El orden de 'El Capital'. Carlos Fernández Liria

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El orden de 'El Capital' - Carlos Fernández Liria Pensamiento crítico

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era tanto el plusvalor como la ciencia. Marx ha aportado un sistema científico en el que el concepto de plusvalor puede ser insertado. Pero el texto de Engels tiene, además, la peculiaridad de permitirnos apreciar en qué consiste eso de fundar una ciencia. «Priestley y Scheele, en pleno periodo de dominación de la teoría flogística, habían “producido” un gas extraño que fue llamado por el primero aire desflogistizado y por el segundo aire ígneo. De hecho, era el gas que se debía llamar más tarde oxígeno. Sin embargo, anota Engels, “ellos lo habían simplemente producido, sin tener la menor idea de lo que habían producido”, es decir, sin poseer su concepto[4].» Del mismo modo, la economía clásica había descubierto distintas formas de existencia de la plusvalía, en tanto que renta, interés, ganancia, etc. Pero, tanto en uno como en el otro caso, esos descubrimientos eran «estériles» y «ciegos». Con el plusvalor ocurrió lo mismo que con el oxígeno, mientras fue entendido desde las categorías de la química flogística. Ese extraño gas aparecía allí como una solución; sólo Lavoisier vio en él un problema, un problema que obligaba a someter a revisión los fundamentos mismos de la teoría flogística: «Puso así sobre sus pies toda la química que, en su forma “flogística”, andaba cabeza abajo». Lo mismo ocurrió con Marx: el asunto no era tanto «descubrir» una realidad como cambiar los términos del problema, resituarlo en una «problemática teórica» enteramente nueva. No se trataba, pues, en uno y otro caso, de producir una respuesta verdadera, sino de producir una nueva pregunta, una nueva clase de preguntas, una nueva «matriz teórica»[5]. Y ello se logra –en palabras de Althusser– «produciendo un concepto».

      Ahora bien, esto de «producir un concepto», una vez más hay que señalarlo, es exactamente lo que Sócrates exige incansablemente en todos sus diálogos, en su incesante búsqueda del eîdos. Allí donde todos discuten o hacen discursos sobre si la virtud es o no enseñable, la intervención verdaderamente revolucionaria sería aquella que explicara a la asamblea de los eruditos aquello que ellos han estado ignorando todo el rato: qué es, en qué consiste aquello sobre lo que tanto y tanto han estado hablando, en qué consiste eso a lo que se ha estado llamando «virtud». O, volviendo a nuestro ejemplo anterior, allí donde todos discuten sobre las distintas peculiaridades de las bolas que se frenan o se deslizan con más o menos soltura, la intervención más revolucionaria resultó consistir en preguntar, simplemente, ¿qué es rodar? Es notable, en efecto, ver cómo el texto de Engels hace también depender una revolución científica crucial para la química moderna de una intervención tan formalmente socrática.

      He aquí, por tanto, que cuando Engels tiene que defender a Marx de los economistas de su época, explicando la verdadera naturaleza de su aportación teórica, sigue una estrategia muy semejante a la que nosotros hemos ensayado al examinar la crítica que le hace Schumpeter en nombre de la economía contemporánea: nosotros habíamos comparado a Marx con Galileo, Engels lo compara con Lavoisier y lo hace, en este texto tan sobresaliente, de tal manera que no sólo nos aclara algo sobre Marx, sino también sobre la naturaleza de las revoluciones científicas, incluidas las del propio Galileo o Lavoisier.

      2.2 El problema de hacer compatible a Marx consigo mismo (el Prefacio de 1867 y el Epílogo de 1873)

      Ahora bien, a todo esto, ¿qué nos dice el propio Marx? ¿Qué dice Marx que está haciendo en El capital, y en qué momento lo dice? Para contestar a esta pregunta es imprescindible leer con cuidado los prefacios y los epílogos que Marx escribió a las distintas ediciones del Libro I. Y lo que nos encontramos ahí es, como vamos a comprobar, ciertamente muy desconcertante. Es desconcertante en un sentido que, sin duda, ya nos veíamos venir desde hace tiempo. Con lo que llevamos andado, parece que hemos llegado a la conclusión de que, en efecto, tenemos motivos para comparar a Marx con Galileo y que esta comparación puede arrojarnos mucha luz sobre la manera en la que Marx concibe que debe proceder la economía si quiere fundarse científicamente (y eso siempre advirtiendo que, por el momento, no hemos dicho nunca que, si llegara a fundarse científicamente, la economía podría seguir siendo lo que pretende ser hoy, «economía», pues lo que hemos dicho, más bien, es que en ese caso lo que tendríamos sería algo así como un «Galileo de la historia»); ahora bien, esto en sí mismo es desconcertante, porque si Marx, en algún sentido, procede «como Galileo», ¿qué pasa, a todo esto, con Hegel? ¿Qué pasa con el famoso método dialéctico que la escolástica marxista sacralizó sin pestañear?

      Y el problema es que Marx, a este respecto, no nos dice lo mismo en los prefacios que en los epílogos. Para hacer compatible lo que Marx nos dice en el Prólogo a la primera edición del Libro I (1867) y en el epílogo a su segunda edición (1873), es preciso comprender que se trata de textos de muy distinta naturaleza y que cumplen su función a muy distinto nivel. La diferencia fundamental podría resumirse en que, en el Prefacio, Marx está explicando lo que ha hecho; en el Epílogo, intenta explicar –e incluso explicarse a sí mismo– por qué no se ha entendido lo que ha hecho.

      Ocurre, además, que, mientras que en el Prefacio de 1867 se está dirigiendo, sin duda que lleno de satisfacción, a la comunidad científica en general, en el Epílogo a la segunda edición alemana de 1873 está hablando, sobre todo, a los alemanes. Como sabemos, Marx se encontraba por entonces exiliado en Londres, a donde había llegado huyendo de París en 1849. Es difícil exagerar el desprecio que le inspiraba el mundo de la intelectualidad alemana. En especial, con la filosofía alemana Marx había roto definitivamente desde que, en 1845 y en colaboración con Engels, escribiera La ideología alemana. Y es ahora, al volver a dirigirse al público alemán con motivo de la segunda edición del Libro I, cuando vuelve a nombrar a Hegel y al método dialéctico. De ello, como vamos a ver, no había ni rastro en el Prefacio de 1867.

      En general, en este capítulo II dedicado al Prefacio vamos a comprobar que Marx pretende más bien inscribirse en un marco científicamente normal, haciendo referencia a la química o la física matemática. En el capítulo siguiente, centrado en el Epílogo de 1873, nos ocuparemos del tema de la dialéctica y de las relaciones entre Marx y Hegel.

      Conviene también tener en cuenta que, contra lo que se solía decir en la tradición comunista, esta segunda edición alemana no fue «la última revisada por Marx en vida». Se publicó en fascículos desde junio de 1872 a mayo de 1873. Pero la edición francesa se publicó –también en fascículos– entre agosto de 1872 y noviembre de 1875. Marx no sólo revisó esta traducción, sino que introdujo en ella modificaciones y cambios respecto a algunos pasajes de la segunda edición alemana. Y curiosamente, en algunas ocasiones, son modificaciones que afectan muy directamente al asunto de la dialéctica. En general, en la edición francesa hay menos énfasis en los giros hegelianos y dialécticos. Precisamente por eso, la tradición, marxista solía considerar a la versión francesa como una pobre traducción de menor interés que el texto original alemán. Incluso se llegaba a decir que Marx había simplificado los pasajes filosóficamente más difíciles porque no creía que los franceses fueran capaces de comprenderlos. Es cierto que, en el Prólogo a la edición francesa, Marx se mostraba preocupado porque los franceses iban a encontrarse con un escollo al intentar leer la Sección 1.ª y les recomendaba paciencia y dedicación para llegar a las conclusiones, sobre todo teniendo en cuenta que la obra iba a ser publicada por entregas y se corría, por tanto, el peligro de que el primer fascículo desanimara a los lectores.

      Pero lo cierto es que la edición francesa, como comprobaremos en su momento, contiene pasajes importantísimos que no figuraban en la segunda edición alemana. Y es de señalar que son pasajes que suavizan muy notablemente la retórica «dialéctica» con la que Marx tenía el gusto de expresarse. En muchos casos, por cierto, estos pasajes fueron incorporados por Engels a la tercera edición alemana del Libro I, aparecida ya tras la muerte de Marx. Lo malo es que, en alguna ocasión, Engels traduce al alemán el texto de la edición francesa y lo pone a continuación de la edición alemana, generando lo que podría ser quizá una repetición inútil o, lo que sería mucho peor, una incongruencia, en el caso de que Marx en la edición francesa, hubiera cambiado efectivamente

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