El orden de 'El Capital'. Carlos Fernández Liria
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Aquí, una vez más[26], cuando la certeza sensible pretende ser la más rica, es, en realidad, la más pobre; cuando pretende ser la más concreta, es la más abstracta; pretende no estar contaminada de teoría y es el terreno en el que los prejuicios más abstractos operan a priori más a sus anchas, en forma desordenada, caótica o incontrolable.
2.3.3 Algunas soluciones aparentes
Una de las cosas que podemos sacar en limpio de las consideraciones precedentes es que si es cierto que Marx comienza por construir una especie de «modelo teórico», lo hace precisamente para facilitarse una vía de acceso a la experimentación. Es la índole del objeto que pretende estudiar, el cual no se deja manipular por instrumentos científicos, lo que explica que el comienzo venga marcado por una inflación de la abstracción.
Ahora bien, si esto es así, lo que se opone al modelo teórico no es «la riqueza inabarcable de la realidad». Sería una desafortunada manera de ver las cosas considerar que el modelo en cuestión es una «simplificación» instrumental. Por supuesto que un modelo siempre funciona simplificando las cosas, pero pretender que es una simplificación es como pretender definir lo que es un automóvil diciendo que es una cosa que si la tiras desde un quinto piso se estrella contra el suelo. Pues un modelo no simplifica «para simplificar». Un modelo no simplifica la realidad para eludir su riqueza inabarcable, sino precisamente para acceder a ella.
Ya hace tiempo que planteamos esta cuestión: la bola de billar no se detiene porque ruede de una forma «imprecisa», «rica» o «concreta», escurridizamente «real». Se detiene porque, además de estar rodando, está haciendo muchas otras cosas que tendrán que ser estudiadas, si se quiere, con otros modelos cuidadosamente construidos.
Así pues, conviene ser precavidos. Una cosa es que en El capital se construyan modelos teóricos y otra cosa distinta es que «toda la obra» pueda ser considerada como un «gran modelo teórico» (como una vez, por cierto, dijo Lévi-Strauss). Sería un verdadero disparate pretender que Marx comienza construyendo un modelo teórico ideal y abstracto, con la teoría del valor, para acabar luego concluyendo en el Libro III con la misma teoría, a la que ahora se habrían sumado todas las impurezas de la realidad. Ya hemos indicado más arriba que eso equivaldría a decir que Galileo comienza estudiando el rodar en su pureza ideal para acabar diciendo que el chocar es un rodar impreciso. Lo que con sentido epistemológico se opone a un modelo no es la holgura empírica de la realidad, sino otros modelos capaces de aislar otros aspectos de esa misma realidad.
Otra advertencia que puede resultar útil plantear es la siguiente: Marx ha dicho que el método científico va de lo abstracto a lo concreto (cfr. lo dicho en 1.3, «Observación y Teoría»); eso no quiere decir en absoluto que el camino del Libro I al Libro III (y, por tanto, de la teoría del valor a la teoría de los precios de producción) sea un camino de lo abstracto a lo concreto. Podría ser así, desde luego. Pero de ninguna manera por los argumentos que se han esgrimido hasta aquí (por otro lado, más tarde explicaremos por qué, de todos modos, no es así). Hemos dicho que El capital comienza con lo abstracto porque siempre se comienza por lo abstracto, ya que no hay manera de comenzar por lo concreto, porque lo que parece concreto es, muchas veces, lo más desquiciantemente abstracto de todo, a fuerza de imprecisión y confusión. Hemos dicho también que, además, en El capital, donde faltan «reactivos químicos y microscopios», el océano de la abstracción, que es siempre el inevitable punto de partida del conocimiento, no puede ser domeñado, clarificado, determinado, ordenado, más que por medio, a su vez, de abstracciones cuidadosamente controladas científicamente. Pero, por lo que hasta el momento hemos planteado (sin que por ahora podamos plantear una u otra cosa con más profundidad), lo dicho afecta al negocio teórico que se ventila en la Sección 1.ª, en la cual, en efecto, nos encontramos con una clarificación «en condiciones ideales» de los conceptos de valor, de mercancía, de intercambio, de precio, de propiedad, etc. Para ello se ha construido, probablemente, un modelo teórico (en concreto, eso que Marx, a veces, llama «circulación simple de mercancías»). Pero lo que en absoluto está dicho sobre las secciones subsiguientes de El capital es que todo vaya a consistir en ir complicando ese modelo abstracto, hasta presentarlo, finalmente, «vivo y concreto» en los confines del Libro III. En absoluto, porque por el camino puede que sea necesario cambiar de modelo (de modo que los famosos casos de non sequitur que denunciaba Schumpeter no serían tanto fallos de deducción como deducciones operadas desde otro sitio).
Así pues, diremos que, contra lo que algunas veces se pretendió en la tradición marxista, en el paso de la teoría del valor a la teoría de los precios de producción, o en el paso de la teoría del plusvalor a la teoría de la ganancia capitalista, de ninguna manera hay un camino que vaya de lo abstracto a lo concreto. El Libro III es tan abstracto (y tan concreto) como el Libro I.
2.3.4 El texto de Marx
En el parágrafo anterior hemos querido hacer unas advertencias un poco aguafiestas (aun a riesgo de que, insistiendo en que –como suele ocurrir– las cosas siempre son más complicadas de lo que parecen, terminemos por agotar la paciencia de algunos y desilusionar el ánimo de otros posibles lectores) no sólo para salir al paso de ciertas cosas que a menudo se dicen y se han dicho en la tradición marxista. Lo que pretendemos hacer ver es que estas posibles confusiones derivan todas de un error común: el de pensar que un modelo científico es una simplificación, una especie de «media ideal o aproximada» de una realidad «siempre mucho más complicada». Por supuesto que la realidad es siempre «mucho más complicada». Pero decir que la ley de la inercia es una «media ideal» o una «aproximación estadística» de los casos reales (que son siempre mucho más «ricos y concretos») es, sencillamente, una tontería.
Es posible que la sensación de dificultad que dejan en la mente las anteriores aclaraciones pueda ser mitigada con un texto del propio Marx que trata exactamente de este problema y que encontramos en el Prefacio que habíamos comenzado a comentar:
El físico observa los procesos naturales allí donde se presentan en la forma más nítida y menos oscurecidos por influjos perturbadores, o bien, cuando es posible, efectúa experimentos en condiciones que aseguren el transcurso incontaminado del proceso. Lo que he de investigar en esta obra es el modo de producción capitalista y las relaciones de producción e intercambio a él correspondientes. La sede clásica de ese modo de producción es, hasta hoy, Inglaterra. Es éste el motivo por el cual, al desarrollar mi teoría, me sirvo de ese país como principal fuente de ejemplos. Pero si el lector alemán se encogiera farisaicamente de hombros ante la situación de los trabajadores industriales o agrícolas ingleses, o si se consolara con la idea optimista de que en Alemania las cosas distan aún de haberse deteriorado tanto, me vería obligado a advertirle: De te fabula narratur! [¡A ti se refiere la historia!] En sí y para sí, no se trata aquí del mayor o menor grado alcanzado, en su desarrollo, por los antagonismos sociales que resultan de las leyes naturales de la producción capitalista. Se trata de estas leyes mismas, de esas tendencias que operan y se imponen con férrea necesidad. El país industrialmente más desarrollado no hace sino mostrar al menos desarrollado la imagen de su propio futuro[27].
Este texto es de una precisión enorme y hay que leerlo con sumo cuidado. El paralelismo con el proceder «galileano» va aquí de la propia mano de Marx. Si toma a Inglaterra como referencia para todos sus ejemplos e ilustraciones, es, como ya comentamos, por una limitación con la que se encuentra, en el terreno histórico, el método propio de las ciencias naturales: allí donde no se puede experimentar en condiciones ideales construidas en laboratorio (encerrando, por ejemplo, la combustión del carbono en una ampollita vigilada por toda una ciudad científica), uno tiene que conformarse con estudiar la cosa donde se presente de la «forma más nítida y menos oscurecida por influjos perturbadores». Respecto al modo