Las Quimeras De Emma. Isabelle B. Tremblay
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—¿Tienes novio?
Emma se ruborizó y apartó los ojos.
—No. Nadie.
Su respuesta le alivió. Dejó de andar y le propuso a Emma que se sentaran un momento delante del mar para admirar las estrellas, y disfrutar del momento presente. Emma se sentó primero. La arena se colaba en sus zapatos de tacón y bajo su vestido, haciendo la posición incómoda.
Esta sensación le recordó a la época en la que su padre trabajaba en una cantera en su ciudad natal. La había llevado allí, junto con su hermano Tommy y su hermana Lizzie, y se habían divertido entre las pilas de arena. Ella se hundió demasiado en la arena y su padre había tenido que interrumpir su trabajo para ir a sacarla, bajo los gritos de Lizzie, totalmente aterrorizada, mientras que Tommy se hacía el valiente intentando ayudar a su padre. Billy Tyler la regañó por haberle desobedecido, cuando les había prohibido jugar allí tan sólo unos minutos antes. Era la última vez que había osado hacerse la rebelde. Su padre era un trozo de pan, pero cuando levantaba la voz, se hacía escuchar.
Y entonces, Emma pensó en Charlotte a quien había dejado sola en el bar y se sintió culpable. La sensación desapareció rápidamente en cuanto se acordó de todas las veces en las que su mejor amiga le había hecho lo mismo. Estaba bien con Ian. “Quizás no sea un asesino en serie después de todo”, pensó con una sonrisa.
—Estoy contento de saber que no hay nadie —, dijo él al cabo de un rato.
—¿Ah sí? —respondió Emma mirando el perfil del joven.
—Tengo la impresión de conocerte de toda la vida desde el momento en el que te he golpeado con ese estúpido balón y he venido a pedirte disculpas.
Hizo una pausa y volvió su cara hacia la joven antes de continuar:
—No quiero que me tomes por un psicópata. Nuestro encuentro es todavía reciente. Sin embargo, contigo, me siento como un barco que vuelve a su puerto. No puedo explicarlo. No llego a comprender lo que siento cuando estoy contigo. Cuando te has vuelto hacia mí esta tarde, y te he visto por primera vez… estaba… necesitaba volver a verte. Hablar contigo. Conocerte.
Emma había aguantado su respiración intentando asimilar todo lo que Ian acababa de decirle. Deseaba responderle lo mismo, pero no le salían las palabras. Se quedaban atrapadas en su garganta. Era demasiado rápido para ella. Nunca había conocido a un hombre que hablara tan libremente de sus emociones y debía admitir que lo encontraba particularmente vibrante y ligeramente aterrador al mismo tiempo. Su timidez legendaria era un impedimento para poder expresarse.
—Yo me siento bien contigo. También.
Es todo lo que consiguió responder. Ian inclinó su cabeza hacia su compañera y acercó su rostro al de ella. Dudó un instante, pero su boca cubrió la de Emma casi de inmediato. Emma se estremeció de deseo cuando los labios de Ian tocaron los suyos. Su lengua se abrió paso tímidamente para acariciar la de él. Tenía un sabor a cerveza, mezclado con menta. Era agradable y dulce. La mano de Ian acariciaba ahora la mejilla de la joven. Ella encontró este gesto tierno.
Emma compartía los mismos sentimientos que el joven. También tenía la impresión de haberle encontrado y de conocerle desde hacía mucho tiempo. Se atrevió a preguntarse si era esto lo que la gente llamaba almas gemelas. Dos almas que habían sido separadas durante su encarnación y que tenían la misión de volver a encontrarse. Seguidamente puso freno a su imaginación. Sus almas se habían encontrado, pero ella sentía que todo iba demasiado rápido. No era más que un beso y hacía tiempo que nadie la había besado así. Todos sus sentidos estaban alerta. Ian la estrechaba con más ansia y sus caricias se volvían más atrevidas. Ella le animó. Entonces, sus manos se posaron en su cintura. Emma acabó por frenarle suavemente.
—No voy a acostarme contigo esta noche —dijo Emma en voz baja, pero con firmeza.
Ian estaba decepcionado, pero hizo como si nada. Veía que sería en vano. Acarició los cabellos de la joven. La encontraba hermosa y tenía unas ganas irresistibles de perderse en sus ojos verdes. El efecto que esta mujer le causaba era mucho más que físico. Emma se acercó de nuevo a Ian y tomó la iniciativa de besarle. Podría tener una aventura con Ian. Sería fácil. Pero no era propio de ella y sabía que se iba a arrepentir. Era Charlotte la experta en ligues de una sola noche. No ella. Aun así, se sentía tentada de torpedear sus principios. Sólo una vez.
• Tengo ganas de saberlo todo sobre ti, Emma. Por completo. Totalmente.
—Bien. ¿Por dónde empiezo?
***
Charlotte escogió uno de los taburetes de la barra para sentarse. Cogió su teléfono y le escribió un breve mensaje a su amiga para decirle que iba a volver al hotel y animarla a sacar partido de su paseo con su príncipe azul americano. Por una vez, era ella la que había conseguido una cita con un hombre.
— Señorita Riopel, ¿no es así? —preguntó una persona detrás de ella, en francés.
Charlotte levantó la cabeza y reconoció a Gabriel, el hombre del ascensor. Iba un poco “demasiado bien vestido” en comparación con el resto de la gente que se encontraba en el establecimiento, pero no parecía importarle lo más mínimo. Ella sonrió e inclinó la cabeza ligeramente hacia la izquierda.
—¡Gabriel Jones! ¡Desde luego, qué pequeño es el mundo! —respondió Charlotte riéndose.
—Muy pequeño. Y, lo que es más, ¡no la he seguido! —bromeó él, levantando las manos en su defensa.
—¡Por suerte! No me hubiera gustado sentirme acosada —replicó ella riéndose de nuevo.
Emma tenía razón. Era un hombre muy seductor. Sobre todo cuando sonreía, tenía un carisma impresionante del que ella sospechaba que no era consciente. Él le preguntó si podía sentarse en el taburete vacío que estaba a su lado y ella aceptó de buen grado. Le iría bien un poco de compañía y, sobre todo, alguien que hablara la misma lengua que ella.
—¿Tu amiga te ha abandonado?
—No. Está con el hombre que le dio cita esta noche. Creo que están paseando por la playa o haciendo otra cosa —respondió ella guiñando el ojo a Gabriel.
Él sonrió comprendiendo la alusión que acababa de hacer la joven. Encontraba a Charlotte muy divertida y era particularmente refrescante, después de haber pasado dos días con colegas médicos que hablaban de temas delicados propios de su profesión. Charlotte observó de lejos el cantante del grupo que avanzaba hacia ellos.
—¿Estás aquí por negocios o por placer? —preguntó Gabriel después de pedir una cerveza.
—Negocios. Soy redactora de Style Magazine. ¿Y tú? ¿Placer?
Él se rio. Ella le lanzó una mirada divertida.
—No. Trabajo. Si estuviera aquí por placer, no tendría un aire tan serio como ahora, con mi traje de entierra muertos.
Charlotte hizo la forma de una O con su boca, sorprendida por lo que él acababa de decir. No conseguía esconder sus emociones casi nunca, tan expresiva como era.
—¿Eres embalsamador?
Nunca