El Fantasma De Girolamo Riario. Ivo Ragazzini
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—Estáis hablando de cosas que no conocéis. Debéis saber que este libro fue escrito hace diez años por un astrólogo de estas tierras y cuenta cosas que ya han pasado y otras que todavía tienen que pasar en el gobierno de vuestra ciudad hasta el año 1500.
—¿Y qué? Hay muchas profecías sobre estas tierras dominadas por los enemigos del conde Riario.
—Pues que narra cosas todavía destinadas a pasar, queridas por Dios y la mecánica celeste15 — replicó el maestro de esgrima.
—Vos decís que fue escrito hace diez años. Vamos, decidme quién lo ha escrito. ¿Quién es el fraile que os lo ha entregado? —preguntó el escribano.
—Esto no es de vuestra incumbencia.
—Entonces apuesto a que ha sido el astrólogo Girolamo Manfredi, 16 fraile y astrólogo curandero, emparentado por su nombre con vuestros señores de Faenza, amigos de Florencia y enemigos de los Riario —respondió el escribano.
—Tampoco esto es de vuestra incumbencia, pero ¿qué importaría que fuera así? —respondió el espadachín.
—¿Quién ha pagado entonces a este fraile astrólogo para que haga este libro? Los astrólogos y los horóscopos cuestan bastante y alguien rico debe haberlo pagado —preguntó aún más crítico el escribano.
—Tampoco sé esto, pero no pretendo discutirlo con vos. Pero si intentáis decir que soy un ciurmadore17 y queréis averiguar la verdad en una giusta d'arme18, estoy dispuesto a ello —respondió el maestro de esgrima.
—Soy escribano y no pretendo decir que seáis un estafador, ni pretendo pelearme con vos en una justa de armas, solo quiero saber de vos cómo estaban las cosas para tomar nota para mí y mis ciudadanos —El escribano bajó la voz.
—Entonces dejad hacer esto al cronista Leone Cobello y terminemos la conversación, que es mejor así —concluyó el maestro de esgrima con el escribano.
—Vos —ordenó el esgrimista al campesino—, tomad este libro y entregadlo al maestro Leone Cobello y él sabrá qué hacer. Os agradeceremos todo lo que hagáis.
—Está bien, no nos peleemos por esto —dijo el campesino, tomando el libro y dándose la vuelta para ponerlo en un lugar seguro de su bolsa de viaje—Escuchad, ¿cómo habéis dicho que os llamabais? —preguntó el campesino volviéndose a girar hacia el espadachín, pero este ya se había ido en silencio entre el bullicio del mercado.
—Una vez llegado a Forlí, el campesino entregó al cronista Leone Cobelli el libro y se lo contó todo, pero Cobelli, por mucho que esforzara en recordar quién podía ser el espadachín y ese fraile, dijo no recordar a nadie que le hubiera prometido algo parecido. En todo caso, el cronista Cobelli también era astrólogo y tuvo en gran consideración esas profecías.
»Y en cuanto aparecía en el cielo cualquier señal extraña, escribía que había llegado de Faenza y se había visto encima del convento de los frailes franciscanos —concluyó la explicación de su relato el testigo.
El investigador le había escuchado atentamente y preguntó:
—En pocas palabras, ¿quiere decir que el libro lo escribieron los asesinos de Riario para preparar a la gente de Forlí ante su muerte y hacer creer al pueblo que era alguien destinado a morir?
—Algo parecido, pero mejor planificado. En realidad, se ordenó un libro similar diez años antes en el entorno de Lorenzo de Médicis y este contenía el modo y la manera en que debía morir Riario —respondió el testigo.
—¿Lorenzo de Médicis? ¿Lorenzo el Magnífico? —preguntó sorprendido el investigador.
—Él mismo.
—¿Qué tenía contra Riario? —preguntó el investigador.
—Mucho, para empezar, fue un ajuste de cuentas entre ellos.
—Pero ¿qué me está contando?
—Le cuento que eso es lo que pasó. Todo empezó cuando al papa Sixto IV y a su sobrino Girolamo Riario se les metió en la cabeza tomar Florencia para derrocar a Lorenzo de Médicis y su hermano Juliano.
—¿Y luego?
—Luego no encontraron nada mejor que tratar de asesinarlos juntos durante una misa solemne en la catedral de Florencia, donde dejaron sobre charco de sangre a Juliano de Médicis, mientras Lorenzo el Magnífico conseguía salvarse encerrándose en una sacristía.
—¿Está hablando de la conjura de los Pazzi? —preguntó el investigador.
—Esa misma, y la organizaron Roma y el papa, Riario y sus secuaces durante una misa en la catedral de Florencia —respondió el testigo. Luego añadió—: Las repercusiones, el desprecio y el resentimiento por lo que habían organizado un papa y su sobrino en una iglesia durante una misa pública fueron enormes incluso para esa época. Y la reacción y la venganza de los florentinos y de Lorenzo de Médicis, fue igualmente proporcional a lo que había pasado, hasta el punto de crear una compañía de sicarios o matarifes con el objetivo de hacer una lista de las personas implicadas, para vengarse de los conjurados que habían tomado parte en ese atentado.
—¿Y Riario? —preguntó el investigador.
—Riario encabezaba la lista.
—¿Y qué diferencia había entre una compañía de sicarios y una de matarifes? —preguntó el investigador.
—No mucha. Entonces los sicarios eran considerados asesinos al servicio de alguien, mientras que los matarifes eran vengadores secretos con la misión de ajustar cuentas y vengar las acciones de conjurados y asesinos. Pero, aparte de estos pequeños detalles, ambos hacían más o menos las mismas cosas y actuaban de una manera muy similar —respondió el testigo.
—¿Entonces ese libro de profecías decía la verdad? —preguntó de nuevo el investigador.
—Solo en parte, porque no había nacido como un verdadero libro de profecías propiamente, sino como una especie de broma en versos macabros que escarnecía y narraba el fin que debía haber tenido Riario y la suerte que le aguardaba en Forlí inmediatamente después de su muerte —respondió el testigo.
—¿De dónde venía ese libro?
—En principio venía de Florencia y narraba hechos y cosas que debían pasar a Girolamo Riario y a nuestra ciudad hasta 1500. Pero no eran otra cosa que los planes de venganza y de conquista de Forlí por parte de Florencia, camuflados entre versos y profecías, para vengarse del atentado de los Pazzi de Florencia.
—¿Y ese fraile y ese astrólogo qué tenían que ver?
—Esos versos florentinos los encargaron a algunos frailes de Florencia y alrededores, como propaganda política habitual de la época. Así narraban y hacían saber al vulgo de aquellos lugares el fin que debían dar a los enemigos de Florencia. Después