Maduro para el asesinato. Фиона Грейс
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–Lo odiaba. —Sintiendo una punzada de culpa, Olivia intentó justificar sus acciones—. Estaba promocionando una bazofia de fina que va en contra de todo en lo que creo.
–¿No podrías haberte ido a otra cuenta? —preguntó Charlotte en unos tonos de tranquilo asombro que hicieron sentir incluso peor a Olivia—. Tú me dijiste que tu madre siempre decía que si dejabas la publicidad, no serías capaz de hacer otra cosa que no fuera llenar estanterías.
–Necesito una nueva dirección profesional. No llenar estanterías —dijo Olivia con firmeza—. estar de vacaciones en el país del vino me dará tiempo para pensarlo. Uno de mis sueños es fabricar mi propia marca de vino artesanal.
–A mí me encantan los gatos, así que uno de mis sueños es ser domador de leones —se rio alegremente Charlotte, pero después vio la cara de Olivia y su sonrisa desapareció—. Pensaba que lo decías en broma. ¿Decías en serio lo de la marca de vino?
–Sí, lo decía en serio. es uno de mis sueños —insistió Olivia. Ahora que estaba aquí, parecía incluso más atractivo de lo que lo hacía en Chicago.
–Guau. Bueno, y ahora, ¿quieres ver el jardín? Los terrenos son preciosos.
Deseosa por explorar los alrededores, Olivia se levantó y salieron hacia los terrenos.
Mientras navegaba por la página web de la villa, había leído que las dos hectáreas originalmente se habían usado para la cría ecológica de gallinas. Un viejo gallinero de madera, ingeniosamente colocado en el jardín, servía como recordatorio de aquel hecho.
Pasando por un huerto de árboles frutales, subieron una cuesta empinada hasta un campo de hierba salpicado de arbustos y bordeado de árboles. Olivia se preguntaba si era aquí donde las gallinas criadas en libertad habían campeado.
El camino abrazaba el borde del descuidado campo y Olivia se di cuenta de que reconocía los árboles, gracias a su característica corteza gruesa y agrietada. Eran alcornoques. Qué conveniente encontrarlos aquí, en un país cultivador de vino.
Los admiró durante unos minutos, pasando las manos por la corteza, antes de regresar al patio, fragante con las especias.
Olivia entró al fresco de la cocina sintiéndose en conflicto. La mitad de ella estaba sin aliento ante el asombro de haber viajado hasta este paraíso. la otra mitad estaba temblando por el miedo de que sus acciones temerarias pudieran haber puesto en peligro todo su futuro.
Un amable golpecito en el hombro la distrajo de sus pensamientos.
–No tendrás miedo por el trabajo, ¿verdad? —preguntó Charlotte.
–Solo un poco —confesó Olivia.
Charlotte cruzó los brazos seria.
–Me temo que eso no está permitido en vacaciones. ¿Por qué no damos una vuelta en coche por la ciudad? Hay un bar en la ciudad por el que siento curiosidad. He visto a un montón de hombres guapísimos yendo allí. ¿Te apuntas?
Olivia recordó el sueño que había tenido antes de que el avión aterrizara. Bueno, este había acabado en una experiencia bochornosa, pero eso era razón de más para intentarlo de nuevo. En algún lugar, el amor la estaba esperando y no esperaría para siempre.
–¡Déjame que me ponga un poco de pintalabios y estaré lista para irme! —coincidió.
CAPÍTULO OCHO
Mientras se dirigían a la pequeña ciudad de Collina, Olivia se alegraba de que Charlotte fuera al volante. Ella estaba tan cautivada por las vistas que posiblemente hubiera chocado contra uno de los muros de piedra que bordeaban la estrecha calle.
Había un castillo en ruinas fuera de la entrada de la ciudad —un castillo de verdad con paredes derruidas y almenas en su torre. Parecía oscuro e imponente, con su perfil contra el sol bajo de última hora de la tarde. Quizás, hace mucho tiempo, esta torre había guardado el pueblo de los invasores.
Imagina vivir al lado de un castillo de verdad, vivo y en ruinas. Sufrió su primera punzada de envidia del día, mientras observaba cuidadosamente los apartamentos de dos pisos que había por allí cerca con sus fachadas color crema descolorido, contraventanas de madera y coloridos maceteros bajo las ventanas.
Mientras observaba, una mujer joven que llevaba una cesta de la compra bajó a toda prisa las escaleras gritando un alegre «Buon giorno» a su vecino. Llevaba su largo pelo oscuro recogido hacia atrás con una cola e iba vestida con el natural estilo y buen gusto que Olivia había visto que parecía poseer todo italiano. Nunca en un millón de años Olivia podría juntar ese top de color borgoña oscuro con unos tejanos azul cielo a media pierna y unas sandalias de un blanco radiante y parecer que había salido directamente de las páginas del Vogue.
Si lo llevara ella, la ropa parecería no pegar, como si la hubiera escogido mientras iba a tientas en la oscuridad. la gente miraría fijamente sus zapatos y después subiría la mirada como diciendo «¿De verdad?», «¿Con eso?»
En la ciudad, una barandilla de hierro forjado separaba la estrecha pasarela peatonal de la calzada, casi igual de estrecha. sacando la cabeza por la ventanilla, Olivia inhaló el rico aroma de café de la tienda de la esquina. A pesar de que era última hora de la tarde, unas cuantas personas de la ciudad estaban en el mostrador, bebiendo expresos y leyendo sus teléfonos.
todo el mundo menos Charlotte y ella parecía que vivían y eran de allí. Qué privilegio ver a la gente de allí ir de un lugar a otro con sus cosas de cada día en este lugar remoto.
Olivia descubrió una pequeña boutique de ropa y se preguntó si se animaría a visitarla y ver si podía conseguir algo del estilo italiano con ayuda de la dependienta. Le encantó ver una tienda de vinos con mucha actividad comercial. Después de esta había una zapatería, un puesto de verduras con una exposición viva y colorida de tomates y mandarinas fuera, una peluquería y una tienda con ofertas en ferretería y supermercado.
Dos panaderías, una enfrente de la otra, estaban cerrando sus persianas por hoy.
–¿Tú crees que son rivales? —preguntó Charlotte, parándose para dejar que un hombre mayor cruzara la calle.
–Estoy segura de que sí —dijo Olivia, mirando de un letrero a otro—. Prácticamente tienen que serlo. la enemistad seguramente se remonta siglos atrás.
–Y un día, cuando el hijo del propietario de Mazetti se enamore de la hija del propietario de Forno Collina, tendrán que fugarse a Pisa para casarse y sus familias los desheredarán para siempre —Charlotte se explayó con la historia.
En ese momento, un hombre con un delantal blanco salió de Mazetti. lanzó una mirada asesina a la tienda de enfrente y cruzó la calle. Sacó el teléfono del bolsillo y empezó a fotografiar los letreros de «Ofertas especiales» expuestos en el escaparate de la tienda.
Olivia y Charlotte se caían de la risa.
–¡Son rivales de verdad!—resopló Olivia—. Mañana por la mañana estará vendiendo a precios más bajos, o copiando las ofertas con todo incluido. Nos ha visto —vayámonos antes de que nos veamos metidas en este drama.
Al final de lo que pasaba por la calle principal de la ciudad había una iglesia diminuta con un capitel ornamentado. El sacerdote de pelo canoso estaba fuera, barriendo las escaleras