, a su hermana y a ella, hacía ya mucho tiempo.

      Fue en la primavera de sus ocho años. El día después de su cumpleaños. No le gustaba recordar ese momento. Era la época en la que la mujer que debería haber sido su referente femenino en la vida había abandonado la casa. Se había marchado del domicilio familiar de manera vergonzosa, dejando una simple nota de despedida que su padre había tirado a la basura. La niña que era en ese momento había cogido el papel arrugado de la papelera. Lo había plegado cuidadosamente y escondido en su caja de secretos.

      —¿Crees que esto es una buena idea? —preguntó Emma.

      —¿Esto qué?

      —¿Esta noche? Ir a ver a este tío. Este desconocido.

      —¡Sí! Una idea excelente, diría yo. Y sé en quién estás pensando. Patrick. SE ACABÓ. Te dejó por una estudiante de policía que parece más un chico que una chica. Quién sabe, quizás sea un hombre.

      Patrick Vinet era el exnovio de Emma. Informático de profesión, vivía todavía con su madre. Después de unos años saliendo juntos, ella quería pasar a la etapa de la cohabitación, pero él no. Estaba feliz como una perdiz en casa de su madre. Vivía a cuerpo de rey y no estaba dispuesto a cambiar eso. Había roto con ella para irse con otra mujer.

      —¿Es necesario que me recuerdes cada vez lo que me hizo?

      —No tengo elección. Siempre le das vueltas a la misma historia. Te irá bien ver gente nueva. Divertirte, reírte. ¿Y por qué no una pequeña aventura sin compromiso?

      —¿Y si es un asesino en serie?

      —Morir entre los brazos de un dios griego, no es un mal final…

      Emma esbozó una pequeña sonrisa, mientras que Charlotte rompió a reír. Cogió su bolso que estaba sobre la mesita de noche y se adelantó a Charlotte para salir de la habitación y dirigirse al pasillo, muy estrecho, y luego al ascensor. Estaba contenta de haber obtenido este nuevo contrato con la revista y de pasar tiempo con su amiga, incluso en la esfera profesional. Ninguna de las dos había tenido la oportunidad de quedar a menudo durante las últimas semanas. Charlotte tenía una agenda bastante ocupada, mientras que la de Emma era más flexible. Trabajaba por su cuenta desde su pequeño apartamento o desde el café debajo de su piso, dependiendo de su estado de ánimo.

      No se relacionaba con mucha gente desde su ruptura con Patrick. Su círculo de amigos no era muy grande, pero aún tenía algunos compañeros de universidad con quien podía salir de vez en cuando para cambiar las ideas y ver otra cosa que su salón.

      Charlotte pulsó el botón del ascensor para ir a la planta baja. La puerta se abrió casi de inmediato. Las dos jóvenes sonrieron educadamente al hombre y a la mujer que se encontraban dentro del ascensor.

      —¿No parezco muy…desesperada? —susurró Emma.

      —¡No! Él te ha invitado. Nosotros respondemos a su invitación. Para ya de dudar, me pones nerviosa —respondió Charlotte recolocando una mecha de pelo rebelde detrás de su oreja.

      El hombre se volvió hacia ellas y les dedicó una gran sonrisa, revelando una hilera de dientes muy rectas y muy blancas. A Emma le hizo gracia, porque le hizo pensar en un anuncio que había visto por la televisión el día anterior.

      —¿Sois quebequesas? —dijo él apartando una pelusa invisible de su impecable traje negro y con un francés casi sin acento.

      —Sí —respondieron las jóvenes al unísono.

      —Es bastante raro escuchar hablar francés por aquí, pero os voy a confesar que se agradece. Gabriel Jones. Vivo en Montreal —dijo presentándose.

      —¡Qué pequeño es el mundo! —respondió Charlotte estudiando al hombre de la cabeza a los pies.

      —Nosotras también vivimos en Montreal, ¡qué coincidencia! —añadió Emma sonriendo tímidamente.

      —Un sabio dijo una vez que no hay casualidades, sólo encuentros —replicó el hombre haciendo un guiño cómplice a la joven.

      Emma observó al hombre y lo encontró, a primera vista, muy atractivo. No hubiera podido compararlo con Ian, porque se trataba de dos tipos completamente distintos. Gabriel debía de medir alrededor de 1 metro 80. Su mirada era azul claro y poseía un brillo particular. Su larga nariz hacía una ligera curva. La joven se imaginó que se lo había fracturado durante un partido de hockey. Su sonrisa era franca y parecía sincera. Iba bien afeitado. Sus cabellos eran negros y ondulados, peinados un poco a la ligera. Se mostraba muy jovial y simpático. Era fácil de ver que estaba acostumbrado a hablar con desconocidos y socializar. No tuvieron tiempo de presentarse antes de que el ascensor hiciera una parada en el cuarto piso y el hombre se dirigiera a la salida.

      —Seguramente volveremos a vernos. ¡Que paséis una bonita velada, señoritas! —dijo antes de que la puerta volviera a cerrarse frente a él.

      —¿Qué? —murmuró Charlotte, que podía leer la mirada expresiva que le lanzaba su amiga.

      —¡Este era realmente…guau!

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