La Ciudad Prohibida. Barbara Cartland

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La Ciudad Prohibida - Barbara Cartland La Coleccion Eterna de Barbara Cartland

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me ha disgustado la idea de ser pobre y además, como bien sabes, yo luciría como nadie los diamantes de Anglestone.

      —¡Maldita sea! —gritó el Marqués perdiendo los estribos—. No voy a permitir que ninguna mujer me obligue a casarme en contra de mi voluntad ni a fingir ser el Padre del hijo de otro.

      —Esas son palabras muy fuertes, Virgil —señaló Hester—. Jamás te había oído maldecir ante una mujer.

      —Tu no eres una mujer cualquiera —casi gritó el Marqués—. Lo que pretendes hacer es algo indigno y, en mi opinión, criminal.

      —Eso no es lo que pensabas cuando fuimos tan felices juntos el Verano pasado —contestó Hester—. Recuerdo algunos momentos en que te volviste muy poético, Virgil. Sobre todo cuando me regalaste un collar de perlas negras porque decías que hacían que mi piel pareciera más blanca.

      El Marqués emitió una exclamación de disgusto y se levantó para dirigirse hacia la ventana. Recordaba muy bien cómo Hester le había suplicado que le regalara las perlas que había visto en una tienda de la Calle Bond.

      Él aceptó comprarlas a regañadientes porque eran muy caras. En aquella ocasión ella se había puesto delante de él, llevando las perlas como único atuendo y había logrado el efecto deseado: el Marqués la había hecho suya.

      Ahora él se preguntaba cómo era posible que se hubiera sentido atraído por ella.

      Hester había convertido una aventura agradable entre dos personas adultas en una pesadilla. A los dieciséis años, Lady Hester se había visto relacionada con un hombre indeseable que era empleado de su Padre, el Duque de Rothwyn.

      Rápidamente, el Duque despachó a aquel hombre y casó a su hija con el primer pretendiente que sucumbió ante su belleza.

      Desgraciadamente, éste era casi tan viejo como el Duque. A los dos meses de la Boda, Hester empezó a comportarse de una manera escandalosa con un Conde francés que ella y su esposo habían conocido durante su luna de miel.

      Él fue el primero de una larga lista de amantes. Y, después de cinco años de matrimonio, el esposo de Hester murió de un ataque al corazón. Los malos ratos que ella le había hecho pasar y los excesos en los cuales le obligó a incurrir fueron demasiado para él. Sin lugar a dudas, Hester era la viuda más bella del Mundo Social y cuando volvió sus ojos azules hacia el Marqués, a éste le fue imposible resistirse.

      Ahora comprendía lo insensato que había sido.

      Desde el primer momento en que se conocieron, debió darse cuenta de que Hester no era una mujer normal en ningún sentido de la palabra. Casarse con ella sería como vivir en un infierno indescriptible. Pero en aquel momento no se le ocurría ninguna forma de poder escapar y las paredes de la prisión parecían estar cada vez más cerradas.

      Conocía a Hester bastante como para saber que decía la verdad al amenazarle con ir directamente a la Reina. También sabía que el Duque no dudaría en hacer lo que su hija le pidiera.

      Las propiedades del Duque en Northumberland se encontraban en pésimas condiciones y su Casa necesitaba urgentes reparaciones.

      Su dueño tenía ante sí gran cantidad de cuentas sin pagar. Si el Duque estaba decidido a encontrar un yerno adinerado, entonces no había un candidato mejor en todo el Mundo Social.

      "¿Qué puedo hacer?", se preguntó el Marqués.

      Se sentía como si tuviera la cabeza llena de algodón y le fuera imposible pensar.

      —¿Y bien, Virgil? —preguntó Hester.

      Advirtió que ella le había estado leyendo los pensamientos y eso aumentó su ira.

      —Vuelve a mí —sugirió ella—, y yo te diré qué es lo que vamos a hacer.

      —Permíteme decirte algo —pidió el Marqués.

      Se le acercó mientras hablaba y por la rigidez de sus labios ella supo lo molesto que estaba.

      —Yo te asignaré diez mil libras anuales hasta que te cases con algún hombre rico y ya no las necesites.

      —Diez mil libras al año —repitió Hester—. ¿De veras supones que eso puede atraerme cuando puedo ser tu esposa, la Marquesa de Anglestone?

      Él emitió una exclamación de rabia, pero guardó silencio y la mujer continuó hablando:

      —Así tendré todo a mi disposición, además de disfrutar de una posición hereditaria en la Corte.

      El Carqués tuvo que contenerse para no golpearla.

      Él no podía soportar la idea de ver a Hester en el lugar de su Madre, no sólo en la Corte sino en el Campo, en su Casa de Newmarket y en el Coto de Caza de Leicestershire.

      Aquella idea hizo que quisiera matarla.

      Sabía muy bien de qué manera se comportaba Hester y cómo sus amigos lo compadecerían sin atreverse a decir nada abiertamente.

      Realizando un gran esfuerzo, él preguntó:

      —¿Qué aceptarías entonces?

      —¡Un anillo de matrimonio! —respondió lacónica. Había una expresión de malicia en su cara y él supo que Hester estaba disfrutando chantajeándole.

      Lo estaba quemando en una hoguera y cuanto más se lamentara más disfrutaría ella.

      El Marqués sintió un odio tan violento hacia Hester, que sólo los muchos años de autodominio que tenía sobre sus espaldas evitaron que le gritara y la derribara de un golpe.

      Permaneció en silencio, pues no se atrevía a hablar. Después de un momento, ella dijo con tono triunfal:

      —¡Yo he ganado, Virgil, y no hay salida para ti! Ahora escucha lo que vamos a hacer.

      Se inclinó ligeramente hacia adelante en la silla levantando la cabeza al hacerlo y el hombre intuyó que aquélla era una de sus poses más ensayadas.

      —En cuanto llegue Papá, le contaremos nuestro secreto y arreglaremos una Boda discreta.

      Al ver que el Marqués iba a interrumpirla, continuó de prisa:

      —Estoy segura de que así es como tú lo prefieres y si nos vamos inmediatamente de luna de miel nadie se sorprenderá cuando el bebé nazca de manera prematura, a los siete meses.

      El Marqués apretó los labios mientras Hester continuaba diciendo:

      —Quizá ahora estés molesto; sin embargo, con el tiempo de darás cuenta de que yo seré una esposa mucho más adecuada que cualquier muchachita sosa que te aburriría a las dos semanas de casados.

      El Marqués sintió deseos de gritarle que ella ya le aburría, pero le pareció poco digno de un Caballero.

      —Vamos a ser muy felices juntos —aseguró Hester—. Pero si después de que nuestro hijo nazca tienes otros intereses yo no me meteré en ellos como espero que tú no te metas en los míos.

      Ella

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