El orden de 'El Capital'. Carlos Fernández Liria
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Bien es verdad que podemos llegar a sospechar que semejante obcecación no puede ser sólo resultado de la ignorancia, sino, más bien, de la mentira conscientemente orientada a la defensa de los grandes intereses económicos. Así, por ejemplo, una economista como Miren Etxezarreta sospecha que, sencillamente, «no es posible que quienes propugnan estos modelos no perciban estas limitaciones» y, por lo tanto, propone la hipótesis de que «los verdaderos objetivos de estos modelos no consisten en resolver los problemas de los países que los soportan, sino que son otros no expresados de forma explícita, pero que se pueden deducir por sus resultados», a saber, «facilitar la operación de los grandes capitales internacionales»[35].
En todo caso, ya sea por falta de honradez o por pura ignorancia, está claro el modo de razonar al que no están dispuestos a renunciar bajo ningún concepto: la «esencia» del hombre consiste en su búsqueda del máximo interés; el modelo teórico construido por mera agregación de estos «centros de cálculo egoístas» (a saber, el mercado) nos proporciona un sistema armonioso gobernado por una astuta mano invisible; además, cualquier «pauta extraña» que se introduzca no sólo alterará la eficacia y armonía del modelo, sino que, para colmo, supone un atentado a la libertad individual, a la igualdad o al derecho de cada uno a hacer lo que le dé la gana con lo que es suyo; la máxima realización de la esencia humana pasa, pues, por suprimir en la realidad cualquier pauta ajena al modelo y, ante todo, no olvidar nunca que si esto parece provocar auténticas catástrofes humanas, hambrunas generalizadas, la proliferación de todo tipo de conflictos sociales y la necesidad de dictaduras sanguinarias para reprimirlos, esto sólo puede deberse a que queden todavía algunas regulaciones por suprimir y no, en ningún caso, a que algo pueda fallar en todo este planteamiento.
Dicho sea al menos de pasada, no es de extrañar que Marx se mofe de la estrechez de miras de esos economistas vulgares que, a partir de esa supuesta esencia del comportamiento humano, «proceden de singular manera. Para ellos no hay más que dos clases de instituciones: unas artificiales y otras naturales. Las instituciones del feudalismo son artificiales y las de la burguesía son naturales»[36].
La publicación del libro de Naomi Klein La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre (2007) ha arrojado datos incontrovertibles sobre la verdadera naturaleza de los planes económicos propugnados por la Escuela de Chicago. Milton Friedman y Pinochet fueron, en realidad, dos caras de la misma moneda; de ninguna manera un accidente histórico. Con el transcurso del tiempo ha ido quedando cada vez más claro que la salud económica que propugna el neoliberalismo no funciona más que generando verdaderas calamidades humanas. Estas no son un efecto colateral indeseado. Son el incentivo económico fundamental. A la postre, ha resultado que el capitalismo del siglo XXI no funciona adecuadamente más que en condiciones socialmente catastróficas, como las generadas por el tsunami que destruyó el Sudeste asiático, las inundaciones de Nueva Orleans o la guerra de Iraq. Es el «capitalismo del desastre», algo que ya había previsto perfectamente Karl Polanyi en su obra La gran transformación (1944).
2.6 Un Galileo sin herencia científica
Frente a este inigualable espectáculo de ver razonar a la «economía convencional moderna», es decir, a la economía «epistemológicamente normal», la figura de Marx se perfila, sin duda, como la de un gigante. A la luz de semejante espectáculo resulta difícil seguir manteniendo que al adherirse a la teoría del valor Marx apartó sus investigaciones de la senda científica por la que había de transcurrir la economía del futuro. Pues las sendas por las que la «economía del futuro» tenía que transcurrir han acabado desembocando en un barrizal. Contemplando lo que en la academia se considera los estudios de Economía, uno no puede dejar de concluir que, independientemente de que Marx fuera o no un candidato idóneo para ese papel, a esa disciplina le falta, sin duda, algo así como un Galileo.
Cerramos, de este modo, el comentario de esta comparación de la que partíamos al principio, insistiendo aún en algunas reflexiones sobre la economía en su situación actual. Pues es cierto que, por mucho que podamos localizar grandes similitudes entre el modo de proceder de Galileo y el de Marx, hay, sin embargo, una diferencia muy importante que no podemos eludir sin más: mientras los logros de Galileo fueron asumidos por la mayoría de los físicos de un modo bastante rápido, vemos cómo, por el contrario, hoy Marx es tratado como un perro muerto por la mayoría de los economistas neoclásicos, cuya perspectiva teórica, el marginalismo, constituye la ortodoxia en el terreno académico y político.
Sin embargo, es importante destacar, en primer lugar, que ni siquiera en el terreno de las ciencias naturales está en absoluto garantizada la aplicación de criterios exclusivamente científicos a la hora de aceptar o rechazar la validez de ciertos argumentos. Por poner un ejemplo, en las discusiones científicas que enfrentaron a Newton y a Leibniz, tenía razón éste en gran parte de los casos y, sin embargo, ha resultado necesario esperar hasta Einstein para que se reconozca este hecho. Leibniz tenía razón y la tenía desde el principio, pero, en esta ocasión, el reconocimiento de la comunidad científica se hizo esperar. Así, en numerosas ocasiones, hace falta esperar siglos para conseguir que la opción entre un modelo teórico y otro se resuelva exclusivamente por criterios científicos (y no, por ejemplo, religiosos o periodísticos). Es evidente que los criterios extracientíficos no pueden nunca ser el último tribunal desde el que juzgar la validez de las teorías. Sin embargo, en muchas ocasiones sí consiguen, por ejemplo, barrer y marginar por completo determinadas teorías del ámbito de lo que se estudia y lo que se discute cuando uno se está insertando en una ciencia. De este modo, quizá ni siquiera quepa culpar a la comunidad científica de una época determinada de lo que no existe en sus programas de estudio (o existe con una distorsión que lo hace científicamente inaceptable), aunque haya sido excluido de esos programas por motivos extracientíficos, pues, sencillamente, se han iniciado en una disciplina en la que determinadas teorías están ya fuera de la vista.