La Ciudad Prohibida. Barbara Cartland
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—¿De verdad consideras que todos somos unos cobardes? —preguntó el tercer hombre llamado Lord Summerton.
—¡Por supuesto que lo somos! —respondió Lord Rupert—. Todos nos hemos vuelto muy cómodos y aunque queda mucho mundo por descubrir somos demasiado perezosos como para intentarlo.
—Eso es muy tajante y yo no lo creo —intervino Lord Summerton.
—¿Te imaginas a Virgil vestido como un peregrino? — preguntó Lord Rupert—. ¿Arriesgando su vida por ver la Ciudad Prohibida?
Él se echó a reír.
—¡Yo apostaría mil libras a que no!
—¡Acepto la apuesta! —exclamó el Marqués.
Por un momento todos permanecieron en silencio. Entonces Lord Rupert preguntó:
—¿Has dicho que aceptas la apuesta?
—Iré a La Meca —continuó el Marqués y cuando vuelva con el derecho a llevar el turbante verde, tú me pagarás mil libras.
Dejó de hablar cuando el Camarero volvió con la bebida que se tomó en un solo trago.
—¡Estás loco! —exclamó Lord Rupert.
Cuando se dirigían en carruaje del Club a Park Lane, Lord Rupert preguntó al Marqués:
—¿Hablas en serio, Virgil, o se trata de una broma que no acabo de comprender?
—Jamás he hablado más en serio —contestó el Marqués—, y pienso salir de Inglaterra mañana muy temprano.
—¡Mañana! —exclamó Lord Rupert.
—Llegue o no llegue a La Meca, sólo así encontraré la respuesta a una pregunta que desde hace unas horas no me deja vivir —dijo el Marqués—, y es si debo o no casarme con Hester Wynn.
—¡Por Dios! —exclamó lord Rupert—. Yo creía que eso había terminado.
—Así es —respondió el Marqués—, pero ella me acaba de comunicar que va a tener un hijo.
Lord Rupert se quedó mirando al Marqués como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar.
Enseguida preguntó:
—¿Me estás diciendo la verdad?
—Hester ha sido muy clara al decirme que si no me caso con ella, el Duque irá a ver a la Reina.
—Pero... no es tu hijo.
—Nadie lo sabe mejor que yo —aseguró el Marqués—. ¡Te juro, Rupert, que yo no la he tocado desde septiembre!
—Si me lo preguntas, yo creo que es de Midway —opinó Lord Rupert.
—Eso es lo que yo supongo también —estuvo de acuerdo el Marqués—, pero él no tiene dinero y Hester quiere ser Marquesa.
—¡Ella quiere ser tu esposa! —lo contradijo Lord Rupert—. A decir verdad, Virgil, cuando terminaste con ella, me sorprendió mucho que Hester se hubiera alejado sin aspavientos.
—También a mí —admitió el Marqués—, pero ahora quiere vengarse.
—¿Y tú crees que huyendo?... —comenzó a decir Lord Rupert.
—¡Volaría a la luna o bajaría a los infiernos si eso me salvara de tener que casarme con ella! —aseguró el Marqués.
—Puedo entenderte —comentó Lord Rupert—, sin embargo... ¡La Meca!
—Fui un tonto al no haberlo pensado yo mismo —admitió el Marqués—. Porque cuando tú lo mencionaste me di cuenta de que eso era la respuesta a la pregunta que me había estado haciendo.
Hizo una pausa antes de continuar:
—Pero necesito tu ayuda.
—Sabes que haré cualquier cosa que me pidas.
—Tengo que marcharme en secreto para que no le sea posible a Hester acudir a la Reina.
Lord Rupert le escuchaba con atención.
Era un joven bien parecido que había estudiado en Eton junto con el Marqués. Los dos se habían alistado en el mismo Regimiento donde sirvieron durante cinco años antes de que el Marqués heredara el Título. Como deseaban estar juntos, Lord Rupert también había abandonado el Ejército y ahora pasaba más tiempo con el Marqués que en su propia casa.
—Lo que yo deseo que hagas —dijo el Marqués como si estuviera pensando en voz alta—, es asegurarte de que la apuesta se mencione entre nuestros amigos, pero sin que llegue a la prensa.
—Continúa —le animó Lord Rupert cuando el Marqués hizo una pausa.
—Pienso que es difícil que Hester se atreva a dar un escándalo por mi partida cuando yo estaré haciendo algo que se considerará muy arriesgado y heroico.
—Quizá los demás lo consideren así, pero yo lo considero como una locura.
—¡Si Tony Burton pudo hacerlo, también puedo hacerlo yo! —exclamó el Marqués.
—Quizá ya no sea tan fácil ahora que los musulmanes saben que él entró en su ciudad prohibida.
—¿Lo saben ellos?
—Escribió artículos al respecto y supongo que algunos los habrán leído.
—Es mi única oportunidad —exclamó el Marqués con desesperación—, y te estoy muy agradecido, Rupert, por haberme metido la idea en la cabeza.
—Eso es algo que yo no pretendía hacer —respondió Lord Rupert—. Simplemente quería contradecir a Summerton porque es muy engreído.
Lord Rupert permaneció en silencio un momento y después dijo:
—¡Cuídate mucho, Virgil! De acuerdo con lo que dice Burton en sus artículos, la pena por violar el lugar más sagrado de los musulmanes es una muerte lenta y desagradable.
—¡Eso sería preferible a casarme con Hester!
—En eso estoy de acuerdo contigo. No sé qué pudiste haber visto en ella.
El Marqués no respondió.
Jamás hablaba acerca de sus romances, ni siquiera con Lord Rupert, que era su amigo más íntimo.
Es más, él hubiera preferido desaparecer sin tener que contar su problema a nadie, pero sabía que necesitaba la ayuda de Rupert. Cuando volvieron a la Casa del Marqués, éste llamó a su Secretario y comenzó a dictar órdenes.
Lord Rupert pensó que quizás